domingo, 9 de octubre de 2011

Olé

Una imagen vale más que mil palabras. Pero como en escasísimas ocasiones un documento gráfico logra expresar la sonoridad de un "voy a cagar en un tiesto y lo voy a llevar a la tumba de tu puta madre", en Bilis somos más de palabras. Y por eso les vamos a describir una imagen.

Hay un hombre en el suelo. Viste un traje ceñido, extrañamente brillante, reflejos dorados hasta la pantorrilla, donde un par de medias rosas completan su extraño atuendo. Sobre él, una bestia poderosa, más de media tonelada de furia salvaje, todo fuerza y músculo en un animal oscuro... y con el ojete pálido, sucio de tierra o mierda reseca.

Bailan en el inestable equilibrio que sólo el estatismo de una fotografía puede proporcionar. Sus cuerpos se acercan peligrosamente, pero la bestia parece levitar sobre el hombre, sin llegar a aplastarlo de puro milagro.

Pero, oh desgracia, hay contacto. El toro no son sólo seiscientos kilos de enfurecido músculo; también son dos enormes cuernos, puntiagudos como agujas, empujados con la fuerza de un cuello capaz de tirar a un caballo al suelo de un empujón.

Así que, cuando el asta impacta contra el maxilar inferior izquierdo del hombre, ésta penetra con dolorosa facilidad, clavándose más de un palmo en plena cabeza.

Después, bajo el empuje imponente del animal, el cuerno busca una salida. La foto esta tomada de lejos, y afortunadamente no puede ampliarse, razón por la cual la sospecha no puede convertirse en certeza. Pero una extraña esfera blanca en la cara del hombre amenaza con lo peor: el cuerno ha salido en blando, arrasando la cuenca ocular, y llevándose puesto el ojo.

Dolor.

En este momento, no cabe otra cosa que sentir pena por el pobre hombre, que tanto debe estar sufriendo. Pero también es un buen momento para no perder la perspectiva y soltarles mi particular opinión sobre el mundo de los toros.

No creo que deban suprimirse las corridas de toros. No en vano, son la fiesta nacional española, y como tal, una tradición centenaria que debe mantenerse. Es como pretender erradicar la mafia de Italia, o la pederastia de Tailandia. Cada país tiene sus cosas, y hay que respetarlas, aunque no las comprendamos del todo.

Pero, una vez asegurada la existencia de las corridas, mantengamos el respeto total por la tradición. ¿No hemos oído alguna vez -muchas- que la Fiesta es la lucha noble entre un hombre y un bello animal, como es el toro? Pues que haya lucha. Y lucha de igual a igual.

Para empezar, y ya que nadie se molesta en curar las heridas del animal -faltaría más-, creo que deberían prohibir por ley las enfermerías de las plazas. Empate en las posibilidades de salir vivo si te clavan algo en la chepa.

Después, y siempre en pos de la ecuanimidad y la correcta tradición de las corridas, deberían quitar al picador y demás miembros de la cuadrilla del torero. Que él se lo guise y él se lo coma. Y, si quiere banderillas, que las ponga él mismo. Como, por cierto, hace Juan José Padilla, el tipo de la foto antes mencionada.

Y, obviamente, debería exigirse que el animal estuviera en buen estado antes de la lidia. ¿No queremos una pelea épica entre el hombre y la bestia? Pues que la bestia llegue a la plaza como es en libertad, sin aturdir, sin drogar, sin afeitar.

No hablo ahora del bigote, no, sino de la costumbre -ilegal, por cierto- de recortar la longitud de los cuernos antes de que el animal sea toreado. Para que se hagan una idea de lo que sucede después del afeitado, podríamos decir que es como si a usted le cortan una mano.

Cuando, acostumbrados a la longitud habitual de su extremidad, fueran a coger algo, se quedarían cortos. Creen que tienen quince centímetros más de chicha, pero ahí solo hay aire.

Pues buen, cuando a un toro le recortan la cornamenta, embiste como si aún la tuviera intacta. ¿El resultado? Que, en las primeras embestidas, hasta que se huele la tostada, suele quedarse un palmo corto de la cara del colega que tiene delante trapo en mano.

Vamos, que es como si, en cualquiera de sus operaciones de cirugía estética, a Belén Esteban le dejaran los orificios de la nariz dos centímetros más cerca de la cara, y en el momento de ir a meterse un tiro, se clavara el canutillo en el ojo. Y, después, sin dejar que el método prueba-error permitiera a Belén comprender cómo había cambiado su cuerpo y qué tenía que hacer para poder seguir mandando polvo blanco al cerebelo, la acuchillaran ante miles de personas exaltadas.

Esas son mis propuestas. Yo no quiero que supriman el toreo, pero unas reglas justas no estarían de más. Así, en lugar de unos cuantos heridos humanos frente a seis bovinos muertos en cada corrida por centenares de corridas al año, quizás tendríamos un hombre muerto por cada treinta o cuarenta toros pasados por el estoque. Y, con esa proporción, más de uno se lo pensaría antes de salir a marcar paquete al albero.

PD: Por cierto, parece que Padilla va a perder el ojo, pero aún así, en sus infatigables ánimos por seguir jodiendo a los pobres toros, ha afirmado que "toreará con un parche si hace falta". Que alguien le explique a este anormal el significado de "percepción de la profundidad", y las divertidas consecuencias en el tema de no tener más que un ojo.

La secuencia de 'Los Caballeros de la Tabla Cuadrada' en la que un guerrero está a tomar por culo, cabalgando con sus cocos y, un instante después te atraviesa de un espadazo, puede servir. Si es que hay algo más que sadismo y autopistas para cuernos dentro de su cabeza como para pillarlo.

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