miércoles, 30 de julio de 2008

Euskadi Ta Askatasuna III: Desde el Oja con amor

Los productores de El Señor de la Capucha y La Comunidad del tiro en la nuca, y los guionistas de Los Dos Zulos les traen la definitiva entrega con que culmina mi trilogía terrorista, tras la que se deja meridianamente claro por qué usted es potencial objetivo etarra.

Recapacitemos, si es usted juez o concejal, usted es objetivo de ETA; también si es guardia civil o rey de España –en ese caso, además, haga el favor de salir de mi blog–. Pero también si usted es un obrero o un taxista, si es lateral derecho del Numancia, si es un ama de casa de Huelva con la facciosa tendencia a cocinar bacalao al pil pil o una peligrosa niña de catorce años. En todos estos supuestos es usted un opresor potencialmente asesinable por un retrasado mental de entre veinte y veinticinco añitos que la mayor opresión que conoce es al Estado gravando el whisky con impuestos como artículo de lujo y obligándole, puesto que no le llega la pasta, a echar litros de kalimotxo.

Hoy, por una vez, dejaré de enumerar enemigos de los primos gudaris e, inopinadamente, Bilis abrirá sus glándulas secretoras a la poesía. La escribe un tipo de Arnedo, de nombre Ángel Mª Fernández, y ha llegado hasta mí debido a que aparece gratuitamente publicada en internet en un recopilatorio de poesía riojana llamado Materia Prima.

No sé si publicándola en mi grotesco blog vulnero algún copyright o ley de propiedad intelectual, pero, como ustedes comprenderán, después de cagarme en todos los muertos –creo que no lo había hecho aún, así que ahí va, de gratis– de una secta de asesinos, no es momento de andarse con menudencias ante la SGAE de Teddy Bautista. (Aprovecho la coyuntura para recomendar a todo aquel que pueda temer represalias por parte de la SGAE a que reflexione un par de minutos acerca de qué temor le causaría un personaje que combinase el nombre de un osito de peluche con el de un profeta judío, por ejemplo, Jeremías de Pú o Winnie de Arimatea. Pues eso.)

El poema se llama Torres Gemelas y aquí está, dedicado a todos los hijos de puta que alguna vez han matado u ordenado matar en nombre de un dios, una raza o una patria:

En mi guarida francesa lloré
de patetismo; pobre,
creíame un terrorista auténtico,
un auténtico coloso del horror,
matón, un asesino.

Dónde mis kilos de goma dos, dónde
mis pistolas, explosivos.
Dónde el desprecio a mis hermanos,
dónde mi mala leche,
dónde mi rencor, mi escepticismo.

Dónde la recopilación de datos,
el espionaje a mis vecinos
dónde, me pregunté sobrecogido;
y en mi guarida francesa, enano,
lloré de patetismo.

martes, 29 de julio de 2008

Euskadi Ta Askatasuna II: Misión Puerto Urraco

Solo los perros guardan sus cosas en agujeros cavados en el suelo. Finalmente, y gracias al aval que les dan cuarenta años de experiencia, los perros llegaron a dilucidar que la libertad se alcanza metiéndole una bala en la nuca a un obrero del peaje de las autopistas.

Nadie –yo, pobre paleto, menos– sabe cómo ni cuando acabará esto. Particularmente tengo una opinión bastante favorable con respecto al derecho a la autodeterminación de los pueblos, y aunque creo que el problema no es qué Estado te controle, sino que uno lo haga, pienso que nadie debe estar a disgusto en un lugar. Si quieren la independencia –la mayoría, no sólo los que tienen las pistolas–, pues que se la den. Poco me importan las repercusiones económicas que eso pueda traer; al fin y al cabo puede que la gente normal siga viviendo de forma similar y ni tengo ni puta idea de macroeconomía, ni me importan un bledo los beneficios que las grandes compañías puedan o no obtener.

