Hay mucho tonto por ahí que la goza cual gorrino en un charco de mierda grabándose mientras golpea, se mofa o martiriza a algún pobre hombre. Es el caso, recientemente destapado, de varios seguratas del metro que se grababan mientras pegaban e insultaban a viajeros emigrantes que simplemente esperaban su tren.
Pero también los hay a quienes son las cámaras de seguridad que nos controlan (el sujeto elíptico permite colocar aquí a cualquiera de las perversas instituciones que controlan el mundo: el Estado, la Banca, el Real Madrid...) cazan in-fraganti dándolo todo en el maravilloso mundo de la humillación ajena.
Causó mucho revuelto el caso de un tal Sergi Martín, un tipo con perillita que, sin venir a cuento y en medio de un vagón de metro, la empezó a golpes contra una niña ecuatoriana. No sé en que habrá acabado el caso ni qué habrá sido de él, pero conociendo a la Justicia (?) de esta mierda de país, probablemente campe a sus anchas por la calle, oyendo bakalao y buscando alguna niñita a la que pegar.
En otra grabación de móvil, otro sudamericano alistado como militar es golpeado por un compañero español instantes antes de que otro soldado le preguntase acerca del trato que recibe en el Ejército. Aunque en este caso tal comportamiento resulta incluso de esperar, conociendo la calidad intelectual de la clase militar. Mientras que para un emigrante éste es solo un trabajo más que le dará de comer, para que un español se aliste ha de estar tan necesitado como ellos o ser un tarado o un idiota. Y los de la grabación no creo que pasasen mucha hambre.
Pero, de todos los sucesos de este tipo que conozco, el que más me llegó -quizás porque resultaba más penoso ver que quien sufría era un señor que rozaba la ancianidad- fue el famoso caso de un hombre a quien tras la interpelación "saluda Willy", un joven abofeteaba brutalmente en la calle.
La estampa era tristísima, y puedo visualizar perfectamente al inocente Willy, maduro y bonachón él, llorando amargamente después, no tanto por el dolor del golpe, sino por la humillación recibida.
Pero me resulta más gratificante imaginar cómo Willy repara, por pura casualidad, en cierto material apilado en una obra cercana: concretamente en una estaca de madera de pino de siete centímetros de espesor y kilo seiscientos de peso. Y agarra la estaca e intenta partírsela en los riñones a los dos hijos de puta del móvil. Y después, al comprobar asombrado y durante un periodo de tiempo tan extenso que roza el sadismo, que la estaca es sumamente resistente y que lo que en realidad cruje con cada golpe son las costillas de los dos jovenzuelos, camina ufano con su madera sobre el hombro escudriñando cada boca del metro, por si reconoce a alguno de los seguratas, mientras pone rumbo hacia la casa del bakala, con la sana intención de afeitarle la perilla a base de hostias.
Y eso sí, Willy no es tan imbécil como para grabarlo con nada.
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