miércoles, 25 de febrero de 2009

La(s) alfombra(s) roja(s)

Bienvenidos al espectáculo contemporáneo por antonomasia, nuestro culmen cultural, el acontecimiento definitivo al que no puede abstraerse la bendita población de este país y con el cual cierran irremisiblemente todos los informativos durante una fría semana de febrero.

La otrora Pasarela Cibeles, actualmente rebautizada (creo) como Madrid Fashion Week, y que en un futuro, esperemos no muy lejano, quizás sea mundialmente conocida como Desfile de Zorras (semi)Vestidas por Maricones y/o Caramierdas para Regocijo de Deficientes Mentales.

Allí contemplaremos trajes imposibles que pretenden marcar las tendencias de lo que se llevará el próximo invierno, o al siguiente. Yo se lo diré: se llevará lo mismo que éste, cazadoras abrigadas, gorros, guantes y, si llueve, un modernísimo complemento llamado, alucinen, paraguas. Todo ello si no se te ha descosido antes por quince partes distintas tu abrigo que lleva viendo inviernos desde que Charlton Heston estrenó El Cid o tienes posibles para hacerte con la prenda más barata que encuentres en los chinos, el Zara o similares tugurios de manufactura infantil asiática.

Ninguna persona en su sano juicio se haría con estos demenciales vestidos, que, supongo, van dirigidos a las altas y ricas esferas de la sociedad, donde lo ridículo hace tiempo que abrazó a lo habitual para, juntos de la mano, aplastar al sentido común y la decencia.

Si la mayoría coincidiríamos en que todo esto no nos interesa lo más mínimo, ¿por qué nos torturan ofreciéndonos en cada telediario todos estos trajes imposibles que ninguno de nosotros compraría?

Trajes imposibles, en fin, diseñados por dementes que desprecian la utilidad de una prenda para ponerla al servicio de la más absoluta y horrenda incomodidad con el fin de obtener, merced a tanto despropósio, que un trozo de tela se convierta en una "creación" y multiplique exponencialmente su precio.

Trajes imposibles, diseñados por dementes, desde luego, y portados por caricaturas de mujer, sin un sólo gramo de grasa, que oradan los asientos donde se posan al carecer de nalgas, apenas conscientes de la existencia de unas formas al torso que en su momento se llamaron tetas, pero luciendo orgullosas los huesos de las clavículas.

Y esto, señoras y caballeros, es el pan nuestro de cada día, el que más fervientemente aplauden los palurdos que se tienen a sí mismos como las elites de nuestra sociedad. Una noticia de portada con la que edulcorar las insufribles vidas de los desgraciados humanos de la calle.

Por si fuera poco, todo ello viene aderezado con unas sutiles gotas de glamour hollywoodiense; actrices millonarias luciendo sus modelitos en la gala de la Academia Estadounidense del Cine, los Oscars, que este año se han vivido por estos lares como si de una Eurocopa invernal se tratara.

Otra vez los medios, la eficiente horda idiotizante que nos indica a quién y por qué debemos amar (generalmente a una guapa o un famososo y por la irrebatible razón de ser ricos y/o españoles, como nosotros -como nosotros por lo de españoles, claro) nos ha advertido de la aparición de un nuevo mesías, nueva en este caso. Una chica de Alcobendas asentada en La Meca del cine, cuyo triunfo debemos celebrar, compartiendo desbordantes dosis de alegría popular en su honor.

Semejante mezcla de conceptos tan ridículos y despreciables como el glamour, las tendencias, el estrellato y el patriotismo forman hoy nuestro opio del pueblo.

Quizás no sea mal momento para darse a los opiáceos (a éstos o a los de verdad, sin metáforas que valgan) porque un vistazo a la realidad presuntamente seria, con ministros de justicia cazando ciervos sin licencia o candidatos a la presidencia de comunidades autónomas disfrazados de protagonistas de series extraterrestres, deja pocas puertas abiertas hacia una salida decorosa que evite el suicidio, ya sea éste rápido e indoloro, del tipo tajo en las venas, o lento e insufrible, vía contemplación masiva de telediarios repletos de sandeces.