Pero una cosa es la independencia –mañana mismo– y otra es la amnistía generalizada que también piden. No hablamos de delitos políticos, sino de asesinatos de gente inocente. Porque, cuarenta años después, los culpables no son ni amas de casa, ni emigrantes, ni niños; ni siquiera un pobre pringao concejal de un partido de derechas. Hoy los opresores fascistas son ellos y en ningún caso deberían quedar impunes.

La política no puede ni debe apaciguar a la Justicia. Y si la Justicia con mayúsculas, esa que vive en los tribunales y es la menos justa de todas las cosas, no vale para nada, tampoco estaría mal que algunos de los interesados decidiesen equilibrar un poco la balanza en la que se miden el pueblo y los terroristas. No con algo como esa abominable secta fascista organizada desde el Estado que fueron los GAL, sino con un movimiento de venganza individual en el alguien decidiese echarse al hombro una escopeta de caza y, aprovechando que los pueblos son sitios pequeños donde habitualmente los familiares de las víctimas sufren la humillación de conocer, impotentes, a los que le arrancaron al padre o al hermano, se pegue un homenaje de plomo y pólvora a su costa, convirtiendo un caserío repleto de gudaris con pasamontañas en un pequeño Puerto Urraco.

Ansío el día en que un desquiciado me alegre de este modo el desayuno. Y es que, en algunos casos, como en el Ignacio De Juana Chaos, la cosa la tienen sumamente fácil, ni siquiera deberían buscar muy lejos, pues el ridículo Estado español, no contento con salvarle la vida cuando el asesino decidió chantajearlo en forma de huelga de hambre, ahora le permite instalarse y pasear impunemente por el barrio en que viven las familias de varias de sus víctimas.

Lo de dejarle morir de lenta y dolorosa inanición no hubiera sido un mal invento, pero aprovechando el consejo del refranero que nos asegura que no hay peor cuña –o mejor, depende para qué– que la de la misma madera, a este asesino orgulloso de serlo debería reservársele una muerte rápida, pero inesperada y desquiciante, para que conozca de cerca el miedo durante el escaso segundo que le quede desde que el frío cañón de una pistola roce su nuca hasta que la bala despedace su cráneo.

lunes, 28 de julio de 2008

Euskadi Ta Askatasuna I: Gora Antena3

Escribo hoy sobre algo que no he visto. Ni veré. Y no lo haré porque me da verdadero asco que hayan podido llegara a emitir por televisión algo así, pero me permito repudiar a quienes utilizan un asesinato, como ya hicieron con otra serie sobre el caso Wanninkoff, en busca de un morbo atraiga a la audiencia. Seguro que a la gente también le gustaría ver una miniserie que ilustre el momento en que decenas de primates violaron a la madre del director de contenidos del dichoso canal. A mí por lo menos me encantaría, veremos si también les da por producirla.

Todo esto viene a cuento de que algún productor engendrado por babuinos ha decidido hurgar en las cuarenta y ocho horas que el concejal Miguel Ángel Blanco estuvo secuestrado antes de ser ejecutado por ETA. Por si la cosa tenía éxito, los del hacha y la serpiente ya preparaban una segunda parte con idéntico argumento.

Evitar el olvido de las víctimas o fomentar la unidad frente al terrorismo son algunos de los argumentos argüidos para justificar la serie. Pero no es necesario alimentar el morbo, ni orear cada víctima anterior cada vez que esos hijos de puta nos sacuden con otro atentado, y mucho menos hacen falta repelentes producciones de este calado para que la gente sea consciente de lo que es ETA.

Esos tipos, que comenzaron abanderando desde el País Vasco la lucha contra el dictador fascista que, entonces sí, oprimía con crudeza a todo cuanto se le oponía, hace tiempo que perdieron el norte.

