lunes, 28 de marzo de 2011

Y van cinco mil

Ni la francesa, ni la cubana, ni la rusa, ni siquiera la de los precios de Mediamarkt.

En toda la puta vida, desde que el mundo es mundo, sólo han existido tres revoluciones. Créanme, tres. Guan, chu, zri.

Hoy se tiende a tergiversar el significado de las palabras, y pasa lo que pasa. Que un tipo lleva una camiseta de un equipo de fútbol y es un fascista, o Mou cambia siete titulares y ya hay revolución en la Casa Blanca. Ni Lenin en el diecisiete, oiga.

Un, dos ches. Únicamente. Porque revolución es aquello que cambia de arriba a abajo los fundamentos básicos de una sociedad. Lo que era blanco, ahora es negro; transformación completa. Entra por la boca, suave y muy sabroso, y sale por detrás duro y oloroso. Y desde que la raza humana pobló este planeta -probablemente después de tener que huir de Marte por culpa del capitalismo (yo quiero probar lo que fuma este hombre)- tan sólo ha habido tres revoluciones verdaderas. A saber.

Una, la revolución neolítica, con los hombres pasando de ser cazadores y recolectores a ser productores de sus propios alimentos. Lo que viene siendo el descubrimiento de la agricultura y la domesticación de ciertas especies animales.

Dos, la revolución de los metales, el descubrimiento del cobre, el bronce y el hierro. La utilización de éstos en la fabricación de instrumentos más duraderos y, sobre todo, armas. Armas más fuertes, que matan más que una piedra o un palo, y dan a algunos hombres una extraña razón para situarse por encima de otros hombres.

Y tres, la revolución industrial, con la fabricación en serie, el urbanismo exponencial, el crecimiento desmedido. Gente que produce una ingente cantidad de riqueza, pero que apenas ve una mísera parte de ella.

Esos han sido los tres momentos clave de la historia de la Humanidad. Dentro de unos años, cincuenta o sesenta, todo nuestro complejo mundo contemporáneo, desde la caída del nazismo hasta este preciso instante, se resumirá en unas pocas líneas: "Los Estados Unidos y la Unión Soviética se enfrentaron en una guerra de amenazas y coacciones que acabó con la caída del bloque comunista en los años 90. USA quedó como intocable gendarme del mundo hasta que, tras los atentados del 11-S, encontró en los países musulmanes a su nuevo enemigo. Y Titín III confirmó las tesis de Nietzsche acerca de la muerte de Dios haciéndose candidato del PP". Eso seremos para los humaniodes de dentro de medio siglo.

Dentro de otros pocos años, tres o cuatro mil, ninguno de nosotros importará una mierda. Pero las tres revoluciones seguirán ahí, marcando claramente las diferencias entre lo que había antes y lo que hubo después. Y, si me apuran, puede que hasta la industrial sobre.

Porque antes, en el Paleolítico y el Mesolítico, cuando los humanos no conocían la agricultura ni la ganadería, para ser el líder del grupo era necesario ser el más audaz, el más valiente y, sobre todo, el más fuerte. Tener bien pegados los cojones al culo para salir con un pedrusco atado a un trozo de palo a matar a un mamut.

Después, en el Neolítico, la fuerza bruta quedó al margen, y los lideres de aquellas lejanas sociedades fueron quienes eran capaces de organizar las actividades anuales en torno al ciclo de las estaciones, previendo y aprovechando los momentos de la siembra y la recolección. Primera revolución y primer gran cambio en las estructuras de poder.

Después, cuando aparece el metal, ya no hace falta ser el más fuerte, ni el más listo; tan sólo es necesario hacer creer a los demás que, por el mero hecho de que puedes enterrarte con una daga de bronce, debes pasarte la vida mangoneándoles.

