martes, 30 de agosto de 2011

JMJ II: carné de secta

Pero, por si acaso todo lo anteriormente expuesto no era ya suficientemente vergonzante, el amigo Ratzinger, muy al estilo de las bodas de Canaán, reservó lo mejor para el final.

El último día, en la homilía -que es cuando alguien que predica la bondad de un Dios humilde se cree capacitado para adoctrinar a sus iguales- el Papa aseguró ante la multitud entregada de papaflautas que "no se puede seguir a Cristo sin la Iglesia"; un mensaje que, claramente, no iba dirigido a la audiencia que Su Santidad tenía ante él en esos momentos -católicos practicantes ya todos ellos (o no, ver más arriba, en el párrafo relativo a la Sagrada Familia)-, y por tanto, impermeables ante una advertencia que reprocha una actitud que no es la suya.

El tirón de orejas iba para todos los demás, aquellos que creen en Cristo, pero no en la Iglesia; aquellos que siguen la doctrina del respeto al prójimo, pero ignoran o reprochan la actitud de una institución que, durante dos milenios, se ha dedicado a predicar blanco y hacer negro, a practicar la más descarada hipocresía como forma perpetua de vida y crecimiento.

Podéis ser todo lo buenos que queráis, pero si no sois de los nuestros, no valéis nada.

Ni este blog de mierda es el lugar adecuado para exponer con profundidad las convicciones religiosas de su autor, ni probablemente éstas sean demasiado profundas como para merecer ser expuestas. Pero siempre he visto el agnosticismo como la opción más consecuente: la misma irracional insensatez me parece aquel que afirma creer a pies juntillas en un Ser Todopoderoso, omnisciente y constantemente inmiscuído en nuestras vidas, vestido de blanco y moviendo su larga barba canosa para favorecer que un tipo que acaba de santiguarse haga pleno en la bolera de su pueblo; que el otro que niega la mayor, y atribuye a la casualidad la existencia de todo el complejo sistema de relaciones físicas y químicas que rige e universo, sin que absolutamente nada haya intervenido en su origen.

Así, desde la postura del algo habrá -no digo humanoide, ni siquiera algo que asegure mi trascendencia-, me parece lamentable que el presidente de la mayor corporación internacional de la historia y líder espiritual de buena parte de la población mundial se dedique a lanzar mensajes de chantaje hacia aquellos que, creyendo en la bondad, la solidaridad, el respeto al prójimo y tantas otras enseñanzas que los propios Evangelios canónicos -los únicos hoy en día aprobados por el negocio del Papa, vaya- atribuyen a Jesucristo, renieguen de ese negocio.

Si no estás con nosotros, colega, si no pones la equis en nuestra casillita, si no comulgas con las ruedas de molino ultraderechistas que nuestro divino dogma proclama (condones, homosexualidad, sumisión jerárquica...), lo mismo daría que fueras por la calle violando y matando. Si no tienes nuestro carné y no sigues mis directrices, estás fuera.

Pues nada. Con eso queda todo dicho. Si la ostentación y el apego al poder, cuando no el pecado puro y duro (extorsión, asesinatos, guerras; lean un poco y vean qué bonita fue la Edad Media en Roma y alrededores) durante veinte siglos no eran suficientes como para alejar a la inmensa mayoría de la población de las iglesias, ahora le añaden unas gotas de burdo y patético chantaje: "no se puede seguir a Cristo sin la Iglesia", o dicho en cristiano "aquí importa más la prosperidad de nuestra secta que unos lejanos y ya olvidados valores morales".

Así les va, cada vez menos gente joven (no esa de Madrid, o la que se apunta al circo de la JMJ para ver de gratis la Sagrada Familia en Barcelona) en las iglesias cada domingo.

Paz, amor, solidaridad... y una puta mierda como el cimborrio de la catedral de Burgos. Dinero, dinero y más dinero. Y, entre medias, mientras cuentan los beneficios de esta mierda de JMJ, si algún pobre crédulo sigue a pies juntillas las chorradas doctrinales del payo Ratzinger, y mete la cola en caliente sin protección, pues que se joda. Si muere de sida o hepatitis, que se joda; si tiene quince hijos y tienen que comer arena, que se jodan todos. El domingo, que vayan a misa y echen algo al cepillo.

viernes, 26 de agosto de 2011

JMJ I: surfin' papaflautas

Imagínate al Papa en chándal, Su Santidad en chándal, con una gorra de hélice y chanclas, chanclas.

Lo cantaba Mamá Ladilla cuando el Santo Padre aún no era un ex de las juventudes hitlerianas clavadito al Lord Sidious de La Guerra de las Galaxias, sino un portero polaco de fútbol aficionado, o algo así.