Porque el dictador murió –en la cama y no emulando a Bubka como su Almirante, por desgracia–, y a pesar de que afortunadamente se normalizó su lengua, y de que se institucionalizó su bandera y obtuvieron una serie de prebendas en forma de renovación de viejos fueros que dejaban al resto de ciudadanos como un segundo nivel y construían un Estado absurdo y clasista con la sola intención de mantener su ficticia unidad, ellos no se dieron por aludidos.

En la dirección etarra decidieron hacer claudicar a ese Estado mediante asesinatos en masa. Y así se vengaron de las señoras que les oprimían haciendo la compra en el Hipercor, de los currantes que coartaban su libertad esperando al autobús en la Plaza de la República Dominicana, o de los bebés fascistas que dormían en la Casa Cuartel de Zaragoza... Todos ellos, sin lugar a dudas, culpables de todos los males del pueblo vasco.

Después, y quizás recapacitando sobre los escasos frutos de tan heroicas acciones fueron variando la estrategia, desmembrando niñas, acribillando a profesores de universidad o sepultando ecuatorianos que esperaban a la familia en un aeropuerto y que, por supuesto, también eran cómplices de la opresión franquista; no sin antes pasar por el poco innovador método en el que un cónclave de ratas se atribuye la posibilidad de dictar condenas de muerte y ordenar a un grupo de retrasados hijos de la gran puta que las ejecuten.

Maravillosos argumentos para otras películas, si señor. Gora Antena3.

martes, 22 de julio de 2008

Almas hechas de sueños

El día en que la turba acaudillada por un tipo calvo con perilla y bigotillo, de nombre Vladimir Ilianov, también llamado Lenin, se afeitaba hasta el último caniche del zar en el Palacio de Invierno de San Petesburgo, en la lejana Ucrania los encargados de la barbería eran los amigables camaradas del Ejército Negro, genial nombre para una guerrilla anarquista que habría de tratar de socavar todo el orden occidental establecido.

Al frente de esta manada de locos ucranianos estaba el campesino Néstor Makhno –o Majno, en la siempre complicada traslación del cirílico al alfabeto latino–, que consiguió en tiempo récord hacerse con el control de buena parte de la gigantesca Ucrania, sumiéndola en la utopía anarquista. Después, y con tan excelso bagaje a sus espaldas, Majno acudió a Moscú a entrevistarse con el hombre fuerte de los bolcheviques, el citado Lenin.

Las posiciones en la entrevista se revelaron distantes, cuando no opuestas, y a pesar de que Lenin prometió respetar a los anarquistas, cuando tuvo el suficiente control del poder y éstos ya no le fueron útiles, inició una violenta persecución. Majno tuvo que huír a Rumanía, y desde allí inició una penosa peregrinación por Europa que lo llevaría hasta París, donde ayudado por el movimiento anarquista francés pasaría sus últimos años. El héroe revolucionario terminó sus días enfermo de tuberculosis y viviendo como el humilde trabajador de la Renault que era.

Antes de morir, Majno se entrevistó con un joven leonés llamado Buenaventura Durruti, que posteriormente sería una de las caras visibles de la revolución anarquista de Barcelona en el día siguiente a la sublevación militar con que comenzó la Guerra Civil española.

Desconozco en qué términos se desarrolló aquella charla, pero quiero creer que las hazañas de Majno calaron en Durruti, o que el joven entusiasmo de éste elevó el ánimo del enfermo ucraniano, al reconocer en el español la llama viva de su sublevación libertaria.

Esta llama prendió con fuerza el 19 de julio de 1936. Hace ahora poco más de 72 años, Barcelona se sublevó contra los golpistas y los anarquistas se adueñaron de la ciudad. Cuando cuatro anarquistas entraron en el gobierno republicano –tras años de marginación y gracias a que controlaban enteramente la segunda ciudad del país, todo sea dicho–, Buenaventura se temió que podían querer encadenarlo a una cartera a él también; tomó su fusil y puso rumbo a la capital.