Y no hay más. La revolución industrial no cambió nada, y sólo agudizó (cambien la daga de bronce por fajos de papel moneda) esa creencia. Y es por ello que después de ser dirigidos por los más fuertes, que después de ser dirigidos por los más listos, llevamos cinco mil años -de Hammurabi a Hitler, de Tutankamon a Obama, de Clístenes a Moctezuma, de Alejando Magno a Aznar y Zapatero- siendo gobernados por los más hijos de puta.

jueves, 24 de marzo de 2011

Sus engañan

Comentaba el otro día que después de una instructiva charla del señor Mitoa Edjang -que, con ese nombre y dos cojones, es de Vigo- había dejado de ver las noticias mientras desayuno, consciente -más consciente aún, debería decir- de que lo que allí hacen es simplemente espectáculo creado para ganar audiencia, y no información. Que tan sólo les importa el amarillismo, la situación tensa, la catástrofe. Jamás pasa nada bueno en el mundo.

Es por eso que ahora sé que Bob Esponja comienza con un ¿capitán pirata? pederastizando niños con cuentos acerca de la necesaria amistad de un porífero, al ritmo de una flautilla de las milicias confederadas de la Guerra Civil estadounidense, y continúa con las locuelas aventuras de los habitantes de Fondo de Bikini, quién sabe si afectados por la radiación que los amigables yankis dejaron en el atolón homónimo a comienzos de la Guerra Fría.

Cultura, Calamardo, Cultura. Cuando te lo pregunten en el Trivial y te ganes unas cañas, dejarás de pensar que estoy loco.

La cosa es que hoy les traigo otra prueba de que la televisión tan sólo intenta crear tensiones inexistentes, sacarse de la nada problemas mortales, y otorgar trascendencia a cosas que, por supuesto, no la tienen.

Si lo hacen tan sólo por ganar audiencia con el morbo generado -de lo que estoy seguro-, o si esto es parte de una campaña generalizada y superior que pretende acojonarnos a todos para que no osemos apartarnos de las protectoras faldas de Papá Estado -como sospecho-, pues eso ya no lo sé a ciencia cierta. Con gente como Pedro Piqueras a los mandos del aparato, todo puede ser. Alguien debería preguntarle por qué da cada noticia como si del Juicio Final se tratara: "Impactante partida de tazos en Milwakee: un menor afroamericano lanza con destreza, y arrebata -ante la indiferencia de los viandantes- toda la colección de su rival, otro menor de raza blanca con el que no constan otras partidas de tazos con anterioridad, mientras sus compañeros lo graban todo con el móvil. El FBI está comprando Chetos a ver si les toca un mastertazo".

La prueba en cuestión llega a través de vistoenfb.com, una página que recoge lo más cachondo de la red del infierno -maldito Caralibro, cómo te odio-, y que, en esta ocasión, ha servido para dejar constancia del mosqueo de una española residente en Japón, utilizada por Antena3 en su carrera por la audiencia, el amarillismo, el miedo y la mentira.

Antena3 contacta con la susodicha para entrevistarle y conocer sus vivencias tras el terremoto, el tsunami y la crisis nuclear (que, ya les adelanta Bilis, acabará en nada, porque, como casi todo, es un puto invento para que mantengamos el ojete bien apretadito por el miedo, y no se nos ocurra cagarnos por las esquinas, o en sus putas madres).

Pues bien, la entrevista que iba a ser seria deriva a un meter en la boca de la hispano-japonesa las palabras que las hienas amarillistas de la tele quieren oír. En privado le dicen una cosa a la entrevistada y, una vez en directo, ante el público marujil que otea la televisión matutina ansioso por combinar información internacional y prensa rosa con recetas de cocina y un par de mujeres acuchilladas por sus maridos que "eran muy normales y siempre saludaban en el ascensor", tratan de seguir vendiéndonos su falso Armagedón, con la consiguiente cara de poker de la japa.

La chica explica que "los transportes no están abarrotados, no ha sufido cortes de electricidad, ni se ven más mascarilas que la primavera pasada". Pero claro, eso no acojona nada, así que de eso te enteras si lees su Caralibro, mientras la tele sigue metiéndote el miedo en el cuerpo.