El caso es que, con chándal para los ratos íntimos en la nunciatura o no -tiene su aquel imaginar a Ratzi embutido en tactel, viendo el partido de pelota del viernes por la noche en la vasca, tumbado en un sofá y con los pies apoyados en un taburete-, Joseph Alois Ratzinger, alias Benedicto XVI, ex prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, lo que de toda la vida de Dios ha sido la Inquisición, se pasó a mediados de este mes de agosto por la capital de España, faro del catolicismo y guardiana de la Fe, para participar en las Jornadas Mundiales de la Juventud.

¿Y eso qué es lo que es? Pues, vamos a ver si logro explicarlo un poquito.

Las Jornadas Mundiales de la Juventud -también conocidas como JMJ en el molón lenguaje esemeesé del siglo XXI que la Iglesia Católica parece ser domina a la perfección- son unos días en los que una multitud de jovenzuelos (colocando el límite de la edad adulta en el mismo umbral que las Juventudes del PP, donde su presidente tiene un par de años menos que Manuel Fragel Rock) peregrinan hasta una ciudad para "arraigados y edificados en Cristo, mostrar la firmeza de su fe". (Eso es el lema de la JMJ 2011, no crean que he vuelto a beber).

Sobre esa premisa, una ingente marabunta de jovenzuelos llega a España en busca de alojamiento gratuito en polideportivos públicos y otros lugares similares, antes de colapsar Madrid durante una semana, todo ello a cargo del Estado Español, aconfesional y laico como el que más.

Para la organización de tan magno evento, la policía dispone a sus cuerpos de élite que, aparentemente ya cansados de apalear jóvenes con mochilas desde mediados de mayo, se muestran ahora mucho más comprensivos con los cortes que los papaflautas ocasionan en la vía pública.

También, en previsión de que a la madera le entrase un súbito ataque de generosidad, y se vieran obligados a repartir leña gratuitamente, la JMJ también fue sazonada con una marcha de protesta de rojos subversivos y maricones (probablemente de la ETA), contrarios al dispendio que la visita papal suponía para las arcas del único país de Europa capacitado para alcanzar más temprano que tarde el nivel de mendiguismo de Grecia o Portugal.

Los actos incluyen misas, viacrucis con militares portando imágenes religiosas (las únicas vírgenes de Madrid iban bajo palio) y partidas simultáneas de confesiones, en las que un sólo cura se enfrenta a una docena de confesionarios, absolviendo y dictando penitencias con maestral pericia kasparoviana.

Y, como colofón final, un concierto en vivo de Benedicto XVI. Porque digo yo que algo se cantará, que para dar una simple misa y una homilía repleta de dardos hacia la inteligencia humana y la base del propio cristianismo, podría haberla dado desde Roma, por Skype.

Además, y para que la riada de público asistente al asunto no tenga problemas de transporte, manutención, ni aburrimiento, el transporte público es gratuíto; los menús corren a cargo de la organización, siendo servidos por voluntarios -voluntarios que pagan 90 euros por serlo, lo que, dicho sea de paso, incumple la ley española del voluntariado-; y las colas ante museos o catedrales desaparecen milagrosamente ante la marabunta papaflauta.

En Barcelona, por ejemplo, y ya con Bene en los Madriles (¿pero no iban a verle a él?), decenas de peregrinos evitaban las kilométricas colas de la Sagrada Familia entrando al templo directamente por una puerta lateral habilitada para la ocasión.

Por último, y para que la muchachada no se mezcle con el tráfico veraniego madrileño, algunas de las principales arterias de la capital permanecieron cortadas durante toda la semana. Lo mismo ocurrió con el aeródromo de Cuatro Vientos, sede del fin de fiesta.

La cuenta total, cincuenta millones de euros presupuestados que, según las malas lenguas finalmente ascendieron a casi el doble, a cargo de este Estado nuestro -o sea, a cargo tuyo-, laico, aconfesional, y gobernado por socialistas.

El resultado, una fiesta de la hipocresía en la calle (con su dosis de noche madrileña, alguno fijo que mojó y todo) y de demagogia en los medios de comunicación. De la hipocresía porque con todo el dinero que se mueve en la JMJ pueden comer en África todos esos pobres y humildes a los que el Papa llama bienaventurados en sus eucaristías. Y de la demagogia porque ninguno de los payasos de Intereconomía que afirmaban no haber visto jamás los jardines de El Prado tan limpios como después de la visita de miles de jóvenes al museo -¿antes, quizás?- se metió la boca en el culo cuando se supo que harían falta camiones de basura trabajando a destajo durante una semana para limpiar de mierda Cuatrovientos.

sábado, 13 de agosto de 2011

La gran mentira

Dentro de este mundo nuestro de hoy en día, en el que apenas somos algo más que marionetas en manos de los poderes económicos, una de las mayores mentiras que nos han contado a los mierdecillas de a pie se llama Unión Europea.

