viernes, 29 de octubre de 2010

Cagaderos con encanto (IV)

Lo único bueno de salir a correr es que (si tienes el fondo físico de un perro muerto, como servidor) te cansas un huevo. Y no hay nada mejor que estar súmamente cansado para poder sentarse a gusto en la taza, relajarse, y disfrutar del noble arte de expulsar miniaturas marrones de Jose María Aznar por el trasero.

Ya lo dijeron los Mamá Ladilla: "La gente se pregunta cada vez con más pasión que placer les da mayor satisfacción. Hablan de comer, follar, incluso de viajar... pero a mí lo que me seduce es cagar; me siento en el váter, cuelgan mis partes, y me cago hasta en su puta madre..."

Asi que hoy, como no podía ser de otra forma con semejantes precedentes, toca una de cacotas.


Una hormigonera


¿Quién no ha tenido un apretón alguna vez? Pues eso. Y como todos ustedes sabrán, no siempre se dispone de un entorno diseñado específicamente para el noble arte de las deposiciones. Por ello, nunca está de más conocer los vericuetos que nos ofrece la naturaleza a la hora de administrar cristiano alivio a nuestro ojete.

La naturaleza, o las obras para retejarle el alto a la señora Prudencia.

Así pues, si ustedes abandonan el chamizo de una peña cuando el sol ya está asomando en el horizonte, y sienten en ese momento la irremisible necesidad de expulsar por vía anal alguno de los inumerables calimochos y bocatas de ¿lomo? con ketchup que han ingerido en las últimas siete horas, es altamente recomendable darse un garbeo hasta la periferia.

El término periferia, cuando se encuentra uno en un pueblo con media docena de calles, implica un escueto paseo hasta las traseras de una de esas calles en busca del rastrojo más cercano para, una vez allí, sacar lo mejor de uno mismo en un compendio de equilibrio y fortaleza que nos permitirá, gracias a unos gemelos fuertes y musculados -quien los tenga, va a ser que servidor no-, mantener la posición de cuclillas (Un inciso: "Dicho de doblar el cuerpo: De suerte que las asentaderas se acerquen al suelo o descansen en los calcañares." Palabra de la RAE. Cuando la definición es menos incomprensible que la palabra, los diccionarios tienen un problema.) mientras se procura mantener alejados los pantalones de la vertical inferior al propio ano.

Y es entonces, en medio del calentamiento previo que toda deposición en el medio rural requiere, cuando una obra abandonada abre ante tí las puertas de un placentero y bien merecido giñote en un trono.

Jamás la incompetencia de unos obreros, que debieron dejar olvidada una hormigonera en el descampado tras acabar alguna obra cercana, causó tamaño regocijo a un -por entonces- jovenzuelo deseoso de aliviar sus intestinos antes de que estos cedieran a la presión interna de la misma manera que el suelo bajo la Torre de Pisa o el tabique nasal de la Esteban ante el empuje de bisturís y farlopa.

¡Dios guarde a los proletarios de la construcción! Sobre todo a aquellos que abandonan el material de trabajo una vez finalizada la obra.

Allí estaba, una hormigonera tirada, apoyada en el suelo como un cañón de circo, cincuenta grados de inclinación, con el agujero perdiendo de vista a la Vía Láctea bajo el alba incipiente en un descampado de Arenzana de Abajo, La Rioja. Qué gozo para la vista y los esfínteres.

Como sé que hay mitómanos que visitan la tumba de Elvis, la mansión de uralita del difunto Taburete, o el cuarto de las caricias de Michael Jackson en Neverland, les daré la posibilidad de acercarse a este lugar de culto: A-12, Autovía del Camino, hasta la salida oriental de Nájera. Después carretera comarcal 136 hacia el sur; giro a la izquierda hasta el referido pueblo de Arenzana y, una vez allí un descampado con leve pendiente descendente hacia el norte que en la red geográfica planetaria estaría situado a 42º23'13" latitud norte y 2º43'74" longitud oeste.

Llegué al lugar, pedí a mi no menos calimochizado compañero de aventuras que me esperara a una prudencial distancia de los gases nocivos que me disponía a emitir y, sin prestar demasiada atención a la pareja que se metía mano en un banco situado tras la parte más baja del descampado, junto a la última calle del pueblo, dejé fluir mi libertad.