Después, tienen incluso narices de pedirle que se grabe las veinticuatro horas para hacer un programa de invertigación con ese material. Afortunada y sorprendentemente, la chica se negó. Y digo sorprendentemente porque la tele es así, nos tiene tan atontados que pocos se resisten a quedar como gilipollas a sabiendas, a cambio de unos segundos de pretendida fama.

Es por ello que Bilis tiene un mensaje para ustedes: los informativos sus engañan, gañanes; así que ya estáis todos siguiendo las jocosas andanzas de Calamardo. Porque entre charlas, artículos y demás inventos tardoinvernales, resulta que a servidor se le queda el cuerpo raro, y empieza a pensar que lo único de verdad van a ser los deportes (siempre que no juegue el Barça, al que siempre regalan los partidos. ¡Villarato!), dejándose seducir por la teoría de la conspiración y el control total... todo muy 1984 y tal.

Quizás el primo Orwell llevara razón; o quizás lo que pasa es que, con tanta entrada recopilando palabras de otros, Bilis está perdiendo el contacto con la realidad. Así que, en medio de un brutal ataque de pánico generado ante la visión del tremebundo panorama que los informaticos televisivos nos presentan, tan sólo se me ocurre decir que me cago en vuestra puta madre, engañabobos de mierda.

jueves, 17 de marzo de 2011

¡Indignaos!

Sí, señora. Lo he vuelto a hacer. Otra vez un artículo que no he escrito yo.


Pero hoy es San Patricio y los irlandeses estamos de fiesta. Por tanto, mientras espero que, si Dios odia a los hijos de Enrique VIII tanto como debería, el sábado reparta un poco de su maleficencia sobre ellos en Lansdowne Road (aunque después del timo de la estampita del Millenium dal pasado finde ya uno no sabe ni a quién odiar...), hoy les traigo el prólogo de un librito: porque nunca viene mal leer algo con sentido, aunque su intención inicial al entrar aquí fuera deleitarse con las típicas menciones con que Bilis loa el honrado trabajo esquinero de las santas progenitoras de nuestra amada clase política y afines. Otro día será.


"Yo también nací en 1917. Yo también estoy indignado. También viví una guerra. También soporté una dictadura. Al igual que a Stéphane Hessel, me escandaliza e indigna la situación de Palestina y la bárbara invasión de Irak. Podría aportar más detalles, pero la edad y la época bastan para mostrar que nuestras vivencias han sucedido en el mismo mundo. Hablamos en la misma onda. Comparto sus ideas y me hace feliz poder presentar en España el llamamiento de este brillante héroe de la Resistencia francesa, posteriormente diplomático en activo en muchas misiones de interés, siempre a favor de la paz y la justicia.


¡Indignaos! es un grito, un toque de clarín que interrumpe el tráfico callejero y obliga a levantar la vista a los reunidos en la plaza. Como la sirena que anunciaba la cercanía de aquellos bombarderos: una alerta para no bajar la guardia.


Al principio sorprende. ¿Qué pasa? ¿De qué nos alertan? El mundo gira como cada día. Vivimos en democracia, en el estado de bienestar de nuestra maravillosa civilización occidental. Aquí no hay guerra, no hay ocupación. Esto es Europa, cuna de culturas. Sí, ése es el escenario y su decorado. Pero ¿de verdad estamos en una democracia? ¿De verdad bajo ese nombre gobiernan los pueblos de muchos países? ¿O hace tiempo que se ha evolucionado de otro modo?


