sábado, 14 de abril de 2012

Ya toca

14 de abril, Día de la República.

Asumámoslo, en España no hay izquierda para reeditar una republicanización del Estado a la manera de 1931, es decir, mediante un Frente Popular que, democráticamente elegido, plasmó los ideales de la mayoría de la población eliminando a Alfonso XIII del panorama político español.

Probablemente, tampoco haya una izquierda capaz de conservar una República progresista y, como pasó en aquellos lejanos años 30 del siglo pasado, una República pensada y lograda por campesinos y trabajadores, acabaría en manos de políticos de derechas controlados por el poder más conservador.

La cosa es que da igual. No importa que la República la encabezara la derecha o la izquierda -éste es uno de los errores más comunes de este estúpido e incluto país nuestro, asociar republicanismo con izquierda cuando tan solo se trata de un sistema político más-; lo esencial sería quitarnos de encima al Juancar y su parásita prole.

No será Bilis quien defienda, a estas alturas de la película, un sistema de gobierno al estilo francés, italiano, alemán o yanki -o un sistema de gobierno sin más-, pero, ya que no hay convicciones íntimas, al menos que haya intereses claros: y mantener una Monarquía es, hoy en día, metidos de lleno en el siglo XXI y en medio de una crisis sin precedentes, una locura.

Una de las infantitas permite que su ex-marido (¿O marido aún? No lo sé, los pobres no entedemos de ceses temporales de convivencia) se lleve de caza a su hijo, cuya edad legal aún no le permite emplear armas de fuego, a sabiendas de que su retoño es subnormal profundo -el eterno triunfo de los genes Borbones-.

El nene se dispara en el pie, se mete tropecientos perdigones entre las uñas, hay que operarlo de urgencia a cuenta de nuestra cartera y, desde luego, a los servicios sociales no se les ocurre ni pasarse a preguntar por qué un chiquillo de trece años tenía una escopeta de caza en las manos. Si hubiera pasado eso con un gitano, les duraba la custodia lo que les cuesta desmontar el chiringuito del mercadillo.

La otra infantita se declara ante el juez tonta del bote, alegando que no sabía nada de las riadas de dinero que el estafador de su marido metía en casa aprovechando, cómo no, el prestigioso nombre de los Borbones.

Y hoy, para rematar la faena, nos desayunamos con que nuestro amado monarca ha sufrido un accidente en un viaje personal a Botswana.

Como nadie a su alrededor debe tener los cojones suficientes para explicarle al Juancar que es un viejo achacoso de mierda, incapaz incluso de apartarse de la trayectoria de una puerta presta a impactar contra su cara, pues el amigo se cree aún con superpoderes para montar en moto, esquiar, comandar un barco o pegarse un viaje con nuestro dinero al corazón de África para matar de un balazo a medio kilómetro de distancia a un pobre elefante. Nada más cobarde que una criatura vieja y achacosa, que sería incapaz de sobrevivir por sí misma, matando de lejos a un animal.

El único que aún no la ha liado (que sepamos) es Felipe. Pero claro, él es el futuro heredero, y sabe que si también comienza a sacar los pies del tiesto, las chorradas que se le consienten al senil de su padre o a los jetas de sus cuñados, quizás no se le pasen a él por alto.

Sería para cagarse encima el tener a un lerdo como Rajoy -o Zapatero en su momento- como Jefe de Estado, pero el cachondeo que se trae la Casa Real con nosotros ya pasa de castaño oscuro. Son los herederos de alguien a quien el pueblo, legalmente, despojó de sus derechos reales; los cuales recuperaron después de una guerra civil, una dictadura de cuarenta años, y una bajada de pantalones de todas las fuerzas políticas. Su legitimidad, por lo tanto, es bastante reducida, pero treinta años son muy largos, y la delgada cuerda sobre la que hacían equilibrismos a finales delos setenta se ha ensanchado hasta convertirse en una autopista donde perpetrar las más descaradas piruetas sobre su decencia y nuestro aguante.

Por todo ello, ya toca: guillotina y a tomar por culo la representación institucional, la jefatura de las Fuerzas Armadas, y el coño de su madre: plenos poderes a don Mariano, para que pueda jodernos con todas las de la ley, y que pongan la cara de Pocoyó en las monedas.