La Columna Durruti fue liberando Aragón, y a su paso los pueblos se le sumaban efusivos y las colectivizaciones anarquistas surgían como setas. Tras este triunfal camino alcanzó Madrid, donde una bala lo hirió de muerte cuando combatía en la Ciudad Universitaria.

Días después, una multitud tan grande como nunca antes se había visto en la ciudad, invadía Barcelona. Se movía como un único y convulso ser. Nadie organizaba, nadie dirigía, era el pueblo el que inconscientemente guiaba los pasos del ataúd. Finalmente se lograba el propósito de alcanzar el cementerio. Había sido un cariñoso y exitoso último viaje en un entierro sin gobierno alguno, la pura anarquía. En la caja, mecida por el gentío como un velero en el mar, un hombre con el cuerpo forjado a base de terribles realidades y con el alma hecha de sueños.

martes, 8 de julio de 2008

Pollo frito con ensalada de hostias

Continuando mi cariñosa diatriba sobre los progres que comenzaba ayer, hoy quiero dedicar unas breves líneas al que puede que sea el más lamentable de estos espantapájaros. No me refiero a otro que al señor Ramoncín.

Hará ya un tiempo prudencial que alguien tuvo a bien invitar a Ramoncín a dar una conferencia sobre la movida en un auditorio de Logroño. Ya saben, todo es cíclico, y la movida también se ha vuelto a poner de moda. Ahora sólo espero con ansia a que se repita lo de la Ruta del Bakalao, a ver si veinte o treinta mil pastilleros se estampan en la A-3 con sus coches y nos libran a los demás de tener que sufragarles las medicinas cuando, a los cincuenta, las mierdas que se meten les hagan cagarse encima. Pero aún queda tiempo para eso, y antes de que llegue el turno de un segundo ciclo bakalaero aún deben ponerse de nuevo de moda el heavy metal y las guillotinas.

Pardiez. Voto a Chimo Bayo que me despisto. Volvamos a la charla. Comenzó nuestro héroe contando sus anécdotas, sin duda de gran calado intelectual, como todo lo que éste gigante de la comunicación hace; tras cada una de sus frases un lugareño ataviado con una chupa de cuero que se encontraba sentado en la última fila, se levantaba y aplaudía emocionado, elogiando al personaje en cuestión.

Pero súbitamente, el tipo de la chupa cambió de opinión, y a cada comentario del ínclito orador se levantaba y, para alborozo general, dedicaba exhaltadas respuestas del tipo “¡mentira, eso es mentira!” o “¡no tienes ni puta idea!”.

Al final, y como no hubiera resultado muy progre el mandar callar a un tipo al que minutos antes reías las gracias mientras él te profesaba admiración, el señor Ramoncín tuvo que dar por concluída su charla, siempre con esa sonrisa franca en la boca que con tanta naturalidad acostumbra a lucir.

Es una lástima que el final fuese tan precipitado, o quizás es que los focos de tanto programilla de cutrevisión como el señor don Ramón suele –o solía, gracias a Dios, frecuentar– le hayan hecho perder la memoria, porque sino hubiese sido de no pocas carcajadas hacer un pequeño pero ameno recordatorio de una visita de nuestro héroe a tierras riojanas, lo cual, encontrándose entre nativos de ese lugar, sin duda le hubiese supuesto un caluroso reconocimiento.

La anécdota a la que me refiero sucedió en los maravillosos años ochenta, cuando la gente rural aún vivía semiembrutecida y lo ignoraba todo o casi todo de las modas acontecidas en los Madriles. Érase que se era el señor Ramoncín cantando sobre el escenario de la simpar localidad de Alberite, en la riojanísima cuenca del río Iregua, cuando, azares del destino o prodigiosa imaginación de artista contemporáneo, al divo se le ocurre evacuarse en mitad de su actuación. Así que, ni corto ni perezoso, extrae su órgano reproductor por la cremallera de sus pantalones de cuero y como, oh maravillas de la naturaleza, resulta que el mentado aparatillo es multifuncional y además de leche condensada sabe producir otras cosas, pues allá va el señor Ramoncín orinándose en el respetable desde lo más alto del tablado.

