Pasado mañana, día 6, se conmemora el trigésimo aniversario de la aprobación de la Constitución española. Habrá fiesta en el Congreso, y las palabras democracia y libertad sustituirán a Real Madrid como las más importantes y empleadas en cualquiera de los rigurosísimos informativos del país -sustitúyanse por las palabras Fernando Alonso si el informativo referido fuera el de la 5-.
Total, una fiesta chupi lerendi en la que peperos y sociatas loarán las virtudes de la Carta Magna que los españoles nos dimos en el 78 (me juego un huevo y los pelos del otro a que alguien dice, palabra por palabra, esa frase) y no se chuparán unos a otros las trancas por el qué dirán. Pero no será por ganas, porque esa gentuza se encanta a sí misma.
Después, y como si el puñetero libro -encabezado aún por un precioso dibujo del escudo patrio escoltado por el águila de San Juan, el símbolo del Estado durante la dictadura- fuese El Quijote, anónimos ciudadanos desfilarán por el púlpito desde el que los diputados nos tienen acostumbrados a soltar su basura ideológica y demás chorradas para leer una ley fundamental tan falsa que miente ya desde sus primeras palabras, aquellas que proclaman que todos los españoles son iguales ante la ley.
Porque eso, querido lector, es, como le dijo el punki a Ramoncín, ¡mentira! Aparte de las desigualdades innatas que cualquier sistema de gobierno implica -ventajas para los más ricos y fuertes y quienes les laman el trasero a aquéllos- en España hay quien paga impuestos teniendo poco y quien cobra de ellos teniendo mucho más; algunos ciudadanos, por el hecho de vivir en un determinado lugar, tienen un voto de mayor valor que el resto; otros heredan pagas que sus ancestros ganaron en cruentas batallas medievales o en vergonzantes despachos contemporáneos. Y otro, incluso, tiene la potestad de abstraerse a la Justicia; esto es, que no puede ser juzgado. (A este ciudadano puede reconocérsele por ser algo gangoso, muy campechano y tener la típica nariz de toda familia fracesa que lleva casando a sus vástagos entre sí desde hace cuatro siglos. No entraré hoy a hablar sobre el efecto que esa tradición pueda tener sobre su cerebro...)
Mañana, en suma, los políticos celebran la aprobación de un engendro, de una absoluta injusticia con la que se llevan encauzando los designios de este semidesértico solar durante tres largas décadas. Los demás nos limitaremos a celebrar un puente demasiado corto poniéndonos tibios a tintorro. Pero antes de la diversión, hagámos un simil metafórico y fácil de comprender.
Imaginen una clase en un colegio. Uno de los niños, tan sólo uno, es rubio. Por este hecho diferenciador, tan absurdo como lo podrían ser el idioma, la alcurnia paterna o la mano elegida por cada cual para rascarse las pelotas, éste niño tiene un punto más en los exámenes. En un momento dado el profesor abandona el aula, y el más grande y garrulo de los alumnos toma el control. Al que tenía un punto más le muele a hostias y le obliga a tapar ese pelo rubio suyo que tantas ventajas le había dado; después, como alguno le intenta plantar cara, se dedica a repartir sopapos y robar los bocadillos de todos aquellos que lo miran mal.
A su regreso, el profesor, espantado con lo ocurrido en su ausencia, y tratando de dejar a todos contentos, decide darle al rubio dos puntos más en cada exámen. Reprueba la actitud del garrulo, pero por si acaso, porque ha repetido quince veces y es más alto que el propio maestro, y puestos a repartir manteca igual le cae algo al mismo profesor, no se mete en el asunto de los bocadillos. Que se los coma, que se los ha ganado, aunque haya sido a base de palos. Y para quien se ha llevado la paliza tan solo tiene una mención especial, un diploma en el que se le reconoce como la mejor persona de la clase. Un tipo pacífico y bondadoso. Pero sin bocata.
Si en lugar del robo de bocatas ustedes sitúan una dictadura de cuarenta años plagada de fusilamientos, represión y propaganda nacional-católica pues lo que les queda es esto, un país de mierda donde se ha hecho de la equiparación entre víctimas y verdugos, de la ridícula correción política y de la vista gorda con todo lo conflictivo, norma de vida.
Y donde, para más inri, se tiene la poca vergüenza de celebrarlo.
2 comentarios:
El simil con el aula del colegio es cojonuda, me alegro que el vinorro no te haya ahogado el cerebro, jaja.
Pero ya sabes que no estoy de acuerdo con que la Constitucion sea una mala constitucion, ni que el proceso de la dictadura a la democracia haya sido mala, podia haber sido mejor? Pues seguro paro no ha sido mala y hay que ponerse en el contexto que tu muy bien describes, una dictadura de 40 años no es moco de pavo como para hacer una ruptura abrupta y radical con ella.
Espero el post de la reina, a esa si que hay que darle caña, ja ja.
Adolfo
Al estimado señor Adolfo:
Parece que el vino no alcanza a cumplir su misión fundamental. Mas no desesperemos, estoy convencido de que puedo mejorar en lo que a su ingesta se refiere. Quizás estos próximos cuatro días (si, empiezo mi puente hoy mismo, porque yo lo valgo) pueda hacer algo al respecto y quedarme al fin completamente gilipollas.
En cuanto a la Sofi... no dude, querido lector, que pasará por aquí. Todos tenemos derecho a quince minutos de Bilis.
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