Nos han vendido un mercado único, un gran y fraternal espacio común para todos los europeos, donde las personas y los productos pueden transitar libremente en busca de nuevas oportunidades.

Y, obviamente, es mentira. No tiene las mismas facilidades para viajar por el Espacio Schengen un inglés o un alemán que un búlgaro o un rumano. Que lo pregunten a los gitanos desalojados de Italia y Francia, y lo comparen con los alemanes e hijos de la Gran Bretaña que atestan Mallorca o Benidorm.

Además, este ficticio continente utópico, lleno de oportunidades, continúa viviendo en la desigualdad más absoluta, donde las economías y sistemas de producción de los países de mierda -Gracia, Portugal, nosotros- tienen que ser sostenidas por aquellos con verdadero poder económico, especialmente Alemania. ¿Y qué obtiene Alemania a cambio? Pues no lo sé porque no es algo que la opinión pública conozca (creo), pero me temo que no será ninguna minucia ni sería honroso para nosotros saberlo, dado el oscurantismo que sobre todo ello impera. Aunque quizás los alemanes sean generosos por naturaleza, y financien con sus ayudas las subvenciones al deficitario campo español, donde el agricultor cobra miseria y media y subsiste gracias a ayudas de Bruselas, mientras los intermediarios se hacen de oro elevando el precio de esos mismos productos hasta unos límites que, en ocasiones, resultan inasequibles para los consumidores. Sí, quizás sea eso. Alemania es una ONG.

Mi fobia por la Unión Europea no es nueva, pero se acrecentó anoche al comprobar, entre iracundo y perplejo, cómo vuelven a gastarselas los agricultores gabachos en la frontera.

Decenas, centenares de cajas con productos agrícolas -parecían tomates- arrojados sobre el asfalto sin ningún pudor, luchando de esta forma contra unos productos que los vecinos pobres metemos más baratos en su mercado; en nuestro mercado, en ese supuesto mercado común.

Y, ante ese desolador panorama, ¿qué hace la policía francesa? Pues lo que lleva haciendo toda la puta vida. Nada. Pasividad total. En este caso, al parecer, ausencia de efectivos; pero no sería la primera vez que en el mismo plano en que esos hijos de la gran puta asoman por el televisor destrozando un cargamento de fresas o naranjas, hay media docena de mesiés con uniforme en postura indignantemente pasota. Como si comprobaran que lo tiran todo, sin dejar nada dentro de los camiones.

Lo primero que resulta indingante es el destrozo de semejantes cantidades de comida puesto junto a otras noticias que nos llegan simultáneamente de otros lugares del mundo como, por ejemplo, la crisis alimentaria somalí.

Pero, más allá de eso, que puede ser tachado como demagogia -al fin y al cabo a nadie, ni el que los tira, ni el que los transporta, ni el que los produce, ni el que los va a consumir, se le ha pasado por la cabeza mandar un mísero tomate a Somalia (para barcos de guerra que protejan a nuestros pesqueros mientras esquilmamos sus mares sí que hay presupuesto; pero eso es otra historia)-, quema por dentro la pasividad policial y la certeza de que la actuacion de la guardia civil en un caso similar acabaría con los camiones llenos y un montón de detenidos cosidos a hostias.

Así son las cosas. Ellos son ellos; nosotros somos nosotros. Siempre ha sido así, y siempre lo será. Y per secula seculorum España seguirá bailando al ritmo que impongan desde el otro lado de los Pirineos, gobernados por marionetas que, desde la Guerra de Sucesión a esta parte, siempre se han dedicado a engañar al pueblo en beneficio de sus amos del norte.

Para más inri, entre las imágenes de cabrones tirando hortalizas de ayer se deslizó una de la cabina del camión, donde una señora y una niña -mujer e hija del conductor, probablemente- lloraban desconsoladamente, abrazadas una a la otra muertas de miedo y vergüenza.

Cuando les parezca, los gabachos seguirán tirando la fruta de los pobretones del sur, mientras sus políticos se quejan de cara a la galería, a sabiendas de que no conseguirán nada porque, en realidad, no les interesa conseguir nada.

