Hoy hablaré de él. Al fin unas líneas para mi mayor enemigo -el mío, como maestro Jedi que soy, y el de cualquier humano o androide de protocolo que no haya caído definitivamente en el Lado Oscuro-. Retirado como está de la dirección de su partido fascista, ahora se dedica a llevar el timón de la no menos fascista fundación que preside, lo que redunda en que todas sus apariciones públicas se cuenten por patéticos ridículos. No se llamen a engaño -que es un nombre muy feo-, es exactamente lo mismo que hacía durante los dos mil días largos que estuvo en el poder. Hablo, cómo no, de José María Aznar, alias Ánsar, alias Hitlercito, alias El Mierda.
Ése hombre.Interrogado acerca de la famosísima foto en que aparece junto a Tony Blair y George W. Bush mientras el viento de las Azores mece su ridículo flequillo, el susodicho -cuyo nombre procuraré no repetir, ya que una excesiva reiteración de las letras A, Z, N, de nuevo la A y R en el ordenador puede provocarle cáncer de teclado- tuvo el valor, la poca vergüenza, la indignidad y la cara dura; pero sobre todo la incultura, la chulería y la estupidez, calificativos que suelen andar de la mano cuando de los miembros de la clase política se trata, de calificarla como -sujétense los ojos dentro de las cuencas, no vayan a caérseles al leer semejante blasfemia- "el acontecimiento más importante en la historia de España en los últimos doscientos años".
Y después de decir esto, imagino que el hijo de la gran puta -perdónenme, pero tan sólo soy capaz de omitir la escritura de su nombre mediante adjetivos que, por razones abvias, no pueden ser muy agradables- se quedaría tan ancho.
Obviaré la cantidad de hechos trascendentales, buenos o malos, para la historia de España que han sucedido en los últimos dos siglos (una Guerra de Independencia, dos repúblicas y sus respectivas restauraciones monárquicas, excepcionales generaciones literarias, organización de grandes eventos a nivel mundial, la participación de Ana Obregón en El Equipo A, revoluciones obreras, golpes fascistas... ¡una Guerra Civil y cuarenta años de dictadura!) y me contentaré con decir que si el hecho de mandar a tus soldados -que son los únicos que no pueden quejarse de que los manden a morir allí donde nada se les ha perdido, que hubiesen elegido un oficio decente: agricultores, albañiles, barrenderos o prostitutas, por ejemplo- a matar inocentes por iniciativa de un genocida con el mismo cerebro que un tarro de mantequilla de cacahuete, le parece a este imbécil un "importante acontecimiento", sobra todo lo demás.
Recapacitando un poco, creo que quizás deba dejar de lanzar mis esputos bílicos contra este personaje, ya que probablemente sea un tarado o, directamente, un estúpido, que no merece otra cosa que la piedad de aquel que se tenga por buena persona. La piedad y la reflexión, porque resulta patético pensar en qué país vivimos; un país en el que este tipejo ostentó el poder durante ocho años -cuatro de ellos de manera cuasi absoluta-, y en el que probablemente hubiese sido reelegido para continuar con sus cacicadas por tercera vez si se hubiese presentado; a pesar de sus engaños, sus infamias y sus desprecios hacia la inteligencia de la poblaciós española y de la vida humana en general, sobre todo si esta es la de un pobre iraquí. Vida mucho más respetable, por cierto, que la inteligencia de todos los españoles que en su día le votaron.
Así que, en aras de la piedad, culminaré mis vomitivas líneas de esta semana con un jocoso e instructivo chiste de esos de van un inglés, un francés y un español:
-En mi país -espeta el inglés- nació un niño sin piernas, le implantamos un ingenio británico y ahora corre los cien metros en diez segundos.
-Eso no es nada -replica el gabacho-. En mi país nació un niño sin brazos, le implantamos un ingenio francés y ahora gana torneos de tenis.
-Eso si que no es nada -zanja, al fin, el español-. En mi país nació un niño sin cabeza, le implantamos un melón y estuvo ocho años de presidente del gobierno.
Un melón, un puto melón con bigote.
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