Valoración final: Todo lo que vino después, el placentero viaje de regreso a casa con las tripas remansadas como el agua de un charco, la algarabía de la multitud al ingresar en mi puesto laboral la tarde siguiente, y el nacimiento del mito del tipo que jiñó en una hormigonera, me llevan a otorgar a este mágico lugar la puntuación más alta que se ha dado en este blog hasta el momento. Por comodidad, entorno natural y, sobre todo, oportunismo, un 11 para la hormigonera.

miércoles, 20 de octubre de 2010

Cuentos de la masa engañada

La Presidenta

En un reino muy lejano, en cuya costa el cemento era más habitual que la arena, una joven llamada Belén Esteban, que no sabía ni leer ni escribir decidió presentarse a las elecciones -o, más bien, los jefes de una empresa de demoscopia decidieron hacer un sondeo electoral e incluirla entre los posibles candidatos-.

La chica, que había emergido desde un barrio humilde para convertirse en la Princesa del pueblo, obtuvo (aprovechando que en esa semana electoral regalaban opio en el Eroski) los votos suficientes de la ciudadanía para convertirse en la tercera fuerza política de España, y tras pactar con los nacionalistas catalanes, la izquierda abertzale, los Tuk de Bolsón Cerrado, los independentistas de ultraderecha de Teruel, y Esquerra Republicana de Cidamón, llegó a ser la primera Presidenta del Gobierno.

Y como la nueva presidenta era decididamente retrasada mental, no tuvo otra opción que dejar los asuntos de Obras Públicas en manos de ingerieros, los de Hacienda en las de economistas, los de Sanidad en las de médicos, y así sucesivamente.

Al no haber ya capullos con ansias de hacerse notar y nulos conocimientos para ser recordados por algo que no fuera su profunda ineptitud, las cosas comenzaron a ir bien, guiadas por gente que había estudiado para realizar esas tareas, y no por políticos que buscaran el ascenso, la demagogia y la corrupción como método fácil para llenarse los bolsillos. Y de esta forma, gracias a la aparición en el Congreso de una analfabeta funcional con la cara de plástico, todos fueron perdices y comieron perdices. ¿Me entiendes?

El hijoputa

Érase una vez un hombretón. Cuando las campanas marcaron la medianoche del día de la huelga general, el hombretón se enfundó su chaleco de Comisiones Obreras y salió a la calle a defender los derechos del proletariado.

En estas, se acercó hasta una terraza y comenzó a proferir gritos para que el dueño cerrase el local. No contento con eso, extrajo de su bolsillo un silbato y comenzó a hacer mucho ruido. Como los clientes aguantaban, estoicos, sentados en sus sillas de mimbre tomándose una caña, se acercó a uno de ellos, que tendría unos veinte años más que él, y empezó a tocar el silbato a siete milímetros de su oído.

El cliente, asqueado, apartó el silbato de sus tímpanos, retirando con su brazo la mano del hombretón. Éste, que debía ser la persona más valiente de todos los tiempos, se vió herido en su orgullo porque el cliente había apartado el estúpido silbato que estaba dejándole sordo, así que, cuando el cliente se volvió de nuevo hacia su caña, tuvo que darle un puñetazo en la nuca.

El cliente, molestado, vejado y golpeado, se fue de la terraza, y el hombretón se sintió muy orgulloso de haber logrado espantar a los clientes y lograr así que la cafetería respaldara la huelga general.

Lástima que, un minuto después y ya fuera de cámaras, un camión cargado con doce toneladas de mierda de vaca le atropellara accidentalmente ocho veces seguidas, con tan mala suerte que, a la séptima, la carga se volcó sobre el hombretón, ingiriendo éste dos kilos de boñiga vacuna caliente y muriendo atragantado.

Dos tontas muy tontas (pero menos que tú o yo)

Érase que se era una una jovencita llamada Trini, que quería casarse con un príncipe y vivir en un palacio. Como no tenía la sangre azul, sino rojeras-desteñida-progre-sociata, pensó en conformarse con el asiento de presidenta de la capital del Reino. Pero, como a parte de no tener sangre azul, era una inepta más falsa que un duro de madera, nadie la quiso tampoco para presidenta.

Trini tenía una amiga llamada Leire, que era muy fea y repelente, pero que había aprendido bien de su madrastra el arte de meter la mano en la caja y medrar, medrar y medrar a base de demagogia y unas buenas rodilleras.

