jueves, 18 de septiembre de 2008

El lado oscuro (¡y no es el ojete!)

Hoy hablaré de él. Al fin unas líneas para mi mayor enemigo -el mío, como maestro Jedi que soy, y el de cualquier humano o androide de protocolo que no haya caído definitivamente en el Lado Oscuro-. Retirado como está de la dirección de su partido fascista, ahora se dedica a llevar el timón de la no menos fascista fundación que preside, lo que redunda en que todas sus apariciones públicas se cuenten por patéticos ridículos. No se llamen a engaño -que es un nombre muy feo-, es exactamente lo mismo que hacía durante los dos mil días largos que estuvo en el poder. Hablo, cómo no, de José María Aznar, alias Ánsar, alias Hitlercito, alias El Mierda.

Ése hombre.Interrogado acerca de la famosísima foto en que aparece junto a Tony Blair y George W. Bush mientras el viento de las Azores mece su ridículo flequillo, el susodicho -cuyo nombre procuraré no repetir, ya que una excesiva reiteración de las letras A, Z, N, de nuevo la A y R en el ordenador puede provocarle cáncer de teclado- tuvo el valor, la poca vergüenza, la indignidad y la cara dura; pero sobre todo la incultura, la chulería y la estupidez, calificativos que suelen andar de la mano cuando de los miembros de la clase política se trata, de calificarla como -sujétense los ojos dentro de las cuencas, no vayan a caérseles al leer semejante blasfemia- "el acontecimiento más importante en la historia de España en los últimos doscientos años".

Y después de decir esto, imagino que el hijo de la gran puta -perdónenme, pero tan sólo soy capaz de omitir la escritura de su nombre mediante adjetivos que, por razones abvias, no pueden ser muy agradables- se quedaría tan ancho.

Obviaré la cantidad de hechos trascendentales, buenos o malos, para la historia de España que han sucedido en los últimos dos siglos (una Guerra de Independencia, dos repúblicas y sus respectivas restauraciones monárquicas, excepcionales generaciones literarias, organización de grandes eventos a nivel mundial, la participación de Ana Obregón en El Equipo A, revoluciones obreras, golpes fascistas... ¡una Guerra Civil y cuarenta años de dictadura!) y me contentaré con decir que si el hecho de mandar a tus soldados -que son los únicos que no pueden quejarse de que los manden a morir allí donde nada se les ha perdido, que hubiesen elegido un oficio decente: agricultores, albañiles, barrenderos o prostitutas, por ejemplo- a matar inocentes por iniciativa de un genocida con el mismo cerebro que un tarro de mantequilla de cacahuete, le parece a este imbécil un "importante acontecimiento", sobra todo lo demás.

Recapacitando un poco, creo que quizás deba dejar de lanzar mis esputos bílicos contra este personaje, ya que probablemente sea un tarado o, directamente, un estúpido, que no merece otra cosa que la piedad de aquel que se tenga por buena persona. La piedad y la reflexión, porque resulta patético pensar en qué país vivimos; un país en el que este tipejo ostentó el poder durante ocho años -cuatro de ellos de manera cuasi absoluta-, y en el que probablemente hubiese sido reelegido para continuar con sus cacicadas por tercera vez si se hubiese presentado; a pesar de sus engaños, sus infamias y sus desprecios hacia la inteligencia de la poblaciós española y de la vida humana en general, sobre todo si esta es la de un pobre iraquí. Vida mucho más respetable, por cierto, que la inteligencia de todos los españoles que en su día le votaron.

Así que, en aras de la piedad, culminaré mis vomitivas líneas de esta semana con un jocoso e instructivo chiste de esos de van un inglés, un francés y un español:

-En mi país -espeta el inglés- nació un niño sin piernas, le implantamos un ingenio británico y ahora corre los cien metros en diez segundos.
-Eso no es nada -replica el gabacho-. En mi país nació un niño sin brazos, le implantamos un ingenio francés y ahora gana torneos de tenis.
-Eso si que no es nada -zanja, al fin, el español-. En mi país nació un niño sin cabeza, le implantamos un melón y estuvo ocho años de presidente del gobierno.

Un melón, un puto melón con bigote.

jueves, 11 de septiembre de 2008

God save America

Siete años, siete. Siete años desde el día D, la hora H. Desde que los Estados Unidos, convertidos desde hacía muchas décadas ya en los patrulleros voluntarios del planeta, asumieran pública y unilateralmente el papel de gendarmes del Universo. Como He-Man, pero con pantalones, vamos. Siete años desde el mayor atentado terrorista de la Historia. ¿O no?