Actualmente en Europa y fuera de ella, los financieros, culpables indiscutibles de la crisis, han salvado ya el bache y prosiguen su vida como siempre sin grandes pérdidas. En cambio, sus víctimas no han recuperado el trabajo ni su nivel de ingresos. El autor de este libro recuerda cómo los primeros programas económicos de Francia después de la segunda guerra mundial incluían la nacionalización de la banca, aunque después, en épocas de bonanza, se fue rectificando. En cambio ahora, la culpabilidad del sector financiero en esta gran crisis no sólo no ha conducido a ello; ni siquiera se ha planteado la supresión de mecanismos y operaciones de alto riesgo. No se eliminan los paraísos fiscales ni se acometen reformas importantes del sistema. Los financieros apenas han soportado las consecuencias de sus desafueros. Es decir, el dinero y sus dueños tienen más poder que los gobiernos. Como dice Hessel, “el poder del dinero nunca había sido tan grande, insolente, egoísta con todos, desde sus propios siervos hasta las más altas esferas del Estado. Los bancos, privatizados, se preocupan en primer lugar de sus dividendos, y de los altísimos sueldos de sus dirigentes, pero no del interés general”.


¡Indignaos!, les dice Hessel a los jóvenes, porque de la indignación nace la voluntad de compromiso con la historia. De la indignación nació la Resistencia contra el nazismo y de la indignación tiene que salir hoy la resistencia contra la dictadura de los mercados. Debemos resistirnos a que la carrera por el dinero domine nuestras vidas. Hessel reconoce que para un joven de su época indignarse y resistirse fue más claro, aunque no más fácil, porque la invasión del país por tropas fascistas es más evidente que la dictadura del entramado financiero internacional. El nazismo fue vencido por la indignación de muchos, pero el peligro totalitario en sus múltiples variantes no ha desaparecido. Ni en aspectos tan burdos como los campos de concentración (Guantánamo, Abu Gharaib), muros, vallas, ataques preventivos y “lucha contra el terrorismo” en lugares geoestratégicos, ni en otros mucho más sofisticados y tecnificados como la mal llamada globalización financiera.


¡Indignaos!, repite Hessel a los jóvenes. Les recuerda los logros de la segunda mitad del siglo XX en el terreno de los derechos humanos, la implantación de la Seguridad Social , los avances del estado de bienestar, al tiempo que les señala los actuales retrocesos. Los brutales atentados del 11-S en Nueva York y las desastrosas acciones emprendidas por Estados Unidos como respuesta a los mismos, están marcando el camino inverso. Un camino que en la primera década de este siglo XXI se está recorriendo a una velocidad alarmante. De ahí la alerta de Hessel a los jóvenes. Con su grito les está diciendo: “Chicos, cuidado, hemos luchado por conseguir lo que tenéis, ahora os toca a vosotros defenderlo, mantenerlo y mejorarlo; no permitáis que os lo arrebaten”.


¡Inginnaos! Luchad, para salvar los logros democráticos basados en valores éticos, de justicia y libertad prometidos tras la dolorosa lección de la segunda guerra mundial. Para distinguir entre opinión pública y opinión mediática, para no sucumbir al engaño propagandístico. “Los medios de comunicación están en manos de la gente pudiente”, señala Hessel. Y yo añado: ¿quién es la gente pudiente? Los que se han apoderado de lo que es de todos. Y como es de todos, es nuestro derecho y nuestro deber recuperarlo al servicio de nuestra libertad.


No siempre es fácil saber quién manda en realidad, ni cómo defendernos del atropello. Ahora no se trata de empuñar las armas contra el invasor ni de hacer descarrilar un tren. El terrorismo no es la vía adecuada contra el totalitarismo actual, más sofisticado que el de los bombarderos nazis. Hoy se trata de no sucumbir bajo el huracán destructor del siempre más, del consumismo voraz y de la distracción mediática mientras nos aplican los recortes.


¡Indignaos!, sin violencia. Hessel nos incita a la insurrección pacífica evocando figuras como Mandela o Martin Luther Kingo. Yo añadiría el ejemplo de Gandhi, asesinado precisamente en 1948, año de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, de cuya redacción fue partícipe el propio Hessel. Como cantara Raimon contra la dictadura: Digamos no. Negaos. Actuad. Para empezar, ¡indignaos!"


