¿Cuántos astros han de alinearse para que, cuatro de cada cinco veces que servidor ha de evacuar en un lugar público, la cantidad de papel restante en el dispensador sea la suficiente como para sentarme confiado en el trono y, al primer tirón, contemplar desolado la marrón soledad del canutillo de cartón agotado?
Esto sí que es una conjunción planetaria, y no la coincidencia en el tiempo, el espacio, la hipocresía y los pantalones a la altura de los tobillos, de dos personalidades como Zapatero y Obama. Que lo sepas, Pajín.
Por eso, Klínex me ha nombrado cliente del año desde 2003. No desoigan jamás el consejo de un señor con boina, y si éste les incita a coger una chaqueta con cuarenta grados de angustioso agosto, o a llenarse los bolsillos con algo suave que pueda servirles de futuro salvavidas, háganle caso.
De momento, para que sepan donde se meten, aquí va otro triunvirato de tronos de blanca porcelana:
Centro de Salud de la Villa, Gijón
Curioso contraste el que nos ofrecen los servicios de limpieza que el Servicio Asturiano de Salud contrata para su más importante centro en la mayor población del Principado.
La cueva de las montañas en la que creíamos que vivía el Binla pared con pared con los retretes de Buckingham Palace. Hediondo agujero en el baño masculino compensado con la limpieza abrumadora del recinto de minusválidos.
Por ello, una cosa intenta compensar a la otra, y la extraña mirada que docena larga de astures nativos te dispensan cuando abandonas el baño de hombres y entras en el de minusválidos, como si acabaras de recordar tu proverbial agilidad despejando balones o jugando al billar, lo que te convierte en todo un paralítico de las áreas o las mesas de tapete verde, no hace sino contribuir con medio punto extra a la bajada de la nota.
Haciendo la media, descontando la citada por público alarde de las deficiencias del primer baño, un cinco y medio para los astures.
Playa de San Lorenzo, también en Gijón
Cuando has cagado al amanecer sobre una homigonera, nada en lo relativo al vaciado intestinal puede volver a ser lo mismo.
Por eso, aunque la arena esté humeda y ansiosa por ser coronada; aunque el paseo haga un extraño requiebro que lleve la oscuridad a los cuatro metros cuadrados en los que violarás la virginidad de la arena nocturna; aunque a la mañana siguiente, el viejo y constante Cantábrico se haya llevado hacia Inglaterra la media docena de klinex que marcaban el campo de minas; cagar en cuclillas siempre será cagar en cuclillas.
Y como todos ustedes saben, en esta guía de defecables lugares se prima la comodidad antes que la higiene, por lo cual no poder desahogarse sin tener que ocuparse al mismo tiempo de que los músculos de las piernas le sustenten a uno, resulta incompleto, vacío, insuficiente; como comer sin pan.
Por todo ello, preferimos un buen pino derruido por la podredumbre sobre el que poder emular a Batman. Un tres para la impoluta playa gijonesa.
Vestuario de trabajadores de la estación de servicio de Sahagún, en pleno tramo palentino de la Autovía del Camino
Entrada directa desde la calle, ambiente agradable, ropa de empleado colgada en una percha y, ante todo, papel, mucho papel. Como no podía ser de otra forma cuando el lugar es utilizado por aquellos que se encargar de proveer de este blanco maná de celulosa en el resto de los baños del recinto.
Viniendo de la primera reflexión de esta entrada, la de las conjunciones planetarias, la seguridad que proporciona defecar en un lugar así tan sólo es comparable con hacerlo en los baños de la fábrica de Scottex.
Obviamente, un notable que, aderezado con la extraña satisfacción que produce la incrédula mirada de un transeúnte cuando vé que uno de los tipos que se están poniendo morados a chorizo en el parking sale del vestuario laboral, le conceden un bonito ocho a la estación de servicio.
Así es Castilla y León, cada fin de semana, unas vacaciones.
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