Se acerca la Semana Santa. La tenemos ya casi encima, y a pesar de ello no tocaremos hoy temas religiosos, que dejaré para posteriores entradas -últimamente los obispos se están poniendo de un cachondo que parece que traten de hacer méritos para ser protagonistas de Bilis día si, día también.
Sin embargo si que le daremos hoy al segundo palo más difundido en estas fechas tras saetas, procesiones y demás muestras de ibérico culto a los cielos. Que no es otro que el bebercio. Primavera, clima agradable y estancias en lugares en los que para los vecinos resultas tan conocido como la tabla del dos lo es para un participante de 'Hombres, mujeres y viceversa', hacen de estas fechas la época perfecta para que el personal olvide los problemas de sus azarosas peripecias vitales y se lance a una descontrolada orgía de cubatas en el postre y calimochos para desayunar.
Mucho se ha hablado de los daños que puede causar el excesivo consumo de alcohol, pero mientras no te encuentres con un volante en las manos y un acelerador en los pies, el alcohol no es más perjudicial que otras muchas drogas duras, como ver partidos del Valencia, votar, o escuchar el programa de Federico Jiménez Losantos; éstas unánimemente asumidas e incluso libremente practicadas en público por nuestra hipócrita sociedad.
No sé si les suena una peculiar teoría acerca de las manadas de ñus. Éstas se mueven a la velocidad que marcan sus miembros más débiles; así, cuando los leones cazan a los ñus enfermos, viejos o vagos, el resto de la manada se fortalece, y después de eliminar a esa marginal escoria (cuán hitleriana resulta esa expresión, céntrese que hablamos de ñus, no me vayan a malinterpretar) se hace más rápida y resistente, con lo que puede resistir mejor los sucesivos ataques de los leones. Aunque imagino que, éstos, fortalecidos tras haberse comido a los primos de los ñus que quedan vivos, también tendrán más velocidad y resistencia para volver de nuevo a la caza.
Y así la naturaleza, que es sabia, mantiene su ancestral equilibrio y patatín patatán. Como ustedes, vagos redomados que invierten el espacio de tiempo comprendido entre las dos y las siete de la tarde en fomentar ese espléndido invento español llamado siesta, jamás habrán visto un documental de bichitos y no captarán las profundas consecuencias del ejemplo que les acabo de plantear, lo repetiré con otros protagonistas más cercanos a su modus vivendi. Porque aquí, en Bilis, estamos para servirles.
Inmaginen -o quizá ni siquiera deban imaginar y les baste con limitarse a recordar cómo transcurrió el cercano fin de semana ahora que, aún lunes, puede que guarden algún somero recuerdo de él- que introducen ustedes en su cuerpo una cantidad de alcohol que escandalizaría a Massiel tras un garbeo por la Oktöberfest.
Siempre nos han vendido que el alcohol es malo para la salud, al igual que los ataques de los leones para las manadas de ñus, pero siguiendo la misma lógica aplastante podemos afirmar que engancharse una melopea tal que el individuo no sea capaz de distinguir a su padre de su madre, no sólo no es dañino, sino que beneficia la salud.
Cada chato de vino, cada corto de cerveza, cada vaso de güiski, cada trago de pacharán casero de esos que llevan tanto anís que las endrinas, asustadas, han decidido huir de la botella, ponen una piedra en ese magno edificio que es la destrucción neuronal.
Pero, ¿quiénes son los que caen bajo la aplastante fuerza de las hordas etílicas? ¿Nuestras más sabias y trabajadoras neuronas? Pues no. De la misma manera que el que iba justo de parné acaba durmiendo entre cartones y que la Duquesa de Alba y la reina Sofía son las últimas en darse por aludidas cuando golpea la crisis económica, así cede nuestro cerebro ante los constantes envites de los líquidos elementos.
Las neuronas más lentas, viejas o traicioneras, aquellas que obcecadamente se empeñan en llevar la voz cantante durante los meses de febrero y junio, acarreando los desastrosos resultados académicos que de este golpe de Estado de la estulticia cabía esperar; ésas neuronas y no otras, son destruídas.
Así, después de cada pérdida de consciencia pacharanil, de cada lanzamiento al palo del coma etílico, el sistema nervioso sale fortalecido, y los domingos por la mañana la mente se siente limpia, reforzada y poderosa tras la nocturna purga estalinista de neuronas disidentes del objetivo general, que no es otro que el saber, la horonable ansia de adquirir conocimientos.
Todo esto viene a cuento de que, siguiendo al pie de la letra mi propia y absurda teoría, pienso ser testigo de cómo siete (u ocho) personajes destruyen tal cantidad de neuronas defectuosas que es probable que, a partir del lunes de Pascua, y ya sin el lastre de esas células ineficaces cargadas de ineptitud, tomen las riendas de la Humanidad. La cuadratura del círculo y una plaza de catedrático son, pues, objetivos más que asumibles.
Puede que la puta naturaleza, que a parte de ser sabia es un poco cabrona, trate de apartarme de mi nuevo puesto laboral con la tan temida resaca, pero no duden de que pondré todo mi buen hacer para que la siguiente entrada de Bilis sea tecleada por servidor desde el rectorado de Oxford.
Les espero aquí la próxima semana. La puerta, queridos lectores, estará abierta. Así que pasen y beban.
2 comentarios:
De momento empieza matando la neurona que te ha hecho escribir umlaut en Oktoberfest.
Es una interesante teoría, y tiene un ejemplo mu claro, nuestro monarca, anda que no se pega este una cantidad de vinitos por toda España. Se puede llegar mas alto que nuestro absolutisimo monarca?
Pues eso, el premio nobel te dan este año!
Adolfo
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