Escrito por José Luis Sampedro, economista nonagenario español, es, como decíamos, el prólogo del libro ¡Indignaos!, de Stéphane Hessel, preso en el campo de concentración nazi de Buchenwald y único redactor de la Declaración Universal de los Derechos Humanos vivo en la actualidad.

El librito, alegato contra la indiferencia y a favor de la insurrección pacífica, acaba citando una declaración del Consejo Nacional de la Resistencia francés: "El nazismo ha sido vencido [...] pero esta amenaza no ha desaparecido totalmente, y nuestra cólera respecto a la injusticia sigue intacta, por lo que apelamos a una verdadera insurrección pacífica contra los medios de comunicación de masas que no proponen otro horizonte para nuestra juventud que el consumo de masas, el desprecio hacia los más débiles y hacia la cultura, la amnesia generalizada y la competición a ultranza de todos contra todos".

Lo decía el señor Hessel hace sesenta y siete años, y lo sigue diciendo hoy, a sus noventa y tres, mientras nos insta a los caraculos del siglo XXI, a nosotros que no hemos vivido una guerra y que no nos sentimos amenazados por nada mientras haya algo en la tele que nos libre de pensar, o dispongamos de una chorrada nueva que consumir, a que hagamos algo. Porque "crear es resistir, y resistir es crear".

lunes, 14 de marzo de 2011

El día que mataron a Salvador

En un mes de marzo de hace muchos muchos años, con el Diablo esperándole ya tras cada sombra de El Pardo, Francisco Franco Bahamonde, exitoso escultor de esta nuestra actual España, mandó cometer el último asesinato en su nombre.

El condenado fue un joven catalán perteneciente al Movimiento Ibérico de Liberación, acusado de la muerte de un subcomisario de policía aún más joven que él durante el tiroteo que se produjo cuando los perros del dictador intentaban detenerle. Se llamaba Salvador Puig Antich.

En realidad, Salvador, que acompañaba a otro miembro del MIL a una cita con un tercero que, detenido y torturado había confesado el lugar del encuentro, llevaba su arma sin cargar, y tanto la muerte del subinspector como la herida que él recibió las produjeron balas de la policía, accidentalmente disparadas mientras se completaba la detención en el interior de un portal.

Salvador hizo de chivo expiatorio y fue condenado a muerte por terrorismo.

Les podría contar muchas más cosas, pero para ello tendría que hacerme el erudito transcribiendo aquí cosas dictadas por Google, y tampoco es plan. Se lo buscan ustedes mismos, si les interesa, o se bajan -jódete, Ramoncín- la película Salvador, protagonizada por Daniel Brühl, protagonista también de la muy recomendable Goodbye Lenin.

Curiosamente, un mismo actor refleja las dos caras opuestas de la lucha de izquierdas: el totalitarismo leninista-estalinista en versión Stasi alemana, y el ideal utópico de cuatro jóvenes del MIL.

Ninguno de los dos, como vimos, acabó bien: el primero se corrompió a sí mismo; al segundo lo corrompe hoy, treinta y siete años después, la soledad de la tumba a la que le mandó el último estertor de la dictadura franquista.

Pero, finales trágicos aparte, hay una diferencia fundamental, lúcidamente expresada en ABC (¿Acaso alguna vez hubo libertad de expresión y debate político en la prensa española?) hace casi veinte años por el actor Fernando Fernán-Gómez, un siete de diciembre del noventa y uno, poco después del primer aniversario de la caída del Muro:

"Hoy -no digo ayer ni mañana- el socialismo autoritario ya no es una utopía, ha tenido ochenta años de experimentación, que a la vertiginosa velocidad que a los hombres de este siglo nos parece que suceden los acontecimientos, no son pocos. Y ahí está, a la vista de todos, vencido, humillado, desprestigiado; si no fuera por un siglo de sufrimientos y tanta sangre vertida, podríamos decir que puesto en ridículo.

Por contra, el socialismo libertario sigue siendo utópico. Y la utopía, como la caja de Pandora, debajo de las desgracias, oculta en su fondo a "la divina reina de luz, la celeste esperanza".