A Leire se le quedaba pequeño el pueblo, y un día decidió acudir a la ciudad para cantar las alabanzas del líder, y allí había conocido a Trini. Asentadas ambas cerca del poderoso líder, Leire acompañó a Trini a comprar unas rodilleras último modelo y, por primera vez en su vida, se lavó el pelo y se peinó.

Después de eso, visitaron al poderoso líder, merendaron gratis cuajada caliente y obtuvieron todo lo que deseaban: Trini fue ministra de Exteriores, y Leire de Sanidad.

Moraleja 1: si no vales ni para Madrid, ¡pues te mandamos al ancho mundo! Moraleja 2: por mucho asco que des, siempre puedes llegar a ser ministra si te lavas el pelo, te callas, y usas la boca para otras cosas. Y moraleja 3: yo no me pongo enfermo nunca más, por mis cojones.

viernes, 15 de octubre de 2010

El idiota del mes: un nazi serbio.

Continuando con la serie 'Idiotas por el mundo', que en capítulos anteriores ha elevado al estrellato desde este gástrico blog a ineptos como Perro Sánz, Chemari Aznar , Joan Laporta, la Duquesa de Alba o Belén Esteban, hoy les presentamos a nuestro primer protagonista balcánico: el amigo Ivan Bogdanov, idiota oficial del mes de octubre.

Este angelito se erigió en el director de la orquesta de ultras serbios que destrozaron el centro de Génova, apedrearon el autobús de su propia selección, amenazaron a su portero por haberse pasado -previo paso por el Sporting portugués- del Estrella Roja al Partizán, cortaron la red que protegía al sector de los aficionados italianos (o sea, todo el resto del campo), pospusieron media hora el inicio del partido, y obligaron a su suspensión cuando una bengala cayó junto al portero Viviano, que le dijo al árbitro, en italiano, que iba a seguir jugando su puta madre.

¿Qué motiva a alguien a meterse mil doscientos kilómetros de autobús (si es que no les dieron el rodeo de todos los tiempos por Hungría y Austria, para evitar que atravesaran Croacia, donde no deben quererles demasiado) con el único objetivo de demostrar que tienes menos coeficiente intelectual que una mierda de camello? Vaya usted a saber. Son cosas que suceden cuando se mezclan nacionalismo, estupidez y deporte -disculpen la redundancia con las dos primeras, que van siempre unidas-, especialmente el fútbol, como el espectáculo de masas más popular del planeta.

Entre medias de todo lo anterior, Ivan le pegó fuego a una bandera albanesa encaramado a lo más alto de la verja de metacrilato tras la que se encontraban los ultras serbios.

Y es por eso, y no por todo lo demás, por lo que el amigo Ivan ha sido galardonado con esta bílica distinción. No por comerse el viaje antes mencionado, ni por sus patentes taras mentales demostradas sobre la valla del Luigi Ferraris, no. El culmen de su mongolismo llegó cuando decidió, tras taparse la cara con un pasamontañas antes de encaramarse al vallado, dejar al descubierto sus brazos plagados de tatuajes. Imposible que nadie reconozca a un animal de dos metros y ciento y pico kilos con los brazos tatuados. Bien por Will, amigo Ivan.

Ocurrió, como imagino que ya sabrán, el día en que aquí celebrábamos el Día de la Hispanidad. Ya saben, esta fiesta en la que unos tipos elogian la unidad e indivisibilidad de la Patria insultando, despreciando y queriendo excluir a todos aquellos compatriotas suyos que no piensan como ellos. (Moooc: error. Frase mal construída, ya que esos tipos, nostálgicos del pollo en la bandera, raramente piensan.)

Pues bien, aquí estábamos en las cosas típicas que hacemos los españoles: fascismo, estupidez, hipocresía e hijoputismo a partes iguales, cuando mientras tanto, en Marasi, Génova, Italia (patria supuesta y nunca confirmada del payo Colón, culpable de que aquí nuestra fiesta nacional caiga en el día del Pilar) eran los mil quinientos tipos más lerdos de Serbia los que amenizaban el guateque. Hablando de un país como es Serbia, no está nada mal estar en la cúspide de la pirámide de la idiotez.

