“Nunca se sabe lo que puede hacer saltar a un hombre” dice el mejor pasaje de uno de mis libros preferidos.
Nada hacía predecir que Chindasvinto, un tipo normal con un nombre de rey godo normal y una puta vida normal, como la de todos –estudios ridículos en universidades absurdas, trabajos temporales, hipotecas, telebasura, un poco de mala hostia y un mucho de humor con pacharán para sobrellevarlo todo–, fuese a saltar aquella tarde.
Había aguantado en su sofá, estoico, viendo pasar ante sí la LOU, la guerra de Irak, la boda del Príncipe, el Prestige, las pateras, a ETA y al 11M, la deslocalización empresarial, a la infinita variedad de Salsas Rosas y la imparable subida de todo, excepto del equipo de su pueblo, que para rematar la faena había bajado a séptima regional. Y después de tales precedentes, tuvo que ser la magia de la radio la que activase el resorte.
Encontrábase el susodicho tumbado en su cama, buscando una emisora con la que sestear un poco, cuando tuvo la ocurrencia de detener el dial en un punto concreto. Sonaban las últimas estrofas de un temazo de Chenoa. Pa cuando tú vas yo vengo de que me metan otra polla en el culo y me por eso me ha engordado kilo y medio más... y patatín patatán. Todo iba lo bien que puede ir una canción de este tipo cuando, repentinamente, sobrevino el caos.
“¿Quieres vivir como una estrella del pop?” –espetó una voz melodiosa. Sin tiempo para plantearse si realmente deseaba compartir peripecias vitales con Enrique Iglesias, la radio atacó de nuevo su sistema neuronal. “Nueva Visa Cadena Dial, con ella podrás vivir como tus ídolos”
No había acabado de asimilar semejante proposición cuando llegó el colapso. “Fridom Fainans –anunció la voz de un locutor que, pese a estar probablemente más cerca de los cuarenta que de su primera paja, utilizaba un lenguaje tan moderno y juvenil que el inexperto oyente fácilmente podía confundirlo son un efebo adolescente– te ayuda en tus gastos cotidianos, para que puedas darte unos caprichitos y llegar tranquilamente a fin de mes. Tan sólo tienes que enviarnos la factura de lo que quieres que Fridom Fainans te ayude a pagar al apartado bla, bla, bla.”
¿Es cierto lo que oigo? ¿Acaso Chenoa me ha trastornado hasta el punto de que ya no puedo confiar en mis sentidos?
En estas que llama una tía, encantada ella de que la radio le pague los vicios y que había enviado ya su facturita y empieza una jocosa charla que no podía sino acarrear imprevisibles consecuencias.
Que qué quieres que te subvencione el programa, que si unas compritas de ropa, algo de bisutería y lencería que hice ayer, que si eran bragas o tangas, pues eran tangas, pues uy que pillina; que si para estar tan jodida de dinero que mandas las facturas de tus bragas a la radio tienes gastos bastente ridículos pedazo de puta retrasada, que si mi madre ya me lo dice, que tengo demasiados caprichos... pues nada, que si vienes en menos de media hora a la radio, Fridom te lo abona todo, guapa. Todo ello coreado por el delegado provincial de Fridom Fainans y por otra histérica y juvenil locutora.
Para una mejor comprensión de todo lo que el Chindas llevó a cabo después, aparte de todo lo anteriormente descrito acerca de su persona es de ley mencionar dos pequeñas peculiaridades suyas: una, que el Chindas, para desconectar de su trabajo tiene el peculiar hobby de tejer cuerdas de esparto de tres pulgadas de espesor; y dos, que, ¡oh, milagro! vive puerta con puerta con el estudio central de la emisora de marras.
Fue por tan plausibles coincidencias, que el Chindas esperó la media hora pertinente, se dirigió calmado hasta el estudio y ahorcó al locutor juvenil, al delegado de Fridom Fainans, a la de los comentarios jocosos, a la de las facturas de las bragas, y a su puta madre. Porque nunca se sabe lo que puede hacer saltar a un hombre. Ni siquiera a uno tan acostumbrado a vivir las cosas con resignación y relajarse tejiendo sogas de esparto como el Chindas.
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