En el país donde se inventó la siesta, la sociedad adormecida es el pan nuestro de cada día.
Por eso, tras la riada de Madrid-Barças que ha alejado a la población de su preocupación por los problemas reales, sumiéndolos en fútiles discusiones sobre balones, patadas, insultos, y simulaciones, algo parece haber cambiado en la mentalidad colectiva en estos últimos días.
Sube el paro, suben las hipotecas, sube la gasolina... pero también ha subido la indignación, e, internet mediante, centenares, miles de jóvenes, prolongaron una manifestación contra la clase política española en forma de acampada, siguiendo las directrices que tiraron a dictadores en los países árabes a primeros de año.
Entonces las palabras libertad y democracia estaban en boca de todos, de nuestros hipócritas políticos también, desde luego. Tan en boca que incluso nuestro Estado envío buques de guerra para apoyar por la fuerza las protestas de los opositores al dictador de Libia.
Pero hoy, las cosas parecen haber cambiado. ¿A quién podría parecerle mal que la juventud -y no sólo ella, pues en Sol y otros muchos lugares parados, jubilados, e incluso médicos cincuentones con su buen sueldo asegurado pero conscientes de que vamos sin remisión hacia el desastre total- se manifieste en contra de un sistema podrido que tan sólo asegura el futuro de unos pocos a costa de la sangre de la inmensa mayoría?
Pues haberlos, haylos. Intereconomía, ese nido de fascistas autoinvestidos por una pátina de democracia a la española, herederos de las águilas, los yugos y las flechas -y no las de los Reyes Católicos, precisamente- es donde se pueden oír algunas de las voces más comprometidas en contra de este movimiento social y apolítico al que ellos -deformación profesional obliga- tachan de vagos y maleantes, como en la época del Tío Paco.
Pero no sólo ahí, que en todos los sitios cuecen habas, e incluso los que aparentan ir de progres por la vida, como el lehendakari Patxi López, que habla de libertad, de solidaridad, de nuestro país -Euskadi, desde luego-, y de otras tantas cosas, afirma ahora que ve "una mano negra detrás de las protestas".
Vamos, López Jauna, no me joda. ¿Mano negra? ¿Está de broma? ¿Acaso insinúa que es el PP el que mueve los hilos detrás de los jóvenes de la Puerta del Sol? Pues el señor Rajoy debe hacerlo de puta madre, porque parece cualquier cosa menos una manifestación antigubernamental ultraderechista.
¿Es que tiene usted miedo? ¿Quizás teme que la cosa vaya a más y se les acabe el chollo que los politicuchos como usted -que son todos- tienen montado? No se preocupe, hombre, que aquí no hay petróleo, y los extranjeros no encontraran en unos miles de jóvenes hartos de su mangoneo la ocasión para invadir a misilazo limpio nuestra yerma piel de toro.
No se preocupe, señor López; no se preocupen, señores de Intereconomía; no se preocupe, señor Aznar -otro, que cuando habla sube e pan (si alguien aún le hiciera el más mínimo caso)-; que no cunda el pánico, que esto no va a llegar a nada. ¿O sí?
Si idiotas como éstos tienen la desfachatez de criticar las protestas pacíficas de la juventud española, puede que haya hueco para un rayo de esperanza, al fin y al cabo.
Hace tiempo, en una tapia junto al Ebro, leí una pintada que proclamaba que "Nuestros sueños no caben en sus urnas". Hoy queda más claro que nunca, aunque esta vez el sueño sea algo tan mundano como disponer de un trabajo justamente remunerado o una vivienda digna. Parece que eso tampoco cabe.
Puede que los primeros sublevados por la muerte de aquel joven en Tunicia no confiaran demasiado en sus propias fuerzas. Que los primeros reunidos en aquella plaza cairota dudaran de sus posibilidades. Que aquellos islandeses que, cacerola en mano, plantaron cara a su corrupto Parlamento por primera vez, lo hicieran sin una completa convicción. Pero lo hicieron, la cosa creció, y acabó conviertiéndose en una completa certeza.
Demos tiempo a que todo esto crezca, a que el abono de la represion policial llame a más y más gente a las calles, pero, mientras tanto, bajo ningún concepto nos dejemos engañar de nuevo por los mismos, legitimando sus desmanes en nuestra cita de cada cuatro años.
La semilla crecerá lentamente, y acabará siendo un frondoso roble, o un insignificante arbusto. Ya veremos. De momento, no eches sal a la tierra, no entregues tu voluntad a la estúpida falacia de una urna.
Esta vez es el momento: no votes. El mundo, que será mejor con una abstención del ochenta que del ocho por ciento, te lo agradecerá.
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