Eso depende de lo que entendamos por terrorismo. Como ante una palabra tan tristemente asentada en nuestro lenguaje cada persona ofrecería, seguramente, una definición propia y distinta a la del resto, me limitaré a citar la que recoge el diccionario, que cataloga al terrorismo como la “sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror.”

Con esto la Real Academia me acaba de hacer una gran putada. Si me fío de ella, lo del 11 de septiembre no es para tanto. Entiéndaseme, es una enorme barbaridad, propia de hijos de la gran puta a los que deberían ahorcar con sus propias tripas por ser capaces de ejecutar a un ingente número de ciudadanos inocentes. (Alguno habría que fuese un auténtico cabrón, imagino. Probablemente muchos, porque las oficinas de las grandes multinacionales no suelen estar pobladas por las cuadrillas de amigos de San Francisco de Asís y Gandhi; pero a la gran mayoría de los que murieron allí ahora hace siete años debemos considerarlos víctimas del todo inocentes).

Lo de que el 11 de septiembre no es para tanto se refiere a que, ni con mucho, fue el mayor acto de violencia buscando generar terror de la Historia. Porque ha habido otros muchos actos criminales que han causado más víctimas que el derribo de las Torres Gemelas: Srebrenica, los serbios matando musulmanes, 8000 muertos; Filipinas, los japoneses aniquilando ciudades enteras en plena desbandada ante la inminente derrota en la Segunda Guerra Mundial; campos de concentración nazis, los rubios fumigando judíos o gitanos, millones de muertos…

Y no solo perpetrados por los malos oficiales de la Historia, que los buenos también tienen ganas de hacer pupita de vez en cuando. Los negreros ingleses en África, las huestes de sus católicas majestades de España en Latinoamérica, la caballería blanca en las llanuras del Salvaje Oeste… incluso los mismísimos Estados Unidos de América, lejanos ya aquellos tiempos en los que debemos perdonar sus excesos pues estaban entregados a su divina misión de conquistar a ritmo de rifle la nación para la que habían sido predestinados, hacen a veces alguna cosilla malvada.

¿Les suena donde caen Iraq, Vietnam, Afganistán, Guatemala, Hiroshima o Nagashaki? No son complejos residenciales que han visto alguna vez ojeando catálogos de Marina D’Or o Polaris World. No, no, no. Vienen siendo sitios donde a los yankees les dio un día por montarse unas barbacoas a base de nativos.

De aquí se puede deducir que los gobiernos, jamás, jamás, jamás, practican terrorismo ni nada que se le parezca; pues matan con nombres mucho más glamurosos, como acciones llevadas a cabo en pro de la instauración de la democracia y cosas así.

En conclusión, que la violencia desatada contra la población indefensa tan sólo se llama terrorismo cuando la ejercen un grupo de fanáticos miserables; no cuando los causantes visten de traje, se sacan fotos con niños o perpetran pantomimas democráticas. Un Estado jamás es terrorista. Ni los serbios lo fueron, ni los nazis lo fueron, ni los americanos lo fueron, lo son, ni lo serán.

Y una mierda como el sombrero de un picador. Me cago en mi puta propia teoría. La diferencia está en que llaman –llamamos– terrorismo al asesinato cuanto éste se lleva por delante a uno de los nuestros. Y digo de los nuestros porque en este concepto los europeos estamos tan metidos en el saco como los yankees. Los nuestros son los occidentales o, mejor aún, los ricos. Cuando cae un tipo con chaqueta y corbata, es terrorismo; cuando muere uno con el culo al aire es limpieza étnica si lo hacen gentes malvadas o un daño colateral si lo hacen los buenos. Y con ese miserable lenguaje asumido como propio convivimos. Palestina es terrorista, Israel tan sólo se defiende. Los zapatistas son terroristas, el ejército mexicano mantiene el orden. Y así sucesivamente…

Acabaré ya, porque basta de pensar por hoy, que luego duele, y con este rato escribiendo creo haber evitado suficientemente la contemplación hasta el vómito de miles da banderitas con barras y estrellas. Me abro citando un pasaje de John LeCarré (que es un tipo que escribe unos libros de espías cojonudos, en los que, al parecer, pudiera llegar a darse el caso de que la peña tipo James Bond no resultase ni tan guapa ni tan buena como aparenta, y que en realidad los irremisibles amos de nuestras vidas sean unos hijos de la gran puta):

–¿Morirá mucha gente, papá?
–Solo extranjeros, hijo.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Real como la vida misma

“Nunca se sabe lo que puede hacer saltar a un hombre” dice el mejor pasaje de uno de mis libros preferidos.

