miércoles, 4 de febrero de 2009

Ha muerto el Estado

Señoras y caballeros, tengo una noticia que darles: ha muerto el Estado. El Estado Español, se entiende.

No debe confundirse el Estado Español con España. Eso ya lo hacen, estúpidamente, en la ETB y afines, con chorradas del estilo de la producción de remolachas del Estado Español -ya me gustaría a mí ver a los sinvergüenzas que constituyen la estructura del Estado sacando remolachas de una pieza embarrada-. Pero el Estado no es el país, sino el conjunto de instituciones que lo controlan, y el conjunto de instituciones que chupan del bote que es este montón de tierra con chalés que queda del lado de abajo de los Pirineos ha decidido ignorar todo lo que les ocurra a nuestros ibéricos ojetes.

En plan Schuster, o sea, pasando directamente de todo y sin tener la vergüenza de ocultarlo. Lo malo es que a éstos no les puedes echar. ¿O si? Nunca se sabe, y convendría no perder de vista el revuelo otoñal griego. Las boutiques y los bancos ardiendo mientras una policía acosada dejaba de pegar tiros para recular hasta defender el parlamento heleno pueden ser un buen indicio de cómo echar de una vez a todos estos schusters que se ríen de nosotros. Aunque es poco probable que esto suceda aquí. España es un modélico Estado moderno. O casi, ahora verán.

Los Estados modernos tienen, fundamentalmente, cuatro cosas, a saber: un Jefe del Estado y tres poderes -Legislativo, Ejecutivo y Judicial- que, al ser independientes unos de otros, garantizan la separación de poderes y otras cosas muy bonitas, como la igualdad y la libertad de las personitas. Pues bien, me encuentro en condiciones de afirmar que en España ya no existe Estado, y si existe está riéndose de nosotros, en plan Schuster total.

El señor Jefe del Estado, que no tendrá otra cosa mejor que hacer, se ha dedicado el último año a la realización de eventos cómico-festivos de gran audacia, como incitar al secuestro de revistas de risión, tener la osadía de mandar callar en público a otro Jefe de Estado -quizás igual de inútil, pero cuya legitimidad en el poder no es más dudosa que la suya propia- y a permitir a su esposa hacer manifestaciones políticas sobre todo lo que le salía de su helénico higo.

Dos de los Poderes han continuado, impertérritos, su tradicional inutilidad. Así, el Legislativo continúa plagado de vagos que ya ni se contentan con pasarse por el Congreso a sestear o meterse farlopa en los baños; ahora la matoría de los días ni van. Mientras, el Ejecutivo, para no perder nuestra genial tradición democrática, alcanza insuperables extremos de inutilidad, mentira compulsiva, ineficacia y buen vivir partiendo de las más altas cotas de la pasividad y la desvergüenza. Y se esfuerzan ahora en inculcar en la población estúpidas consignas que eviten que el castillo de naipes y frágiles ladrillos que sustenta el capitalismo en España se vaya a tomar por el culo. Don't worry, be happy. No dejes de comprar, my friend, por tus muertos -dicen, una vez que se saben incapaces de combatir una crisis que les ha pillado cagando y sin papel.

Y finalmente, el tercer Poder, el que debe someter a todo lo anterior bajo la ley que los iguala con el Pueblo... ese directamente ha decidido orinarse en las caras del personal, porque, cual anuncios de L'Oreal, ellos lo valen.

Los jueces españoles empezaron a convertirse en el mayor espectáculo del mundo ordenando el derrumbe de un barrio de pescadores en Canarias. Mientras las excavadoras enviadas por el juzgado ejecutaban la sentencia en horas, en la costa andaluza y la levantina, continuaban los pleitos para mantener en pie hoteles que incumplen la misma Ley de Costas por la que a los pescadores canarios les han dejado sin techo. Llevan así años, y me juego la bolsa escrotal de un fiscal a que ésos no los tira nadie.

Por si ésto no era suficientemente divertido, y como si su plan último fuera cerrar el circo Holiday para perpetrar el espectáculo en su lugar, un juez deja en libertad a un violador que, estando en la calle, se carga a una niña. Después, y para enmendar el entuerto, otros jueces le ponen al anterior una multa más leve que si le hubieran pillado defecando entre dos coches en una madrugada de borrachera, y dejan sin trabajo a su secretaria un par de añitos, para que aprenda a no traspapelar cosas, que luego la prensa se pone muy pesada con el pobre juez.

La corrupción innata de los políticos y los chanchullos constantes eran habituales en este guateque de ladrones, fascistas y asesinos, pero la novedad es que ahora los jueces han decidido dar un paso adelante y reclamar su parte del pastel. Visto que su ineficiencia ancestral apenas tiene repercusión, ahora se meten de lleno en esta fiesta de carroñeros, y, hartos de ser tan inútiles como todos los otros pero en la sombra, se lanzan al ruedo a pecho descubierto.

La muleta la lleva un juez (Tirado de nombre propio e hijo de la grandísima puta de adjetivo, para más señas), que no sólo no tiene remordimientos sobre su actuación, sino que se atreve a pasar al ataque y convoca una huelga que sus compañeros secundan, demostrando con su corporativismo que todos los que dicen que España es un país de envidiosos mienten y que aquí todo es solidaridad con el prójimo.

La huelga -creía yo, aunque parece que estaba equivocado- es un derecho que asiste a los ciudadanos para protestar contra sus superiores. En la mayoría de los casos, ésta tiene como objetivo mostrar su malestar con el Estado mismo. Ahora bien, ¿y si es el Estado, o una parte de él, quién se pone en huelga? ¿Contra quién protestan? ¿Se imaginan al rey de pataleta pública porque se le critique? ¿O a Zapatero y sus ministros, o los demás diputados, declarándose en huelga porque la prensa se mete con ellos? Ridículo, ¿no? Pues igual de absurdo es una huelga de jueces.

Ridículo pero real. Y si cualquiera con dos dedos de frente consideraría que con un Gobierno en huelga sería imposible la continuidad del Estado, no olviden que ZP&friends son solo una de las tres patas del banco. Así que, corazones, acaba de morir el Estado. Y yo con estos pelos.

No lo dirán a las claras, porque viven muy bien chupándo de sus ubres, que son las nuestras, pero en España ya no existe el Estado. Así como hubo en la historia una primera monarquía, una primera república, un primer estado califal o uno socialista, en España se acaba de instaurar el primer régimen jetocrático, fácilmente reconocible porque en él sus dirigentes se eligen en función de la dureza de sus caras y han cambiado sus tareas de organización y control del país por el humor y la vida parasitaria.

No se extrañen pues si el día de mañana, viendo la dosis de pasividad con la que nos lo tomamos todo, que demuestra hasta qué punto aceptamos de buen grado sus desmanes, se van incluyendo nuevas actividades como complemetos a este cambio de régimen, y parlamentarios absentistas, reyes que parecen latin kings o jueces huelguistas dan paso a la micción generalizada del estamento dominante sobre los viandantes desde las ventanas del ayuntamiento tras las que los concejales de su pueblo disfrutan de la restitución del derecho de pernada. Serán cosas de estos tiempos modernos y usted deberá abrir la boca, o el culo, o lo que le toque, y tragar. La jetocracía es lo que tiene.

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