Quizá cuando los proletarios que siguieron a Hegel, Marx, Engels, Lenin, los autoritaristas, tenían la ciencia, los que siguieron a Proudhon, Bakunin, Stirner, Kropotkine, Tolstoi, Rusell, los libertarios, tenían la canción."


Loquillo, que tenía trece años el año que mataron a Salvador, se la dedicó.

El día que mataron a Salvador,
sin otras referencias,

colgué su foto en la pared.

Nadie a quien obedecer:

Todo estaba por hacer.
Coraje y esperanza.


Todo sigue por hacer.

martes, 8 de marzo de 2011

El fascismo que nos viene

El otro fui a la Universidad a escuchar una charla. Tras tanto tiempo financiándola con mis inútiles matrículas, ya era hora de que me aportara, por lo menos, una butaca mullida. Lo de poner la calefacción parece que se queda para otro día, cuando algún otro memo haya decidido tirar una década de pésima educación y mucho peores resultados por el retrete.

Les contaré de que iba la cosa. (Más o menos, porque mi capacidad de atención ha quedado bastante limitada después de la reiterada asistencia a la clases de algunos gilipollas que se creían con derecho a reírse en la cara de sus alumnos porque saben calcular una bomba hidráulica o un voladizo, y tienen una fábrica de mierda que ojalá quiebre mañana. Por suerte -Dios bendiga al mus-, las sesiones continuas de cafetería lograron mantener algo de mi escaso intelecto en su sitio.)

Resulta que algunos gobiernos occidentales crearon en los años 60 una operación llamada Gladio, a cargo de sus servicios secretos, que tenía por objetivo evitar la expansión del bloque soviético más acá del Telón de Acero. En otras palabras: que los comunistas no alcanzaran el poder en países como Italia o España.

Para ello, además de incluir cláusulas en el tratado de adhesión a la OTAN por las cuales los nuevos miembros se comprometían a no investigar los crímenes de la extrema derecha en sus países -¿Se acuerdan de quién nos metió a nosotros en la OTAN? Sí, un tal Felipe. Socialista, y esas cosas. Ya ves tú. Fíate de la Virgen y tirate del balcón-, aportaban el material humano necesario para realizar lo que, en el argot, se conoce como atentados de falsa bandera.

¿Y eso qué es lo que es? Pues, más o menos, montar una masacre y echarle las culpas a otro para que después, la sociedad, la masa, renuncie a ciertas libertades a cambio de mayor protección contra los asesinos.

No hace falta decir que los asesinos eran presentados como grupos de extrema izquierda, con lo que los gobiernos occidentales conseguían el recorte de libertades que anhelaban y, además, aparecían como los amantísimos padres que protegían a sus ciudadanos de la amenaza terrorista.

Lo del Gladio no se lo inventó el tipo de la charla, y algunos Parlamentos europeos -el nuestro no, por supuesto; para admitir algo en el Parlamento habria que estar trabajando en él, en lugar de rascándose las pelotas en sus casas- como el belga ya han admitido su implicación en el asunto. Además, por si Bilis carece de suficiente credibilidad, la BBC hizo un educativo reportaje al respecto. Dejen de ver porno y búsquenlo por internet.

El caso más famoso de esta Operación Gladio es el de Aldo Moro. Al payo Aldo, que era Primer Ministro de Italia, una comisión de investigación le preguntó acerca del asunto. Él preguntó a los servicios secretos italianos que le dijeron algo así como "Aldo, per la mía mamma, como vamos a facere algo cosí. Noi siamo migliore persone que los Ossi Amorossi". Y Aldo se lo creyó.

Cuando poco después, esos mismos servicios secretos se disfrazaron de las Brigadas Rojas, y secuestraron y mataron al signore Moro, puede que éste se lamentara por su credulidad.