Así que aquí está (estamos), hoy pasarela cuando ayer fue sacristía, siempre el espíritu burlón y el alma quieta, devota de su propia tontería, España de charanga y pandereta...

martes, 17 de febrero de 2009

Una de crítica literaria

Encontrábase servidor ordenando unos libros cuando me dí cuenta de que tengo más libros del señor Arturo Pérez-Reverte que cintas de chistes de Arévalo. Eso tiene que ser una señal.

De todos es sabido que Bilis está concebido por y para el odio, y la verdad es que no se puede decir que odie a don Arturo. Más bien al contrario. Soy un lector asiduo del caballero, tanto de sus novelas como de sus artículos, pero como él si que es un tipo muy proclive al odio, hoy vamos a darle un repaso a algunas las cositas que este murciano (otia pijo, güeba) ha parido y que se yerguen sobre mi estantería superior. Al lío.

El Club Dumas y La Tabla de Flandes

Libros de misterio, bastante buenos. Debido a que me los leí más o menos cuando los dinosaurios poblaban la Tierra, en aquellos tiempos en los que dentro de mi váter había un sofá, no sabría valorar su grado de risión.
Como la resolución sobrenatural de misterios siempre me ha parecido algo cutre y más propio de un niño de nueve años que de un escritor profesional, me quedo con La Tabla.
Comenzaron con estos dos las adaptaciones al cine de las novelas del susodicho y, como se verá a continuación, todas ellas me producen una indefinible mezcla de asco y pena.
Destacar que, afortunadamente, la siguiente vez que Reverte se dio un paseo por Flandes ya iba acompañado de Alatriste, y el resultado fue más que satisfactorio.


Las aventuras del capitán Alatriste

Estocadas en callejones oscuros y mucha épica; tipos que no se lavan, se matan entre ellos por menudencias y hacen lo mismo con el prójimo por trabajo. Una gran país, así era el Imperio que tanto loaba Paquito Franco.
Todos ellos poseen risión a mansalva. Los hay con más intriga o aquellos donde predomina la acción, que particularmente son mis favoritos. Pasajes sangrientos, plagados de peleas, explosiones, asaltos y degüellos demasiado explícitos para ser disfrutados por un progre zapateril amante de las primaveras perpetuas. Hay pasajes menos sangrientos, como el de la taberna del Chorrillo, que tampoco te enseñarían en catequesis.
A decir verdad, no te enseñarían nada de lo que sale en estos libros; la Iglasia queda retratada como una secta de locos y sinvergüenzas fanáticos ansiosos de poder. Quién lo diría, ¿eh? Cosas de la ficción...
De momento hay seis libros, pero vendrán al menos dos más.Ansío que en el próximo volumen (Misión en París) Reverte se digne a hacer cruzar el acero de Alatiste con el de D'Artacan para que le raje cual jincho de polígono. Los Mosqueperros han creado odios imposibles de superar.
Los libros son cojonudos, pero algún lumbrera debió de ver el éxito en pantalla de Frodo y cía. y les dio por grabar la peli. Y la jodió del todo. Porque a pesar de robarte los seis euros de la entrada, la película más cara del cine español no tiene presupuesto para un narrador. Por eso, quien no ha leído los libros tiene menos futuro que Serafín Zubiri en La ruleta de la fortuna, y el que los ha leído tan sólo puede poner cara de póker y rezar para que, después de destriparte el final de alguno de los protagonistas de la saga, Agustín Díaz-Llanes se cruce contigo por la calle para abrirle en canal con una vizcaína.

Cabo Trafalgar

"El teniente de navío Louis Quelennec está a punto de entrar en los libros de Historia y en este relato, pero no lo sabe. De lo contrario, sus primeras palabras al amenecer el día tal, hubieran sido otras.
-Hijos de puta -dice el teniente."
Un libro que empieza más o menos así tiene, por cojones, que contener grandes dosis de humor. La superpoblación de gaditanos que hablan castellano peor que un orangutan criado en una aldea de Lugo no hace sino abundar en ello. Sangre a manta y una bonita escena final que, a pesar de la bandera, pasa bastante de patriotismos idiotas.
Conste también en su haber que la segunda vez que el tal Quelennec abre la boca, dice:
-Hijos de la gran puta.


