Quién iba a pensar que la búsqueda de alternativas al petróleo y sus derivados mediante el desarrollo de técnicas para el aprovechamiento como combustible de ciertos productos orgánicos, especialmente los cereales, iba a resultar algo tan trágico.
Pero así ha sido. El sistema occidental, el brutal capitalismo neoliberalista, capaz de convertir en detestable todo aquello cuanto toca, lo ha vuelto a conseguir y está generando ya uno de los mayores desastres de toda la Historia y, sin duda, el más infame de todos ellos, pues lo está haciendo de manera absolutamente consciente.
Para que nuestra sociedad pueda seguir manteniendo su exponencial ritmo de crecimiento y exacerbado consumismo, se utilizan para la fabricación de combustibles las plantaciones de cereal del tercer mundo, que hasta ahora eran las encargadas de mantener, precariamente y con dietas basadas casi enteramente en arroz o maíz, a la población autóctona de aquellos países.
El plan es matar de hambre a los pobres para que los ricos -o los que nos creemos ricos- podamos seguir viviendo un día más en el engaño. Si parásemos a pensar tan sólo un segundo en esa expresión, matar de hambre, desprovista ya de toda su fuerza por tantas veces como ha sido repetida, caeríamos en la cuenta de lo escalofriante de la situación; gente muriendo lentamente de inanición, y no precisamente porque no haya comida para todos.
Porque, al calorcillo de esta situación, aún emerge una infamia mayor. Especuladores que compran enormes cantidades de cereal, almacenándolos y traficando con ellos hasta que el mercado energético los requiera. Especular con el suelo, haciéndose rico a costa de que la mayoría de la gente tenga que endeudarse de por vida para tener un techo bajo el que habitar, es repugnante. Pero especular directamente con la comida básica de cientos de millones de personas, sabiendo que cada euro que cae en el bolsillo supone un hombre muerto de hambre, es la mayor de las perversiones, es algo que simplemente no es humano, propio de alguien indigno de ser llamado hombre. Deberían crear una denominación nueva para esa raza de seres a la que dentro del costillar les late un fajo de dólares. Hasta que la inventen me conformo con decir que son los mayores hijos de la gran puta que hollan este planeta, con perdón de sus madres y de sus veinte padres.
Y así la rueda gira, nosotros podemos tener un coche más potente, ellos son mucho más ricos aún, y la gente que muere está lo suficientemente lejos como para no importarnos una mierda.
Aún no han hecho nada, pero cuando se vean morir, puede que lo hagan. Quizás mañana la turba despierte enfurecida. O quizás el hambre no les haya dejado dormir y ni siquiera deban despertar; y con el amanecer los parias de algún recóndito agujero asiático, africano o sudamericano caminen con antorchas en las manos y una llama aún más fuerte en sus enfurecidas pupilas y arrasen con todo lo que encuentren a su paso, comprobando lo que realmente vale el poder de un gran especulador cuando tiene un machete hendido cuatro dedos en el cráneo.
Y ojalá le cojan el gusto y despuñes se vengan a por nosotros, que no les robamos directamente su pan de cada día pero sabemos, o sospechamos, que hay otros que si lo hacen. Y no sólo lo consentimos, sino que lo fomentamos con nuestro infame modo de vida.
Aunque ojalá fuesemos nosotros mismos los que, sin necesidad de que una horda de muertos de hambre cruce el río Bbravo o el estrecho de Gibraltar y se coma nuestros sesos decidiésemos revelarnos contra todos esos hijos de la gran puta que nos engañan para convertirnos en cómplices absolutos de sus viles asesinatos en masa. ¿Cómo? Levantar el pie del acelerador consumista puede ser un primer paso...
1 comentario:
Solo puedo aplaudir este post.
Creo qeu es de lo mejorcito que has dicho por esa boca.
Adolfo
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