Pero pasaron los maravillosos 60, 70 y 80, y el fascismo impuesto como recorte de derechos ante la amenaza comunista se iba haciendo cada vez más difícil de tragar, en parte porque los propios comunistas estaban en una situación en la que dificilmente podían expandirse a ningún sitio, cuando sus propios regímenes totalitarios de mierda estaban cayendo, uno tras otro, en Polonia, Rumanía, la RDA o, finalmente, la propia URSS.

"No me jodas -pensaron entonces en Occidente a mediados de los maravillosos años 90 mientras veían el programa de Leticia Sabater-, ¿cómo vamos a esclavizarles en nombre de la protección ante el supuesto enemigo, si ya no existe el enemigo?"

E iniciaron una segunda fase, encaminada de nuevo a recortar las libertades individuales y ponernos a todos bajo el yugo de una entidad supranacional encargada de que nadie se salga del redil.

Y lo que no había entrado con la espada, entró con la pluma: globalización, un mundo unido haciendo frente a sus retos comunes. Poco a poco pretendían modificar la mentalidad general, hasta llegar a un estado en el que todos admitiésemos la completa sumisión a un Poder supremo, ajeno a nosotros, que velara por nuestros derechos, un Ente formado por corporaciones multinacionales encargadas de llevar el timón. Ellas marcarían nuestra politica, imprimirían nuestro dinero, dibujarían nuestros sueños.

El proceso habría de llevar años, a no ser de que apareciera un catalizador que, como un moderno Pearl Harbour, permitiese acelerar todo el fenómeno por el cual nosotros cederíamos alegremente nuestras libertades en nombre de un bien superior: la seguridad.

Y entonces, mientras Ángels Barceló hablaba de una maestra de Almería a la que habían echado de su trabajo en un colegio concertado después de haberse divorciado, algo se estampó contra las Torres Gemelas.

Pearl Harbour II. Un remake del éxito japo de 1941, magistralmente interpretado, fotograma por fotograma, por unos moros que habían recibido clases de instrucción aérea en centros militares de los propios Estados Unidos.

Después vino el 11-M en Madrid, el 7-J en Londres y muchas más cosas divertidas que se parecen, sospechosísimamente, a lo que hace cuarenta años representó la Operación Gladio. Los enemigos no serían ya los comunistas, sino el cambio climático, la crisis económica y, sobre todo, el terrorismo internacional. Enemigos distintos, pero un mismo objetivo: bajo la apariencia de nuestra propia seguridad, instaurar un fascismo invisible que nos controle, nos vea en bolas en un escáner de aeropuerto y se lleve a Guantánamo a los malos ante nuestra sorprendente pasividad.

Y en ello estamos hoy, cada vez más sometidos a autoridades sobre las que no tenemos ningún poder decisorio (la Banca, los Parlamentos supranacionales, el FMI... ), que se encargarán de protegernos ante los nuevos retos del futuro, amparadas y sostenidas por la libérrima prensa de nuestras maravillosas democracias.

Y el tío, después de soltar todo esto, preguntó si alguien quería irse a echar una caña. Va a ser que no, tío. Si te lo has inventado todo, estás como una regadera; y si es verdad, la CIA te meterá veinte gramos de plomo en el cráneo cualquier día de estos.

Puede que las teorías de la charla fueran retorcidas, puede que, como digo, sean exageradas, o también puede que sean fruto de una investigación minuciosa y digan la verdad letra por letra. El ponente nos instó, cosa poco habitual, a no creerle, y comprobar por nosotros mismos la veracidad de su exposición. Eso ya es un punto a su favor.

El segundo es su cita final, de un tipo que se llamaba Adolf Hitler, no sé si les suena. "Las grandes masas sucumbirán más fácilmente a una gran mentira que a una pequeña".

¿Y si todo fuera una gran mentira? Por si acaso, yo he dejado de ver las noticias cuando me levanto, y ahora desayuno con Bob Esponja. Vive en una piña debajo del mar y es bastante gilipollas, pero al menos no cree que yo lo soy.