miércoles, 1 de octubre de 2008

Blasfemia

Hoy ha habido Champions, pero la porción bílica de esta semana surge la jornada de la Copa de Europa de hace quince días.

En la llegada al estadio en su lujoso coche deportivo para concentrarse en un no menos lujoso hotel madrileño antes del partido, el jugador número 14 del Real Madrid, exento aún de vestir la ropa deportiva oficial del club, mientras entraba altanero en el Bernabeu ignorando a la prensa y a los aficionados que allí se agolpaban -quien sois vosotros, mortales, para obligarme a detener mi Audi y bajar las ventanillas para saludaros-, lucía una camiseta negra con ribetes plateados en las mangas que enmarcaban una captura del fotógrafo cubano Alberto Korda. Una imagen que se ha convertido ya en un icono. No era otra que la efigie del comandante revolucionario Ernesto Guevara, el Che.

Puede que el maricón de Guti -perdonen el adjetivo dado al susodicho todos aquellos a los que les gusta que les metan pollas por el culo- haya oído que se ha estrenado una película sobre el personaje y se haya decicido a compaginar su moda personal con la cartelera cinematográfica. Si es así esperaré ansioso al estreno de la sexta parte de Rocky, confiado en que el 14 del Madrid luzca en un partido su preciosa cara desfigurada por los puños del Poli Díaz. Pero quizás la prenda sea anterior a la película, y al joven millonario madrileño le haga gracia llevar a un tipo tan guay como en Che en el pecho.

Yo no sé mucho sobre el Che, pero lo poco que de él conozco me ha servido para formarme una somera impresión del personaje que para nada casa con cualquiera de las cosas que puedan resultar guays a Guti.

Sé, por ejemplo, que recorrió América Latina durante sus años de juventud en unas condiciones económicas bastante precarias. Sé que se embarcó en una conjura para derrotar al dictador de una patria que no era la suya, porque esa palabra carecía de significado para él. Sé que después del triunfo, siendo uno de los principales gerifaltes de la victoriosa Revolución cubana, se autoimpuso interminables jornadas de trabajo; que tenía una enfermiza obsesión por la igualdad en todo y entre todos sobre los que él tenía algún mando, obsesión en la que por supuesto se incluía él mismo a pesar de sufrir por ello grandes privaciones. Esta obcecación llama más mi atención que su posterior abandono de la cartera de ministro y el inicio de nuevas luchas en el Congo o Bolivia, donde habría de encontrar la muerte, y son estas ansias de igualdad que con el propio ejemplo pregonaba las que más me influyen a la hora de elevarlo, siempre según mi modesta y poco valiosa opinión, a la categoría de héroe revolucionario.

Habrá quien no conozca del personaje más que cuatro estúpidas palabras acompañando la foto de Korda; habrá a quien, conociéndolo, el personaje no le guste, quien le considere violento o quien no acepte sus métodos; pero, por encima de visiones personales, creo que aquel hombre merece, cuanto menos, el respeto de todos aquellos que, ni de lejos, seríamos hoy capaces de imitar su obcecación, su sacrificio personal y su compromiso con los propios ideales.

Dudo que Guti crea que, con todo su dinero, le hace falta conocer la más mínima información acerca de comandantes revolucionarios; puede que, azares de la vida, sepa algo de Ernesto Guevara y, aún así, posea la desfachatez suficiente para conjugar su apariencia y su modo de vida con su identificación con la imagen del Che. En el primer caso sería un pobre millonario ignorante, en el segundo un hipócrita despreciable. En ambos un desgraciado capaz de fundir la respetable imagen del Che con el mercantilismo llevado a extremos ridículos que representan unos tipos en calzoncillos que dan patadas a un balón y por ello son infinitamente mejor retribuídos, no ya que un obrero o un campesino, sino que un arquitecto, un ingeniero o un médico.

Por todo ello deseo sinceramente que, cuando el Madrid devuelva la visita al modesto Borisov, e este analfabeto funcional enfermizo de las peluquerías, un defensa bielorruso le levante metro y medio de un hachazo en la rodilla y que, al caer, se parta la cabeza.

Puestos a arrastrar mitos por el suelo es mejor empezar por aquellos que no han aportado otra cosa que unos cuantos paseos en calzoncillos por el césped.

1 comentario:

Pilar dijo...

El Guti te pone to perraca, eh!! Ya lo intuía yo.