Entonces, imprevisiblemente, una horda de aldeanos movidos por su cateto entendimiento que no les permitía alcanzar a comprender el sublime grado artístico que se logra cuando un mierdaseca se te orina encima, deciden completar la velada, y freír definitivamente al señor Pollo.

Lamentablemente, y como se puede comprobar viendo que veinte años después aún estaba en perfecto estado de revista y de nuevo en La Rioja dispuesto a que un punkarra se riese a gusto de él, don Ramón pudo escapar. Pero cuentan voces autorizadas, a las que la anécdota ha ido llegando de cuadrilla a cuadrilla sin duda como uno de los acontecimientos que en más alta valía ponen a los habitantes de Alberite, que aquella noche de fiestas y concierto, Ramoncín tuvo un banquete completito. Él puso al rey del Pollo Frito y las gentes del lugar lo acompañaron con una ensalada de hostias.

lunes, 7 de julio de 2008

Progres

Me revienta cierta raza nueva que prolifera en España y crece cada día de forma exponencial. Me revientan más aún que los sucios fascistas, que al menos tienen la dignidad de practicar lo que predican en su ideario, aunque eso los convierta en unos hijos de puta. No hablo de otra cosa sino de los progres.

Pretenden ser la salvación de la Humanidad, los abanderados de la convivencia y el progresismo –de ahí su nombre–; cuando en realidad no son más que una manada de mierdas. Son, dónde hemos llegado, la supuesta y más visible ¿izquierda? de este país.

Para comprender los entresijos de esta infecta hornada de hipócritas, tan sólo es necesario mencionar alguna de sus caras más visibles. Ahí tenemos a Ana Belén, comunista confesa que ahora sale en televisión promocionando el turismo para la Comunidad de Madrid de doña Esperanza Aguirre, una tipeja con la que cualquiera que se llamase de izquierdas no desearía ni compartir su oxígeno. Pero como ahora cualquiera se trata a sí mismo de rojo subversivo, pues así va la cosa. Lo que cuenta es la apariencia, quedar como un tipo guay e hiperprogresista, megatolerante y ultraabanderado de la lucha contra todo lo malo.

Donde más extendida se encuentra esta fauna es precisamente entre el colectivo de artistas –nunca una palabra abarcó algo tan amplio e indefinible–. Allí, entre tiro y tiro de cocaína siempre queda tiempo para salvar el mundo.

Por citar algún ejemplo más, se me ocurre el simpar batería de Mägo de Oz, Txus Di Fellatio –por si hacerse llamar así no lo decía todo, ahora da sus conciertos ataviado con una gorra nazi, el muy imbécil–, cuando dice sin ningún pudor que “somos capitalistas de izquierda”. Error, incongruencia supina. Por no reparar en el somos, del que se deduce que en su grupo existe una total homogeneidad en el pensamiento –algo muy poco proge, chavalín– o que ya habla en mayestático, cual Papa de Roma.

Pero si hubiese un ala dura dentro de este progresío –aunque sería blanda, bondadosa y solidaria– estaría sin duda representada por el extremo más detestable de toda esta corriente, la genuina diosa de lo progre, la voz de la patética hipocresía sociata, la insoportable Lucía Etxebarría; que no contenta con cagar en ciento cincuenta páginas, encuadernarlas, ponerle Cosmofobia o algo similar por título y vendérselo a algún incauto, se permite el lujo de combinar sus lecciones de moral en sus columnitas semanales –escritas como el puto ojal, todo sea dicho, porque si a pesar de no tener nada que aportar al menos gozase de buena pluma, quizás no se estuviera ganando a pulso un Apocalipsis inmediato– con quejas referentes, por ejemplo, a que los nuevos pijos lucen ahora pañuelos palestinos y desvirtúan el uso de esa prenda por parte de las personas que –como ella– llevan toda la vida luchando a favor de esa causa.