Jamás harán una campaña de boicot a los productos franceses, ni denunciarán ante el tribunal europeo que corresponda la pasividad de su policía, así que la única solución para que una manada de hijos de puta amparados por la gendarmería no destrocen una carga cuando les venga en gana puede ser un camionero loco, con diez toneladas de tomates de Almería en el tráiler y una ametralladora en la cabina. Pero claro, hay que estar muy pirado para cambiar fresas por años de cárcel sólo porque quienes deben defenderte se rían constantemente de tí.

martes, 9 de agosto de 2011

Anarchy in UK

Ya les conté hace un tiempo que tengo la sana costumbre de no ver telediarios. Bob Esponja sustituye al matinal, mientras desayuno; Los Simpsons al de mediodía y, en estas fechas veraniegas, raro es cuando el de la noche no me pilla tomando la fresca, como buena octogenaria que soy.

Esa es la razón por la que, a pesar de haber visto algún titular de pasada en la edición digital de cierto ruralísimo periódico, no tenía ni puta idea de la magnitud de lo que se estaba cociendo en Inglaterra. Hasta hoy.

Quizás sea que el capítulo diario de nuestros dioses amarillos no practicaba esa lamentable manía de interrumpir la publicidad; o porque la Vuelta a Burgos acabó la semana pasada y no había una contrarreloj por equipos entre Pradoluengo y Belorado -verídico, lo juro- que echarme a los ojos. El caso es que las noticias de Cuatro me han abierto los ojos a una realidad paralela de casas ardiendo, calles con urbanismo postapocalíptico y comercios destruídos.

Dicen que lo que empezó como una protesta ante un asesinato policial en el londinense barrio de Tottenham ha degenerado en la iracunda y descontrolada acción de pequeños grupos de chicos jóvenes, muy jóvenes, practicando una destrucción de proporciones bíblicas, a la que sólo le faltan unas dosis de herejía arriana y cargarse al San Agustín de turno para ser llamados vándalos con todas las de la ley.

Y la tele, esa niñera que nos cuida y nos vigila, nos aconseja y nos educa, ya ha puesto el dedo en la llaga señalando los culpables.

La culpa es, ojo al parche, de los videojuegos. En concreto del GTA, que lleva más de una década permitiendo a la juventud simular que eres el Tito MC buscando al de rojo de la botella por las calles de Los Ángeles, pero que, oh casualidades del destino, ha ido a destapar su fragancia malévola en este preciso punto del verano inglés. Como si antes nadie se hubiera engorilado reventando la ciudad en la Play, o como si fuera de la Gran Bretaña nadie tuviera videoconsola.

Otras muestras de violencia permitidas, alentadas y generadas por el poder -como las Guerras de Irak o Afganistán, o el festival de Eurovisión, por ejemplo- no tienen, al parecer, nada que ver como que los minibritánicos se hayan vuelto locos.

El culpable, como ven, es un videojuego; y el catalizador es una cosa llamada Guasap, un servicio de mensajería instantánea y gratuita que deben tener las Blackberrys. Si vieran ustedes mi móvil, que fue ensamblado en Atapuerca, comprenderían mi completa ignorancia tecnológica ante la mención de estos términos. A pesar de ello, me da el coco para pensar que eso no debe ser barato.

Niños de papá con tecnología cara sembrando el caos. Alucinante. Y la prensa poco menos que culpando a la Play.

Pero, no contentos con señalar como culpable a un videojuego, eximiendo de toda responsabilidad al sistema educativo o al económico; o a la propia televisión como modeladora de las mentes de esos jóvenes descotrolados, encima lo llaman anarquía.

Anarquía, analfabetos de los cojones, significa ausencia de gobierno, no destrucción. Anarquía -más o menos- tienen los belgas, con casi año y medio sin Ejecutivo, y no he visto arder Bruselas en todo este tiempo. En Inglaterra gobierno no falta, con el señor Cameron al frente, pero es incapaz de evitar la destrucción creada por una panda de niñatos.

Ya lo ven, nada de irresponsabilidad o incapacidad gubernamental, no: anarquía de unos juvenzuelos.

En fin, que visto lo visto es mejor volver con Bob Esponja y obviar los telediarios, no sin antes constatar que no todo lo que viene es como lo inglés. Mientras allí queman edificios, en Siria, por ejemplo, salen a pecho descubierto a que un hijoputa les mate por pedir libertad; e incluso aquí, a pesar del lamentable sistema educativo español, los jóvenes llevan todo el verano moviéndose, buscando.

Spain, ya lo ven, is different. Por eso, mientras Lady Gaga arrasaba en las listas de ventas de prácticamente todo el mundo -Inglaterra incluída-, aquí Extremoduro se pegó toda la primavera en el número uno. Cada cual busca su rayito de sol donde puede, y si esto no basta, no está de más repetir aquí y ahora el mensaje final de El año de la garrapata:

"Uno de cada cinco habitantes del planeta es un agricultor chino; aún hay esperanza".