jueves, 23 de diciembre de 2010

El infrafútbol

Resulta que los futbolistas van a ir a la huelga.

Según su convenio, los días entre el 27 de noviembre y el 2 de enero -ambos incluídos- son festivos. Así que los jugadores se han plantado, y amenazan con no jugar la próxima jornada, con la que se abrirá el año futbolístico, precisamente ese día 2 de enero.

La pregunta es obvia: ¿qué clase de retrasados mentales componen el calendario de la Liga española, poniendo una jornada en el periodo vacacional de los jugadores? Con ello están incitando a lo que está pasando: amenazas, no ya de huelga, sino del legal cumplimiento de su convenio y disfrute de sus vacaciones.

Como trasfondo de todo el conflicto parace estar la situación de los jugadores del Betis y el Recreativo de Huelva, a los que se les deben unos siete millones de euros correspondientes a varias mensualidades atrasadas.

Vayamos por partes: primero, está muy bien que los futbolistas sean solidarios con sus compañeros, y exijan que se les pague lo adeudado, pero ¿hasta qué punto alguien que cobra millones de pesetas por dar patadas a un balón tiene derecho al plante? No creo que, en Segunda División, ningún jugador pase hambre porque su sueldo llegue unos meses tarde. Y si lo pasa, es porque no ha sabido ahorrar nada de lo que ha cobrado con anterioridad, demostrando que es un completo tonto del culo.

Después, la cosa cambia cuando se desciende a las categorías inferiores, al infrafútbol y alrededores, sobre todo en la Segunda B, donde los jugadores están lo suficientemente profesionalizados como para trasladarse a trabajar a cientos de kilómetros de sus casas, pero cuyos sueldos no son lo suficientemente elevados como para permitirles vivir holgadamente -o vivir, a secas- cuando dejan de ingresar. Cosa que, en Segunda B -pecera en la que nadan todo tipo de pirañas con forma de empresarios de las más diversas índoles en busca del lucro con subvenciones y la publicidad gratuíta en equipos venidos a menos-, sucede con desesperante frecuencia.

Allí los jugadores acaban encerrados en los vestuarios, durmiendo en colchonetas y comiendo de tápers. Que me cuenten a mí dónde ha dormido Emaná esta noche (en su chalet, me juego un huevo), o cómo ha ido hasta el puto campo del Betis que ya ni sé cómo se llama a estas alturas (en un cochazo, y ahora el otro).

Por ellos nadie monta huelgas, ni amenaza con nada. Son los parias de este fútbol multimillonario, y lo saben. Son futbolistas anónimos, a los que sólo reconocen en sus ciudades. Si quieren salir de fiesta, se van a la capital más cercana, y todo arreglado. O casi. Porque siempre puede haber media docena de veinteañeros que, no contentos con matarse a pajas, tienen tiempo para saberse todas las plantillas del grupo norte, y reconocer al pobre currante del balón en la madrugada de la discoteca de provincias, en la que no hay flashes ni alfombras rojas, pero sí mucho cabrón con mala baba que quince días después puede acabar, borracho como una cuba, en un fondo a quince centímetros de la red de tu portería, llamándote borracho y putero; con el mismo que te trataba de porterazo en plena pista de baile llamándote hijoputa; recordándote que eres andaluz e instándote por ello a volver a la escuela para aprender a leer. Y así cuarenta y cinco largos minutos.

Hasta que, horadados los oídos por esa caterva de pequeños discípulos de Lucifer con más ballantines que leucocitos en las venas, se te ocurre despejar mal un balón fácil, y un colega del gremio que trabaja para el bando contrario te la mete blandita. Y no en la portería precisamente. O no sólo en ella.

Y más lindezas de los putos chiquillos; y las risas de otros tipejos que, a pesar de que no te insultan en ningún momento, son más viejos y más cabrones que los borrachos, y se lo están pasando aún mejor que ellos; y la imposibilidad de aguantar estoico ni un minuto más; y un par de flemas de un enano con granos en tu toalla, por si acaso. Y, para completar la jugada, uno de tus torturadores se acerca al grupo de al lado y, malicioso, confiesa: "se está crispando", en un alarde de recursos léxicos que ni la cochambrosa grada, ni las ingentes cantidades de alcohol que el individuo lleva dentro hacían prever en absoluto.

En definitiva, que puesto frente a la impávida resignación del santo Job con guantes y publicidad de Cajaburgos, un millonario que proclama consignas huelguistas desde detrás de los cristales tintados de su deportivo merece, cuanto menos, que se les diga a esa media docena de hijos de puta con bufandas blanquirrojas e infinitas ganas de cachondeo, que el tipo de dentro del cochazo les ha robado los litros.

Por ver cómo acaba la cosa, sin más.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Dos notas a tu maravillosa entrada:
- Crispación, mucha crispación.
- Bilis debería recordar que los futbolistas cobran en euros.

Yaha! dijo...

He tenido en cuenta su aportación acerca de la crispación, y la incluto en el contenido del artículo. En cuanto a la unidad monetaria empleada... me es tan extraño cualquier tipo de dinero, que ahí se queda lo de las pesetas.