Serbia. Veamos. Generalizar es malo, siempre hay excepciones. Y más aún si la generalización incluye, no a una profesión o franja de edad -"los funcionarios son unos vagos" o "los jóvenes son unos drogadictos"-, sino a todo un país. Pero en este blog somos mucho del odio por el odio, la rajada fácil y el jiñote sobre los muertos más frescos, así que no sólo nos lanzaremos alegremente a generalizar sobre los serbios, sino que volveremos tres líneas atrás para confirmar que sí, que los funcionarios son más vagos que la chaqueta de un caminero, y que a los jóvenes les gusta la droga más que los niños a un obispo en Boston.

Si los Estados Unidos vienen ejerciendo de gendarme mundial, sin que nadie les haya dado el cargo, durante los dos últimos siglos, los serbios llevan desde mediados del diecinueve siendo los macarras de Europa. Y no unos macarras cualesquiera, no; son el beluga del macarrismo. Simplemente tecleando 'Primera Guerra Mundial' en whiskipedia, originada por el asesinato del heredero al trono austrohúngaro, preparado por la Mano Negra, primera organización terrorista del mundo -serbia, cómo no-, se puede pasar un buen rato, enlazando palante y patrás, y disfrutando de la orgía prepetua de violencia que, desde sus guerras independentistas con el Imperio Otomano hasta los genocidios en Bosnia, llevan celebrando allí ciento cincuenta años.

Y en avispero que son los Balcanes, donde Serbia es la que más muerde, Ivan y sus amigos son los de mandíbulas más poderosas. Pertenecen a un grupo llamado Delije, ultras del Estrella Roja de Belgrado, que durante la guerra de Bosnia fue vivero de captación de los famosos Tigres de Arkán, un grupo paramilitar selectamente formado por lo más hijo de puta de cada casa que perpetró, entre otras hazañas, el genocidio de ocho mil varones musulmanes -todos los que encontraron entre los trece y los setenta- en Srebrenica, ante la cobarde cara de póker de los cascos azules holandeses.

De ahí vienen los ultras que ayer convirtieron Marasi en el infierno. Culpar al fútbol sería lo fácil; pero generalizar y culpar a Serbia me parece más fácil aún, y más acertado.

Dicen que, en realidad, lo que pretenden los ultras serbios es dar aposta una imagen incivilizada que les cierre las puertas de la Unión Europea. Huelga decir que, si a los intereses económicos de quienes mandan en Europa (sean quienes sean, no me vayan a pedir que los conozca, que voy por la calle con chándal y botas de monte) les interesa que entren, entraran aunque los ultras se hagan un Interraíl violando monjas de clausura.

Ahí están los culpables, y no en el puto fútbol, hospicio habitual, por otra parte, de lo más tonto y tarado de cualquier sociedad. Así son los chicos del Delije: actores principales de una guerra que desmembró Yugoslavia; bandas violentas en su propio país; uno de ellos, tan idiota como para ponerse un pasamontañas y dejar al descubierto una docena de tatuajes en los brazos.

Todo eso, junto con el carácter hipernacionalista que emite la población serbia en su conjunto, podría valernos para catalogar a todos los habitantes del país como unos hijos de puta genocidas sin escrúpulos, francotiradores de vocación todos ellos. Pero no. Esas cosas se las dejamos a los mayores, gente como Arturo Pérez-Reverte, que ha formado esa opinión viendo niños muertos en las calles de Sarajevo; mucho más válidas que las mías, basadas en que un país que elige a Clemente para que lleve a su selección no puede ser bueno. (Fíjense en nosotros, sin ir más lejos.)

lunes, 11 de octubre de 2010

Sucesos

Había una vez un veinteañero en la calle con un perro. Un perro que era perra, y un veinteañero que en ese momento podía no estar en la calle, sino dentro de su coche al ritmo del pumba-pumba, pero habíalos una vez.

La cosa es que al chaval lo podríamos catalogar como perteneciente a esa raza de infraseres a los que en el argot suele llamarse canis: el típico mozalbete con gorra, chándal, piercings y un canuto en la boca, que se cree más español con el chándal del Madrid (Reno Renardo dixit). Un idiota en toda regla, vamos.

Y no tuvo otra idea el cabezacenicero éste, que comprarse un perro. Y, cómo no, tiro a lo duro. Hardcore canino. Una rotweiler como Dios manda. Con sus dos hermosas hileras de maxilares sostenidas por una mandíbula que tiene la misma fuerza de presión que un compactador de basuras, más o menos. Para más cojones, hembra.

