La historia es más o menos así: Yahvé, Dios de pueblo de Israel, les envía a su hijo, el Mesías. Los judíos –quizás más ocupados preparando las bases de su sistema de prestamismo usurero que daría origen a la Banca o construyendo tanques para aplastar niños palestinos dos mil años después– no solo ignoran al enviado, sino que lo entregan como un malhechor a los romanos, la autoridad militar. Éstos, como quien no quiere la cosa, le crucifican. Algunos israelitas, que han sido discípulos del Enviado, se separan de la comunidad religiosa judía y fundan su propia religión, el cristianismo. Abreviando un poco: los cristianos van y se organizan en diversas comunidades y ponen a sus líderes, a los que llaman obispos, al frente de ellas. Esta jerarquía se va distanciando poco a poco de los creyentes llanos, que siempre hubo clases y clases. Y en esas el más importante obispo, el romano, va aumentando su poder con los años, y como mandar mola un huevo, se inventa un documento, el Edicto de Constantino, que justifica la unión de sus poderes religioso y civil. Solo habían hecho falta trescientos añitos de nada y ya estaba montada.
Después queman unas cuantas brujas, se van a América, esclavizan unos cuantos indios, discuten sobre si los negros tienen o no alma aprovechando mientras para esclavizarlos un poco también –por si acaso– y, a su regreso, entre otras cosas no menos humorísticas que éstas, ignoran el holocausto nazi –a fin de cuentas, los judíos habían matado a su dios al principio de todo esto, ¿no?– y apoyan un golpe de Estado en España identificándose totalmente con la posterior dictadura. Luego, cuando se les acaba el chollo porque el dictador la palma, se montan una emisora de radio y, para no desentonar con toda esta trayectoria anterior, ponen a Satanás al frente de su programa estrella.
Ladys and gentlemen, con ustedes... Federico Jiménez Losantos. Confieso que cuando me refiero a este tipo no hablo con un profundo conocimiento de causa, pues el mero hecho de escucharle me produce sarpullido y rara vez, cuando sin pretenderlo me topó con su voz, consigo aguantar más de dos frases de su provocador e incendiario discurso que busca avivar las llamas de un nuevo 36 y gusta de lanzar arengas a la población. No debe ser inusual escucharle incitando a las masas a pinchar condones en los supermercados, a delatar a sus vecinos por practicar la masonería, o por ser vasco, pelirrojo, moro o socio del Rayo Vallecano. La cosa es que no pare la fiesta.
En otros casos, como el de la Educación para la Ciudadanía, tiene la ocurrencia de llamar a la abierta desobediencia civil.
Imagino que la asignatura será alguna mierda propia del gobierno sociata español, quizás no la peor de cuantas perpetra. Eso es lo de menos. Importa más es el penoso hecho de que ésta sea la única causa que incite a la población a retar al Estado, con la tristeza añadida de que el instigador de la rebeldía sea quien es, la cara más visible del fascismo del país.
Fede, adalid de la libertad, defensor de la Patria, azote del marxismo, convencido demócrata, nuevo guía espiritual del Imperio y garante de la unidad de todas las Españas; el don Pelayo de los tiempos modernos, un auténtico Cid con micrófono, siempre bordeando los límites del fascismo, pero con la habilidad necesaria para mantenerse siempre dentro de él. Para qué salir de ahí si los obispos le pagan bien por emular al demonio en las ondas.
Hace tiempo leí un artículo dedicado a tan ilustre personaje en el que se hacía referencia al atentado que Terra Lliure –un grupo terrorista nacionalista catalán, hoy afortunadamente desaparecido– perpetró contra el susodicho, y que creó le dejó cojo y provocó su marcha de Cataluña. Fiándome de mi mala memoria creo recordar que decía algo así: “...los de Terra Lliure te tirotearon. Fueron crueles contigo, pues te dispararon en la pierna. Debieron haber apuntado al corazón, pues careces de él...”
Mejor a los huevos.
jueves, 7 de agosto de 2008
El Diablo entre obispos
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1 comentario:
El blog de ikerin se ha eliminado
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