Mire doña Lucía, primero: identificar el pensamiento de una persona con su ropa es de un grado de imbecilidad que ni siquiera a usted le suponía; y segundo: para ayudar a la causa palestina tengo una propuesta la mar de interesante, átese dinamita a la cintura e inmólese en el Parlamento israelí. Dado su perímetro, un solo cinturón resultará más que suficiente.

miércoles, 2 de julio de 2008

Los hechos hablan

La historia que les cuento sucedió en una población cualquiera del norte de España. No tan al norte como para que sus habitantes carezcan del carácter identificativo del macaco rhesus, ni tan al oeste como para tener catedral gótica, o tan al este como para albergar acuosas exposiciones universales. Cualquiera con una leve formación geográfica habrá deducido que estoy hablando de la zona pudiente de Beverly Hills. O no.

Érase una vez el periódico local correspondiente a un domingo cualquiera que contenía, allá por la página veinte, el siguiente mensaje:

“Los hechos hablan”, ilustrado con un montaje formado por una gran fotografía del solar arrasado que antes ocupó el edificio popularmente conocido como la Casa de las Tetas, y varias otras de menor tamaño correspondientes a los restos derruidos del viejo convento de Madre de Dios, la plaza de toros de estilo modernista o el ala este del colegio de los Maristas, entre otras. Que hablando de una ciudad que no es precisamente Florencia, no es poco. Porque si con nuestro humilde patrimonio hacen lo que hacen, de tener capacidad decisoria sobre el Palacio Ufizzi, seguramente le pegarían volquete y levantarían en su lugar una urbanización, un centro comercial o una residencia geriátrica para ex prostitutas donde recluir a sus madres.

Si los anuncios en los periódicos los hiciese gente de la calle y no publicistas enamorados de los eufemismos, la cosa hubiese quedado más o menos así: Se quejaban de que nosotros jodimos todo lo que pudimos, pero ahora ellos hacen lo mismo. Para que veáis que son igual de cabrones que nosotros. Y ahora que ya sabes lo poco que me importa airear mis vergüenzas con tal de que se noten también las del contrario, vótame, pedazo de retrasado.

Todo esto a pleno color en un anuncio que ocupa una página completa del periódico local y pagado, no iba a ser menos, por el bolsillo del contribuyente del que se están riendo vilmente. Los hechos hablan, desde luego. Y en este caso están gritando a los cuatro vientos que resulta imposible ser más sinvergüenza que la clase política, más audaz y caciquil cuanto más pequeño es el cortijo que dirigen o al que aspiran. Maravilloso, ¿no?

Mas no desespere. Bilis está aquí para facilitarle el tránsito en este valle de lágrimas. Las siguientes líneas evitarán que, producto de semejante ignominia, intente usted arrancarse a bocados su propio escroto. Quizás no disponga en su domicilio –y me congratulo de ello– de una escopeta, una catana, un cuchillo ghinsu, el libro de Jose María Aznar, o cualquier otro objeto que al entrar en contacto con un ser humano pueda provocar su muerte; pero estoy seguro de que sí dispone de los siguientes artículos de uso cotidiano con los que podrá fácilmente seguir mi briconsejo de hoy.

Tome una botella vacía de al menos dos litros de capacidad y póngala bajo el grifo; mientras se llena, guárdese una cuchara en el bolsillo. Después, salga a la calle con ambos objetos y diríjase allá donde pueda encontrar a un político. Durante el camino, ingiera el agua. Una vez se encuentre frente al susodicho funcionario, espere a que el agua ingerida desee ser evacuada. Llegado ese momento, extráigale los ojos de sus cuencas con la cuchara y orínele en la oquedad. Ya verá lo que van a hablar los hechos. Igual hasta chillan un poco.

martes, 1 de julio de 2008

Huelguista malo, caca

Los malvados transportistas pretendían provocar la hambruna en la población, pero el glorioso gobierno socialista que vela día y noche por el pueblo español, lo ha evitado. Ha logrado convencer a los camioneros, esgrimiendo para ello argumentos de peso.