La carte esférica

No todo pueden ser elogios. Hay que tener en cuenta que incluso los hombres más grandes, como Pedro Reyes o el Fary, también tienen que hacer cosas feas en ocasiones. ¿O se creen ustedes que Reverte no caga? Pues sí, lo hace, y yo tengo 478 páginas que lo demuestran.
Leído hace demasiado tiempo como para extenderme más en una crítica que resulte fiable, me contentaré con decir que preferiría tener que comerme las tapas a leermelo de nuevo.

Y para acabar, La sombra del águila

Venturas y desventuras de un grupo de soldados españoles embarcados en el ejército napoleónico durante la campaña rusa. Comienza bautizando al emperador como le Petit Cabrón y acaba con una épica demostración de amor homosexual ibérico. Todo ello regado con mucha sangre y el habitual humor revertiano que incluye, por ejemplo, una increíble estocada a Rocío Jurado sin venir a cuento que hará las delicias de cualquiera que odie fervorosamente la copla.
Es muy cortito, y una vez que se ha leído por completo y se conoce la trama, puede abrirse por cualquier página y, sin prestar demasiada atención al argumento, dedicarse a esquivar intestinos y metralla en el campo de batalla o deleitarse con las aversiones del señor Reverte y partirse todo lo que cultamente se viene llamando la raja del culo.

Probablemente el mejor libro de todos los tiempos. Chúpate ésa, Tolkien.

miércoles, 4 de febrero de 2009

Ha muerto el Estado

Señoras y caballeros, tengo una noticia que darles: ha muerto el Estado. El Estado Español, se entiende.

No debe confundirse el Estado Español con España. Eso ya lo hacen, estúpidamente, en la ETB y afines, con chorradas del estilo de la producción de remolachas del Estado Español -ya me gustaría a mí ver a los sinvergüenzas que constituyen la estructura del Estado sacando remolachas de una pieza embarrada-. Pero el Estado no es el país, sino el conjunto de instituciones que lo controlan, y el conjunto de instituciones que chupan del bote que es este montón de tierra con chalés que queda del lado de abajo de los Pirineos ha decidido ignorar todo lo que les ocurra a nuestros ibéricos ojetes.

En plan Schuster, o sea, pasando directamente de todo y sin tener la vergüenza de ocultarlo. Lo malo es que a éstos no les puedes echar. ¿O si? Nunca se sabe, y convendría no perder de vista el revuelo otoñal griego. Las boutiques y los bancos ardiendo mientras una policía acosada dejaba de pegar tiros para recular hasta defender el parlamento heleno pueden ser un buen indicio de cómo echar de una vez a todos estos schusters que se ríen de nosotros. Aunque es poco probable que esto suceda aquí. España es un modélico Estado moderno. O casi, ahora verán.

Los Estados modernos tienen, fundamentalmente, cuatro cosas, a saber: un Jefe del Estado y tres poderes -Legislativo, Ejecutivo y Judicial- que, al ser independientes unos de otros, garantizan la separación de poderes y otras cosas muy bonitas, como la igualdad y la libertad de las personitas. Pues bien, me encuentro en condiciones de afirmar que en España ya no existe Estado, y si existe está riéndose de nosotros, en plan Schuster total.

El señor Jefe del Estado, que no tendrá otra cosa mejor que hacer, se ha dedicado el último año a la realización de eventos cómico-festivos de gran audacia, como incitar al secuestro de revistas de risión, tener la osadía de mandar callar en público a otro Jefe de Estado -quizás igual de inútil, pero cuya legitimidad en el poder no es más dudosa que la suya propia- y a permitir a su esposa hacer manifestaciones políticas sobre todo lo que le salía de su helénico higo.

Dos de los Poderes han continuado, impertérritos, su tradicional inutilidad. Así, el Legislativo continúa plagado de vagos que ya ni se contentan con pasarse por el Congreso a sestear o meterse farlopa en los baños; ahora la matoría de los días ni van. Mientras, el Ejecutivo, para no perder nuestra genial tradición democrática, alcanza insuperables extremos de inutilidad, mentira compulsiva, ineficacia y buen vivir partiendo de las más altas cotas de la pasividad y la desvergüenza. Y se esfuerzan ahora en inculcar en la población estúpidas consignas que eviten que el castillo de naipes y frágiles ladrillos que sustenta el capitalismo en España se vaya a tomar por el culo. Don't worry, be happy. No dejes de comprar, my friend, por tus muertos -dicen, una vez que se saben incapaces de combatir una crisis que les ha pillado cagando y sin papel.