Aquí surge mi segunda duda de esta gris mañana de otoño (la primera ha sido si esta semana me tocaba cambiarme los calzoncillos): si necesitas superar un test psicoténico hasta para poder conducir un ciclomotor de cincuenta centímetros cúbicos, ¿cómo pueden permitir que cualquiera se compre un perro? Un perro de raza potencialmente peligrosa, como era el caso, requiere de un dueño que sepa controlarlo, pero aunque el animal sea un bicho pacífico y mansote, un setter, por ejemplo, sigue siendo un ser vivo, que tiene sentimientos, y que no merece estar bajo el sometimiento de un subnormal al que se le negaría la potestad de hacerse legalmente con una puta vespino.

Bueno, pues iba el cani con la perra por la calle, y como tenía más cojones que nadie, la llevaba suelta, paseando por el barrio logroñés de Valdegastea (invasiones bárbaras a la inversa: los germanos bajaron desde el norte y acabaron con el imperio Romano; los canis vienen desde el sur y acabarán con la Humanidad).

En este momento de nuestra historia, al deficiente dueño de la perra -que respondía al nombre de Mia y estaba embarazada, para más señas-, que ya había recibido denuncias por su reiterada actitud de pasear suelto al animal, se le acerca un señor.

Resulta que el señor, que no sé si catalogar como anciano o no, pues desconozco su edad, pero que tenía un nieto, por lo que le bautizaremos como El Abuelo, insta a El Cani -anteriormente mencionado aquí como Cabezacenicero, o El Idiota- a que ate a la perra. Como era de esperar, las dos neuronas del dueño de la perra no son capaces de establecer conexión para determinar, en mutua y fraternal reflexión, la conveniencia de llevar atado al can.

La cosa se repite. El abuelo que pasea con el nieto, temeroso ante la integridad de éste, instando al otro a usar la correa; y el homínido bakaladero, pasando del tema, concentrado en la sesión de Máxima FM que años de speed a mansalva le han grabado gratuítamente dentro del cráneo.

Quién sabe si preocupado por la seguridad de su nieto, o por la suya propia; quién sabe si asqueado ante la inutilidad de las reiteradas denuncias, el abuelo agarra al nieto y se sube para casa. Pero, en lugar de quedarse en el salón viendo El Programa de Ano Rosa, al abuelo, que es cazador, deja al nieto al cuidado de Bob Esponja y se baja a la calle con una escopeta.

Uy, uy, uy, que la va a liar el viejo... Que la gente no baja con escopeta a la calle... Para mí que este tío no va a comprar el pan... Pues va a ser que no. El viejo ya tenía dos baguettes en la cocina, así que busca al simio (discúlpenme los chimpancés) de la rotweiler y, ni corto ni perezoso, le pega un tiro a bocajarro. A la perra, se entiende.

Eso se llama tomarse la justicia por la mano, y es lo que acaba pasando cuando quienes tienen que ejercerla están más ocupados tocándose los huevos o pidiendo patinetes para hacer las rondas por la ciudad sin dar un paso.

Después, juicio rápido, multa de 72 euros e indemnización de 400, con lo que el vecindario ha ganado en seguridad y el idiota en capacidad de compra de sustancias inhalables.

En Bilis, donde la ineficacia del sistema hispano (judicial, en este caso) es es un tema tan recurrente como el antimadridismo, el retraso mental de nuestro Presidente o la adicción del Jefe del Estado a cualquier vicio caro que podamos pagarle, deberíamos estar contentos al ver que alguien se toma las cosas a la tremenda y hace justicia sin necesitar a la Justicia.

Pero no. Ahora un viejo tiene antecedentes. Ahora un idiota tiene sesenta y tantas mil pelas para comprarse lo que quiera: un subwoofer, medio litro de éxtasis, u otro perro tan peligroso como el anterior que llevará, más que probablemente, de la misma manera. Y ahora, la pobre perra, de cuya peligrosidad ella no tiene la culpa, pues se encuentra en su naturaleza, está muerta.

Aportamos sugerencia para la próxima vez, que probablemente la haya: una vez puesto el abuelete a tomarse la justicia por su mano, el tiro a bocajarro le hubiera venido mejor al imbécil del dueño. En toda la boca.

domingo, 3 de octubre de 2010

Pobre hombre

La dosis bílica de hoy proviene de un correo que circula por internet contando la triste historia de un hombre duramente afectado por la crisis. Así que hoy me hago eco de él, y les hablaré de ese hombre, al que para más inri conozco de vista, que no lo está pasando nada bien por culpa de los especuladores que provocaron esta crisis y todos los políticos que no han sabido solucionarla.