Nada hacía predecir que Chindasvinto, un tipo normal con un nombre de rey godo normal y una puta vida normal, como la de todos –estudios ridículos en universidades absurdas, trabajos temporales, hipotecas, telebasura, un poco de mala hostia y un mucho de humor con pacharán para sobrellevarlo todo–, fuese a saltar aquella tarde.

Había aguantado en su sofá, estoico, viendo pasar ante sí la LOU, la guerra de Irak, la boda del Príncipe, el Prestige, las pateras, a ETA y al 11M, la deslocalización empresarial, a la infinita variedad de Salsas Rosas y la imparable subida de todo, excepto del equipo de su pueblo, que para rematar la faena había bajado a séptima regional. Y después de tales precedentes, tuvo que ser la magia de la radio la que activase el resorte.

Encontrábase el susodicho tumbado en su cama, buscando una emisora con la que sestear un poco, cuando tuvo la ocurrencia de detener el dial en un punto concreto. Sonaban las últimas estrofas de un temazo de Chenoa. Pa cuando tú vas yo vengo de que me metan otra polla en el culo y me por eso me ha engordado kilo y medio más... y patatín patatán. Todo iba lo bien que puede ir una canción de este tipo cuando, repentinamente, sobrevino el caos.

“¿Quieres vivir como una estrella del pop?” –espetó una voz melodiosa. Sin tiempo para plantearse si realmente deseaba compartir peripecias vitales con Enrique Iglesias, la radio atacó de nuevo su sistema neuronal. “Nueva Visa Cadena Dial, con ella podrás vivir como tus ídolos”
No había acabado de asimilar semejante proposición cuando llegó el colapso. “Fridom Fainans –anunció la voz de un locutor que, pese a estar probablemente más cerca de los cuarenta que de su primera paja, utilizaba un lenguaje tan moderno y juvenil que el inexperto oyente fácilmente podía confundirlo son un efebo adolescente– te ayuda en tus gastos cotidianos, para que puedas darte unos caprichitos y llegar tranquilamente a fin de mes. Tan sólo tienes que enviarnos la factura de lo que quieres que Fridom Fainans te ayude a pagar al apartado bla, bla, bla.”
¿Es cierto lo que oigo? ¿Acaso Chenoa me ha trastornado hasta el punto de que ya no puedo confiar en mis sentidos?

En estas que llama una tía, encantada ella de que la radio le pague los vicios y que había enviado ya su facturita y empieza una jocosa charla que no podía sino acarrear imprevisibles consecuencias.

Que qué quieres que te subvencione el programa, que si unas compritas de ropa, algo de bisutería y lencería que hice ayer, que si eran bragas o tangas, pues eran tangas, pues uy que pillina; que si para estar tan jodida de dinero que mandas las facturas de tus bragas a la radio tienes gastos bastente ridículos pedazo de puta retrasada, que si mi madre ya me lo dice, que tengo demasiados caprichos... pues nada, que si vienes en menos de media hora a la radio, Fridom te lo abona todo, guapa. Todo ello coreado por el delegado provincial de Fridom Fainans y por otra histérica y juvenil locutora.

Para una mejor comprensión de todo lo que el Chindas llevó a cabo después, aparte de todo lo anteriormente descrito acerca de su persona es de ley mencionar dos pequeñas peculiaridades suyas: una, que el Chindas, para desconectar de su trabajo tiene el peculiar hobby de tejer cuerdas de esparto de tres pulgadas de espesor; y dos, que, ¡oh, milagro! vive puerta con puerta con el estudio central de la emisora de marras.
Fue por tan plausibles coincidencias, que el Chindas esperó la media hora pertinente, se dirigió calmado hasta el estudio y ahorcó al locutor juvenil, al delegado de Fridom Fainans, a la de los comentarios jocosos, a la de las facturas de las bragas, y a su puta madre. Porque nunca se sabe lo que puede hacer saltar a un hombre. Ni siquiera a uno tan acostumbrado a vivir las cosas con resignación y relajarse tejiendo sogas de esparto como el Chindas.