martes, 28 de abril de 2009

La estulticia creciente de un meteorólogo cualquiera

Si ustedes, mis apreciados lectores cuyos comentarios agradezco e insto a prodigar más, me preguntaran acerca de algo que, sin ser causa o efecto de un especial mal sobre alguien, sea sin embargo objeto de mis más iracundas reacciones, servidor habría de responderles que ese algo es, sin duda, el mejor club del mundo en el siglo veinte, la máquina blanca, la gloria deportiva que campea por España con su limpia bandera, la metáfora que representa a la verdadera patria y los buenos españoles... en pocas palabras: el Real Madrid Club de Fútbol.

Pero ante la posibilidad real de que, decantándome por el Madrid, estuviera cometiendo el desliz de no cumplir uno de los escasos preceptos incluídos en la realización de la pregunta primigénea, ya que no es nada seguro que el Real Madrid no sea causa y/o efecto de un especial mal sobre alguien -este próximo fin de semana, y si don Andrés Iniesta no lo remedia, su repulsivo juego puede ser causa de mucho mal sobre los simpatizantes de cierto equipo azulgrana-; ante esa posibilidad, digo, habría de elegir otra respuesta. Y héla aquí, protagonizando la última entrada bílica de este mes abril, surgida, para variar, del odio que siento hacia ciertas cosas que para el grueso de la población quizás no sean especialmente repudiables. Pero el grueso de la población no tiene un blog en el que debe expresar semanalmente sus fobias.

Señoras y señores, queridísimos sapiens, no soporto, me saca de quicio, odio, en fin, la utilización simultánea de dos idiomas, empleada con especial virulencia en lo que al nombre de las localidades se refiere, colocando toponimia de dos lenguas disintas en la misma frase, el mismo mapa, etc.

¿Por qué cojones, si una persona está hablando en castellano, ha de decir Girona o Donostia? Es tan brutalmente absurdo como lo sería que alguien que se estuviese expresando en vasco dijera San Sebasián en medio de su frase, o que un catalán metiese Lérida en lugar de Lleida camuflada al usar su idioma.

Y no me vengan con que catalán, gallego, vasco y turolense son lenguas oficiales de España. Introducir palabras de un idioma mientras se está hablando otro en el que esas palabras tienen su forma de expresarse es, directamente, de retrasados mentales. ¿O no les parecería que a un corresponsal que iniciara su crónica con un "Buenas tardes desde London" le falta un hervor? O dos o tres.

Opino que todo se debe a estúpidos complejos, a que determinados pringadillos con atribuciones sorprendentemente elevadas para su capacidad intelectual han identificado todo lo que huele a España con rancia ultraderecha (no les falta razón, pero prácticamente todo lo que huele a política es identificable con fascismo, y en eso no reparan), pero el castellano es simplemente un idioma que nada sabe de política y no tiene la culpa de haber sido utilizado como emblema de ficticios imperios por dictadores ferrolanos.

En definitiva, que mezclar dos idiomas en el mismo contexto es tan ridículo y viene basado en tonterías tan sublimes, que me resulta desquiciante. Pero como soy un buen demócrata y amo las flores y los pajarillos, no me compraré una recortada e iré plató por plató decorándoles el cráneo con perdigones a todos los que diseñan, por ejemplo, los mapas del tiempo. (Que conste que, a pesar del título de la entrada, dudo que gente como Maldonado o el ínclito Brasero tengan nada que ver con los nombres que les ponen a los pueblecitos).

En su lugar, y ya puestos a escribir la toponimia mezclándolo todo como les sale de los mismísimos cojones, opino que deberían de obrar aplicando el idioma nativo para absolutamente todos los lugares del orbe. ¿O es que acaso los gallegos y los catalanes tienen derecho a ver sus pueblos y ciudades rotulados en la oprimida lengua de sus ancestros y, sin embargo, los valencianos no?

Alacant, Castelló y València, con su molón acento hacia atrás, a lo gabacho. ¿Y por qué Vitoria-Gasteiz sí y no Bilbo, Biasteri o Tutera? (Que ahí donde lo ven, son Laguardia y Tudela. Otro día hablaré, si tengo ganas, acerca del mejor oficio del mundo, ser encargado de toponimia de la Academia Vasca de la Lengua, cuyo trabajo consiste en revisar antiguos manuscritos de la época previa a la conquista castellana y la instauración de la represión y después, echarse unos txikitos entre pecho y espalda e inventarse nombres tan elaborados como la mencionada Tutera).

Pero, sin desviar la atención al asunto fundamental de esta entrada, desde Bilis quiero iniciar una campaña pidiendo la total utilización de la toponimia nativa. Que proliferen términos como Cevilla, Xixón, Leganéj o Graná. Y que en los mapas del tiempo la capital de Aragón sea denominada de la forma en que el oprimido pueblo maño -a esos sí que la unión con Castilla y la actual preponderancia económica catalana han arruinado su gloriosa historia medieval- ha llamado siempre a su ciudad. O sea, Zárágózá, acentuada en todas sus sílabas. Y que sea rotulada con mayúsculas bien grandes, para que se entienda que lo dicen gritando.

Y yendo más allá, si he de soportar lo que para mis opresores oídos de castellanoparlante resulta cacofonísima expresión como es A Coruña, les dos doy opciones antes de comenzar la lucha armada: o bien los españoles se buscan un idioma y dejan el castellano como lengua nativa en La Rioja -o mejor aún, nativa tan sólo del valle del Cárdenas, o sólo de San Millán de la Cogolla, puestos a fomentar localismos paletos lo hacemos como Dios manda- o serigrafían desde ya todas las señales de tráfico en nuestra lengua autóctona.

Ya lo saben, les doy dos meses para que obsequien a mi vista con carteles en los que se lea Güércanos, Bañitos, La Aldea, Caláurra, Ribaflecha, Recílla, Beloráu u Ojoculo. Si no, buscaré la recortada.

Tiembla, Mario Picazo.

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