El hombre en cuestión tiene setenta años, pero sigue realizando las mismas labores que cuando tenía cuarenta o cincuenta. Pero no sólo su vejez escapa de lo habitual, en su juventud, y por ser hijo y nieto de exiliados, tuvo que vivir fuera de España hasta los veintisiete. Sólo en los últimos años de la dictadura franquista pudo volver a su país. Ya asentado en España, le llegó la muerte de su padre, al que no sabían siquiera dónde enterrar.

Su madre, que sobrevivió a su padre, estuvo postrada muchos años en silla de ruedas, hasta que partió en busca de su esposo, hace ya unos años. Desde entonces, nuestro hombre, ya sin padres a los que cuidar, sólo tiene ojos para su familia.

Su mujer es inmigrante, y tiene tres hijos -dos chicas y un chico- con ella. De los tres sólo una trabaja, la del medio... pero no cobra nada. De esa forma, todos, incluídos los nietos, viven de su asignación. Ya ven que la vida de nuestro amigo, metido de lleno en la tercera edad, no es para nada plácida y tranquila, como se le supone a alguien de su edad. Y les juro que, en este marco de sandeces que es Bilis, todo cuanto les cuento hoy es rigurosamente cierto, tal es la tristeza del caso de este señor.

Conozcamos a sus hijos. La hija mayor se acaba de divorciar. El yerno -o ex-yerno, mejor dicho- se daba a las drogas, al alcohol, a las putas y a no sé cuántas cosas más. Así, la pobre hija mayor se ha quedado sola a cargo de sus dos hijos, y con poquitas posibilidades de encontrar otro hombre que la quiera, pues ya no es joven y nunca ha sido especialmente agraciada. (Otra punta más en el camino de esta familia; además de todas las dificultades mencionadas, son bastante feos, todo hay que decirlo.)

El pequeño, que es el chico, como decíamos, aún no se ha ido de casa, pero ya se ha casado... con una divorciada, a la que ha llevado a vivir con ellos. La chica, que antes tenía buen aspecto y un gran puesto de trabajo, dejó su curro nada más concretarse la fecha de la boda, y no tiene intención de volver a él. Además, cada día parece más enfermiza. Puede que tenga bulimia. Afortunadamente no traía hijos de su matrimonio anterior, pero a las dos niñas que han tenido juntos también las tiene nuestro protagonista que mantener de su dinero y alojar bajo su techo.

Por si faltaba algo, este año nuestro protagonista ha tenido problemas graves de salud. En primavera tuvieron que extirparle el treinta por ciento de uno de sus pulmones, y entre la penosa recuperación y las desastrosas consecuencias de la crisis, ha tenido que pasarse el verano encerrado en casa, sin poder siquiera salir de vacaciones, que era una de las cosas que más reconfortaba en otras épocas a su corazón, carcomido, como vemos, por no pocos ni leves problemas.

Es más, con la tan manida crisis este año apenas pudo disfrutar de la victoria española en el Mundial, a pesar de que siempre le ha encantado el deporte y que incluso, en medio de tantas dificultades, cuando se encontraba bien de salud él mismo solía practicarlo. Pero nuestro hombre no se dejó amedrentar por todas estas circunstancias adversas, barros procedentes de lodos de años de nula planificación, corrupción, especulación inmobiliaria y malos gobiernos.

De esta forma, y para darse una alegría en medio de tanta desgracia, muestra del talante de este respetable ciudadano, que intenta siempre mostrarse alegre allá donde va -a veces lo hace de manera exagerada, lo que puede dar una imagen algo tontuela de su persona, pero él es así, llano y campechano-, nuestro protagonista acudió al homenaje a los triunfadores de Sudáfrica, como tantos otros cientos de miles de españoles que recibieron a la selección en las calles de Madrid.

Esta es la historia, a grandes rasgos, de un señor de la tercera edad que tiene que arreglárselas cada día para sobrevivir y sacar adelante a su familia en medio de esta España difícil que le ha tocado vivir. Se llama, quizás ya lo hayan adivinado, Juan Carlos de Borbón, y es un pobre hombre.