Señor transportista, esto son cosas de la coyuntura económica, de la desaceleración, y no por ello los ciudadanos de a pie deben pagar los platos, ya que ellos también sufren las consecuencias del alza de los combustibles, séame solidario maese camionero. Sea solidario como yo, que a causa de la crisis me he visto obligado a doblarme el sueldo de diputado para poder llenar el depósito del Mercedes tres veces por semana. Y es que los mejores putis están muy alejados del centro, oiga.

Quizás el problema reside en que la crisis ahoga a los camioneros hasta tal punto que la situación se hace por completo insostenible. Puede darse el caso de que a la población civil no camionera también le ahogue más de lo humanamente asimilable, en cuyo caso, debería reaccionar. Ahí al menos los camioneros se han movido. Saben que son un sector capaz de paralizar la actividad del país y lo aprovechan. Lástima que una vez puesto en marcha el comienzo del caos dejen las negociaciones en manos de los de siempre. De sindicatos no compuestos por transportistas sino por leguleyos que no recuerdan ya dónde está el embrague, a los que se la suda que el acuerdo sea bueno, malo o regular con tal de que haya acuerdo con que colgarse la medallita y después marginar a todos aquellos que no han decidido sumarse al él; miembros de sindicatos pequeños o inpendientes, o incluso autónomos no sindicados. A esos ya les pueden ir dando por el culo, que con un poco de suerte la policía ya les calentará las costillas.

Mientras tanto, sin estar tan ahogados como quien necesita el combustible como su propia sangre, los demás, que no vivimos precisamente como una estrella del pop (ya les presentaré al Chindas), ni siquiera nos planteamos la protesta. Formamos parte de una población dormida, aborregada, donde aquellos que se mantienen mínimamente despiertos son tan pocos y cuentan con tan escaso apoyo popular que cuando la policía los infla a hostias a nadie le importa. Alguno incluso, se alegra. Ya era hora de que les calentasen los morros a esos cabrones, que por su culpa llevo una semana sin poder merendar yogures.

Total, que la huelga acaba y todo vuelve a la normalidad. Y un producto sigue saliendo del campo, del agricultor, a precio de uno y llega al consumidor, tras el transporte, a precio de diez. Si lo que ganan los transportistas no les da para comer, ¿dónde queda toda esa enorme diferencia? Yo se lo diré, la cosa es muy simple y se llama pura y dura especulación. Alguien se queda con la parte gorda, convirtiendo en prohibitivos para muchos los precios de los productos más básicos. ¿Quién? Pues son los intermediarios, los especuladores y las grandes multinacionales los que se quedan con todo el pastel. O me estoy perdiendo algo, o esto es una cabronada, como diría la canción. Pero, atención, pregunta: si esto lo sé yo, que tengo una considerable tara mental, ¿creen que no lo saben los gobiernos?

Claro que lo saben, perfectamente además. Pero, ¿cómo van a hacer nada si viven de ello? Aparte de los ingresos que reciben del Estado en función a pretéritos resultados electorales, los partidos políticos reciben sustanciosas donaciones anónimas de particulares y, fundamentalmente, empresas. Esas empresas poderosas, las mismas que especulan, que trafican con el trabajo de obreros y campesinos, son las que controlan el poder. Porque no hay nada anónimo ni nada gratis en política.

Así que, señores transportistas, queridos agricultores, apreciados obreros, estimados conciudadanos en general: hagamos tantas huelgas como nos salga de los cojones, después dejemos las negociaciones a cargo de sindicalistas profesionales, meros tentáculos de la patronal, y por último acudamos a votar a aquellos que viven de los regalos de quienes nos obligan a ir a la huelga. Seguro que así se arregla todo. Si, si. Votando. Claro.