Y finalmente, el tercer Poder, el que debe someter a todo lo anterior bajo la ley que los iguala con el Pueblo... ese directamente ha decidido orinarse en las caras del personal, porque, cual anuncios de L'Oreal, ellos lo valen.

Los jueces españoles empezaron a convertirse en el mayor espectáculo del mundo ordenando el derrumbe de un barrio de pescadores en Canarias. Mientras las excavadoras enviadas por el juzgado ejecutaban la sentencia en horas, en la costa andaluza y la levantina, continuaban los pleitos para mantener en pie hoteles que incumplen la misma Ley de Costas por la que a los pescadores canarios les han dejado sin techo. Llevan así años, y me juego la bolsa escrotal de un fiscal a que ésos no los tira nadie.

Por si ésto no era suficientemente divertido, y como si su plan último fuera cerrar el circo Holiday para perpetrar el espectáculo en su lugar, un juez deja en libertad a un violador que, estando en la calle, se carga a una niña. Después, y para enmendar el entuerto, otros jueces le ponen al anterior una multa más leve que si le hubieran pillado defecando entre dos coches en una madrugada de borrachera, y dejan sin trabajo a su secretaria un par de añitos, para que aprenda a no traspapelar cosas, que luego la prensa se pone muy pesada con el pobre juez.

La corrupción innata de los políticos y los chanchullos constantes eran habituales en este guateque de ladrones, fascistas y asesinos, pero la novedad es que ahora los jueces han decidido dar un paso adelante y reclamar su parte del pastel. Visto que su ineficiencia ancestral apenas tiene repercusión, ahora se meten de lleno en esta fiesta de carroñeros, y, hartos de ser tan inútiles como todos los otros pero en la sombra, se lanzan al ruedo a pecho descubierto.

La muleta la lleva un juez (Tirado de nombre propio e hijo de la grandísima puta de adjetivo, para más señas), que no sólo no tiene remordimientos sobre su actuación, sino que se atreve a pasar al ataque y convoca una huelga que sus compañeros secundan, demostrando con su corporativismo que todos los que dicen que España es un país de envidiosos mienten y que aquí todo es solidaridad con el prójimo.

La huelga -creía yo, aunque parece que estaba equivocado- es un derecho que asiste a los ciudadanos para protestar contra sus superiores. En la mayoría de los casos, ésta tiene como objetivo mostrar su malestar con el Estado mismo. Ahora bien, ¿y si es el Estado, o una parte de él, quién se pone en huelga? ¿Contra quién protestan? ¿Se imaginan al rey de pataleta pública porque se le critique? ¿O a Zapatero y sus ministros, o los demás diputados, declarándose en huelga porque la prensa se mete con ellos? Ridículo, ¿no? Pues igual de absurdo es una huelga de jueces.

Ridículo pero real. Y si cualquiera con dos dedos de frente consideraría que con un Gobierno en huelga sería imposible la continuidad del Estado, no olviden que ZP&friends son solo una de las tres patas del banco. Así que, corazones, acaba de morir el Estado. Y yo con estos pelos.

No lo dirán a las claras, porque viven muy bien chupándo de sus ubres, que son las nuestras, pero en España ya no existe el Estado. Así como hubo en la historia una primera monarquía, una primera república, un primer estado califal o uno socialista, en España se acaba de instaurar el primer régimen jetocrático, fácilmente reconocible porque en él sus dirigentes se eligen en función de la dureza de sus caras y han cambiado sus tareas de organización y control del país por el humor y la vida parasitaria.

No se extrañen pues si el día de mañana, viendo la dosis de pasividad con la que nos lo tomamos todo, que demuestra hasta qué punto aceptamos de buen grado sus desmanes, se van incluyendo nuevas actividades como complemetos a este cambio de régimen, y parlamentarios absentistas, reyes que parecen latin kings o jueces huelguistas dan paso a la micción generalizada del estamento dominante sobre los viandantes desde las ventanas del ayuntamiento tras las que los concejales de su pueblo disfrutan de la restitución del derecho de pernada. Serán cosas de estos tiempos modernos y usted deberá abrir la boca, o el culo, o lo que le toque, y tragar. La jetocracía es lo que tiene.