lunes, 11 de julio de 2011

Rubalcalva (making friends VI)

En aquellos felices tiempos en los que tenía una jornada laboral de mus a la francesa -esto es, treinta y cinco horas semanales de tapete, y las miras puestas en cumplir los sesenta y pocos para empezar a vivir del Estado- tuve la desgracia de conocer a un profesor que acostumbraba, con desesperante contumacia, a mentirnos sistemáticamente.

Puede que, exceptuando que me mingiten en las cuencas oculares, no haya nada en este mundo que me joda más que eso; que un tipo me mienta a sabiendas de que yo sé que él me está mintiendo, y él sepa que yo lo sé, y aún así me siga mintiendo. No sé si lo pillan. Si es que no, se lo vuelven a leer, que no es tan difícil.

Acostumbraba a inventar historias supuestamente ocurridas en clase el año anterior, cosas que un polirrepetidor como yo sabía completamente falsas. Y él sabía que yo lo sabía y tal y cual... Pero lo más increíble que recuerdo del casi septuagenario colega -más increíble que cuando aseguraba haber comprobado la dureza Brinell del maletero de un coche a balazos cuando era nosequé en las Canarias-, sucedió cuando, una mañana, el amigable cabrón nos apremiaba para terminar rápidos una sesión de prácticas, con la excusa de que tenía que hacer no sé que puta mierda importante, obviamente inventada por completo. Y nosotros lo sabíamos.

En éstas, se abre la puerta del laboratorio y aparece otro profesor coetáneo suyo, un tipo gordo que acostumbraba a darnos clase con un puro en la boca, y suelta: "venga, que te estoy esperando pa tomarnos esos vinos".

Ahora que soy un feliz aborto de ingeniero me hace hasta gracia. Entonces, juro que les habría metido la punta pirámidal del durómetro Vickers por el ano hasta una lenta y dolorosa muerte.

Bueno, parafraseando una vez más a Ramón García, "y todo esto porque...". Pues todo esto viene -y seré rápido, porque mi jocosa (o no) anécdota ingenieril puede hacer que esta entrada se estire hasta el infinito, y tampoco es plan; que tendrán ustedes cosas mejores que hacer, como ver Telecinco o degustar el sudor de sus sobacos- a cuento porque este fin de semana el PSOE ha elegido a Alfredo Pérez Rubalcaba como candidato a la Presidencia del Gobierno de este pandémico solar del desempleo que llamamos España.

Y Rubalcalva tiene los cojones de decir que sabe cómo arreglar esto, y que si gana gobernará a base de escuchar, hacer, explicar -malditos publicistas-, fundamentando su gobierno en crear empleo, sanear la economía, profundizar en las señas de identidad del PSOE -¿Privatizarlo todo? ¿Ver cuánta gente cabe en el INEM? ¿Ser cada día más de derechas? No, según él, la igualdad de oportunidades- e incluir "aquello que la sociedad le pide": cambios en política y en democracia, en un patético guiño a la gente del 15M, con la idiota intención de arrancar votos de ciudadanos que protestan precisamente contra él.

En serio, no va a ganar. Es más, diría que no tiene ninguna posibilidad de ser presidente si enfrente tuviera, por ejemplo, a Bob Esponja, en lugar de al anormal de don Mariano Rajoy. Pero da lo mismo.

Intentar convencernos de que conoce las soluciones a los males de España -matar a todos no vale, ésa me la sé hasta yo- cuando lleva casi ocho años en el Gobierno es propio de un hijo de la gran puta que nos toma a todos por tontos. O lo que es peor, de un cabrón de la peor calaña que ha visto impasible cómo se hundía el garito a su alrdededor sin aplicar sus efectivos milagros a la espera de estar en disposición de ponerse él la medalla.

Y, por si fuera poco, remata la faena diciendo "no voy a prometer algo que no voy a cumplir". Se lo juro, no me habría extrañado nada que mi profesor gordo hubiera aparecido con su purazo en medio de la masa de sociatas para llevarse de vinos a Alfredito.

Valiente hijo de puta mentiroso, el calvo de mierda.

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