viernes, 4 de febrero de 2011

Cuando los payasos dominen la Tierra (VII)

Licuadoras del infierno, que lo mismo te hacen un zumo de albaricoque que desintegran un Boeing 747; un monopatín para desplazarse como el inspector Gadget cuando la farlopa te deja con la misma movilidad que Benzema; el horno familiar con grill de George Foreman; la plancha, las sartenes, los tápers y la camisa de fuerza para la permanente esquizofrenia verborreica de la Patiño; el licor en garrafas de cinco litros de dosis única que se desayuna Juancar el Campechano; ¡la batamanta! bajo la que pueden abrigarse en las noches de invierno Falete y María Teresa Campos o, si no están ellos, la selección escocesa de rugby; y ahora, Vitaljoya.

Quizás si les hablo de Manolo Jiménez muchos de ustedes no sepan quien es el colega en cuestión. Pero si les digo que en los lejanos y siempre sórdidos años noventa el tipo fue colaborador de Paco Lobatón en Quién sabe dónde... Pues tampoco, me temo. Ahora, si tengo la gentileza de adjuntarles una fotografía junto a su hermano gemelo Leslie Nielsen, estoy convencido de que acaban de ubicar al tipo por completo.

El amigo Manolo era inspector de la Policía Nacional hasta que probó las mieles de las cámaras y quedo enganchado a la televisión. Pero no a un tipo de programas culto y respetable como pueda ser Sálvame Deluxe, no. Manolo se ha pegado quince años haciendo intermitentes apariciones en programas matutinos para abuelos y amas de casa, acompañando a gente como Inés Ballester o el abuelo Torreiglesias -sí hombre, sí, el simpatico viejete al que largaron de TVE por meter de tapadillo publicidad que el Ente no cobraba, llevandose las perras para comprarse una próstata biónica-.

Hoy en día, cuando incluso los programas matinales han caído en las garras de frescas jovenzuelas (y de Ano Rosa Quintana, que tiene más años que la vía del tren, pero a la que el fotochop es capaz de presentarnos en estado embrionario cualquier día de estos), Manolillo ha quedado recluído a la teletienda nocturna, donde nos presenta Vitaljoya, una estafa al estilo Power Balance pero, eso sí, mucho más cara.

Incapaz, como tantos otros famosetes de medio pelo -prostitutas hospedadas con anterioridad en Gran Hermano especialmente- de dar el paso definitivo hacia la estafa televisiva, y colocar sus populares rostros antes un panel en el que ofrecen decenas de miles de euros a cambio de adivinar la capital de España; decir tres números pares; o quién es más chulo, Cristiano Monaldo o Ghandi; Manolo ha optado por ser la jeta visible de un producto de mierda, que no sirve para nada que no sea estafar al pobre incauto que se lanza a su compra encandilado por el angelical ejemplo de su presentador favorito.

(Como lo de Guardiola anunciando no sé qué vomitivo excremento financiero para el Banco Sabadell, pero en cutre, vamos).

Lo más increíble de todo es que, dentro de la inabarcable espiral que lleva la televisión en la España actual, un tipo que fue madero tratando de clavarte doscientos euros por una puta cuerda chapada en corchopán, tres chamanes senegaleses vestidos de reyes magos, un par de tetas haciendo preguntas de trivial nivel Sergio Ramos, o una gorda echando las cartas en el reducido espacio que su enorme cuerpo deja libre en pantalla conforman una programación de madrugada que es bastante mejor que cualquiera de las cosas que pueden verse una tarde cualquiera -excepto Pocoyó, que es el puto amo y tiene un amigo que es un pato con sombrero-.

Será la edad, pero cuánto añoramos las gentes de bien los anuncios de almohadas cervicales a las seis de la tarde.

"Mi marido ha dejado de roncar". Si señora, porque está muerto.

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