lunes, 20 de junio de 2011

El Pueblo

Ayer éramos violentos, hoy somos pocos.

La gente sale a la calle a protestar porque el estado actual de nuestra economía es una mierda, y el futuro nos garantiza mayores cantidades de fecal elemento, y todo este hartazgo queda en un segundo plano por culpa de que un reducisísimo grupo de personas se emplearan violentamente en Barcelona la semana pasada.

Más allá de los sucesos de Barcelona -a los que volveremos más adelante-, resulta curioso comprobar cómo se emplea indiscriminadamente la generalización y se aplica el baile de cifras para adecuar cualquier situación a sus intereses -que, por cierto, ¿cuáles y cuán oscuros son?-.

Hoy, como decía, tras las multitudinarias y pacíficas protestas de ayer en toda España, nos desayunamos con el titular de uno de los periódicos más leídos del país -que no pienso enlazar aquí, pues el mísero céntimo que recibieran con cada clic ya sería demasiado para dárselo a ellos- en el que, como si de un resultado deportivo se tratara, se nos recuerda que hubo veintitrés millones de votantes el 22M, y apenas ciento veinticinco mil manifestantes ayer.

Se habla de cerca de cincuenta mil manifestantes en Madrid y casi el doble en Barcelona, con lo que en el resto del país, por desgracia, apenas debió salir nadie a las calles. Por ejemplo, en la balsa de aceite que es el cortijo del señor Perro Sánz y ahora también de su marioneta Caca Gamarra, los cinco mil perroflautas y batasunis que nos juntamos, algunos de ellos increíblemente bien disfrazados de padres de familia, ancianos, o gente que se había lavado los sobacos este mes, sin lugar a dudas coincidimos dando un paseo bajo el tórrido sol de junio. Somos pocos.

Pasando por alto el hecho de que el director de un periódico se haya labrado tan exitosa carrera profesional sin saber contar o sumar, lo reseñable es que ahora parece que la cosa se reduce a una confontación de números. La misma confrontación de números que eludieron mencionar cuando, por ejemplo, un 39% de la población no acudió a las urnas el pasado mes de mayo -o lo hizo para meter en las papeletas pesetillas de chorizo o ganas de que les dieran a todos por el culo-. Entonces, pasar los fríos porcentajes a doce millones y medio de personas con sus brazos y piernas, con su boca y sus ojitos, no interesaba. Hoy sí. Los locos esos que se están cociendo al sol son pocos.

Tampoco interesó dar datos absolutos cuando el otro día se protestó ante el Parlamento catalán por los recortes sociales en los presupuestos del año que viene. A nadie le pareció conveniente hablar de diez, veinte o treinta violentos contra unos cuantos centenares o miles de personas pacíficas. Y mucho menos de quiénes eran -al menos alguno- de esas decenas de violentos.

Ayer, como decíamos, la crítica estaba en que eran peligrosos, violentos, asesinos, infiltrados de batasunos -hay periodistas en este país que sueñan con los tipos de la capucha, puede que hasta se toquen pensando en ellos-; hoy que no pueden generalizar y esgrimir ese argumento se aferran al número. Los que estábamos en casa tocándonos las pelotas éramos más, dicen.

Si algo puede sacarse en claro gracias a esta Spanish Revolution es de qué pata cojea cada uno de los cerdos -mami, mami, eran violentos, eran pocos, y ahora nos insultan...- que la TDT nos escupe cada día a la cara.

Adalides de la libertad de la Patria que cumplen con su inexcusable misión de advertir al mundo acerca de la peligrosidad de los manifestantes-qué diferente, por cierto, resulta leer las informaciones al respecto que se dan en medios de comunicacion internacionales, alejados de la maraña de corruptelas e intereses que imperan aquí; o qué diferentes eran los adjetivos con que esos mismos medios ultraderechistas españoles adjetivaban a primeros de año las heroicas revueltas en pos de la libertad en los países árabes (incluso en Libia, donde nada sabemos de la ideología de los opositores a Gadafi, y en cambio les hemos mandado barcos y aviones para que practiquen con bombas una violencia contra el poder que aquí estamos condenando)- ; sobre su marginalidad; sobre su escasa representatividad; sobre la infiltración de elementos terroristas en sus filas.

Sí, eso es lo justo y necesario, es su deber y nuestra salvación, y por ello manipulan las noticias, los números, las intenciones, de la misma manera que el consejero catalán de Interior manipula el concepto de limpieza y lo confunde con barrer la calle a hostias, o que su policía manipula la protesta pública con la infiltración de una manada de hijos de puta que pretenden desacreditar algo que se les ha ido completamente de las manos.

Sí, señora. Mentir es feo. Generalizar es malo; no se puede clamar contra toda la clase política, tachándola de corrupta, por el mero hecho de que cuatro hayan sido imputados y menos aún condenados. Pero sí que se puede criminalizar a todo un movimiento popular de protesta porque unos pocos se hayan empleado violentamente contra los políticos que acudían prestos al Parlamento catalán a subirse los sueldos y quitarles el pan de la boca. Eso sí puede hacerse.

Queridos amiguitos, les presento -verán que ni siquiera he citado hoy los disparates de Intereconomía, que para muchos es el mejor canal de humor de la tele, pero que a mí lo que me provoca son ganas de quemarme a lo bonzo, abrazarme al televisor, y tirarnos juntos por la ventana- a la prensa libre de España.

Ayer éramos apenas cuatro. ¡Pero qué cuatro! Ocupábamos calle como si fuéramos miles.

La rebelión es colectiva, la revolución es personal, decía una de las pancartas. Y ambas, rebelión y revolución, crecen de la mano en esta primavera española. Tras las semanas de acampadas, que amenazaban por dar más importancia a la imagen de las tiendas de campaña que a las ideas que se cocían dentro, el 15M ha vuelto a tomar las calles, con más fuerza si cabe. Y, ahora, oh sorpresa, parece que incluso aparecen las ideas y propuestas, por cuya falta tantas críticas ha recibido el movimiento.

Son violentos, son pocos, coartan la libertad, ocupan la vía pública, no tienen propuestas.

El domingo había cinco mil personas caminando tranquilamente por la calle, parados, trabajadores, ingenieros, iletrados, padres con hijos, amigos con más amigos, y sus propuestas bulliendo poco a poco, del único modo en que puede cocinarse algo completamente espontáneo y transversal; se habla de huelga general, se habla de referendum...

Pero la cosa no acaba en esto, en rimbombantes propuestas de nombre grandilocuente. Para cambiar el mundo hay que empezar por cambiarse uno mismo -rebelión, revolución-, y su entorno a partir de ahí.

Por eso, los miércoles y sábados seguirá habiendo asambleas y, sin ir más lejos, para la de día 22 se está pidiendo a cada uno que se sume al grupo de trabajo que más le llame, donde crea que puede aportar más (trabajo, vivienda, salud, economía, política, comunicación, medio ambiente...).

Allí, el Pueblo perseverará, orgulloso, pariendo él sólo las propuestas que los políticos han sido incapaces de generar, las propuestas que sus perros guardianes -los armados con cámaras y micrófonos o los miserables que ayer, enfundados en las armaduras de los caballeros del zodiaco para defender la Delegación del Gobierno de una multitud de padres con hijos o viejas gritonas, agachaban el rostro a nuestro paso, quizás temerosos de ser reconocidos, quizás avergonzados, sabedores de que su innata estulticia siempre está del lado del poderoso- intentarán por todos los medios de cercenar.

Porque anteayer éramos violentos, ayer éramos pocos, y mañana seremos imparables.

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