Por circunstancias de la vida, como puede ser el hecho de que unos cuantos hijos de puta en Estados Unidos se hayan pasado los últimos años contraviniendo las leyes más básicas del neoliberalismo capitalista -que son dos, a saber: desayunar niños crudos y no conceder créditos a aquellos que no pueden avalarlos, por este orden-, la tan manida crisis trajo consigo multitud de despidos y nuevos parados entre los que servidor tuvo el gran honor de encontrarse.
Esta excepcional oportunidad para disfrutar de la inteligentísima programación televisiva matutina ha acabado dando con los huesos de quien les teclea en una ONG. Suena a labor altruista, pero reconozco que en este caso no lo es.
Muy bien, pues centrándonos en el asunto que hoy tengo a bien tratar con la concisa, escueta y no demasiado vomitiva prosa que me caracteriza, diré que he podido confirmar algo que hace tiempo sospechaba: los españoles somos unos auténticos cabrones.
A pesar de hablarles de una excelente causa, pocos son los que te atienden, y muchos los que recurren a las más variopintas e inverosímiles excusas para, quizás, evitar una mala mirada o tratar de calmar sus conciencias a sabiendas de que, al menos, deberían darme cinco minutos de su frenética vida para que pudiera hablarles de algo realmente noble.
Si por gente que te asegura estar colaborando con ONGs fuera, no habría problemas en el mundo, pues todos estarían solucionados desde aquí. Por no hablar del apadrinamiento. Es probable que ya no quede un niño en el Congo sin tener uno -o varios- padrinos en esta capital de todas las Riojas.
La cosa cambia cuando tratas con emigrantes que son, sin duda, los más receptivos a la hora de escuchar, y los más solidarios a la hora de aflojar sus -imagino- poco bollantes carteras.
Pero, españolitos de a pie supuestamente solidarios aparte, que no dudo que los haya, y ojalá muchos, lo más llamativo llega cuando decides poner tus miras en un banco.
El banco, uno cualquiera, suele distinguirse de los demás comercios por estar situado en los mejores lugares de cada manzana y contar en sus cristaleras con unos mensajes que emanan semejante buen rollo que uno no puede evitar pensar "¡Qué hostias! estos tipos tienen que ser los más solidarios del mundo. Si me preguntan en un cartelito qué pueden hacer hoy por mí sin conocerme, en cuanto les hable de esta tarea tan de puta madre de mi ONG se me va a tirar a los brazos".
Pero después, oh sorpresa, cuando tras invitarte amablemente a pasar escuchan lo que te ha llevado hasta allí, todo cambia. No lo dicen a las claras, pero yo sé lo que piensan. Algo semejante a esa mítica frase que me marcó tras leérla en el blog de automovilismo más sórdido ever.
-¿Te gusta la Fórmula1?
-No, yo soy más de follar.
Pues con los banquitos, similar.
-¿Os gustaría colaborar con nosotros?
-No, es que aquí somos más de robar.
Y así quedan las cosas. Todos tan amigos. Ellos han puesto su cara más amable cuando creían que podía dejarles a su recaudo los escasos dos euros que llevaba en el bolsillo, han reculado contra las tablas al oir la palabra maldita "oenegéeeeeeeee, oenegéeeeeeee, queremos tu dinero para dárselo a un puto pooooobreeeeee...", y después directamente, han intentado rociarme con agua bendita para lavar la blasfemia producida cuando alguien entra a un banco e intenta conseguir su pasta a cambio de nada.
Después servidor sale de su caverna infernal, de ese Barad Dûr donde tratan de captar acólitos para atarlos en la Sombra de una jugosa hipoteca a cincuenta años, y repara de nuevo en el cartelito con el saludo inicial. ¿Que qué podeis hacer por mi? Pues, para empezar daros con un par de piedras bien fuerte en los testiculillos. Después... si os morís todos directamente tampoco os lo iba a reprochar.
Y así transcurría y debería de haber acabado la mañana, hasta que, para rematar la faena y como la Providencia es siempre misericordiosa con aquellos tipos que gozamos del humor y gustamos de ponerlo, en negro sobre blanco, en un blog, aparecieron ante mí mis últimos clientes potenciales.
Confieso que esta vez fui directo a por ellos bajo el simplísimo axioma de "por qué voy a culminar una hermosa mañana habiendo incrementdo sobremanera únicamente mi odio hacia los bancos, si también puede crecer desorbitadamente la aversión que siento por la policía".
Y así, con un par, me fui a ver de qué manera me daban largas dos agentes de la ley. Y de paso, para que negarlo, tocar un poco los huevecillos bajo el manto protector de la ONG, lo cual, supuse -acertadamente, por suerte- que evitaría que los pitufos maquineros se pusieran de la mala hostia habitual que suelen tener los de su calaña. peor mala hostia cuanto menos grado -y/o cerebro- gastan.
Ir con una ONG te permite dar un trato familiar a gentuza que, como era el caso de esta pareja de maderillos, de otra forma exigirían cierto respeto por el mero hecho de llevar un chaleco fosforito y formar parte de la guardia pretoriana del alcalde de turno. Lo que no quita para que el resultado fuera, como era previsible, dolorosamente idéntico al obtenido en los bancos.
Así que, en un último intento, y siguiendo una de mis leyes básicas en el trato con la Policía, más aún si esta es Local, lo que les confiere el mismo poder que pueda tener Marianico el Corto en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, aproximadamente, hube de espetarles una última y hermosa mentira:
-Vosotros, que teneis cara de buenas personas, teneis que colaborar un poquito conmigo.
-Claro, si no lo fuéramos no podríamos llevar esto -contestó uno de ellos enseñándome su chapita de la Policía Local.
Y ya después de una mañana de brutal cachondeo, después de que me hubieran echado de una docena de bancos y cajas de ahorro con la misma educación con la que yo podría cagarme en los muertos de Jose María Aznar, me pegué el gustazo de rebatirle la mayor a Papá Pitufo.
-No te creas, que el hábito no hace al monje.
Y me marché. Contento, al fin. Porque si te lo tomas todo a cachondeo, ni siquiera unos cuantos paletos detrás de una placa -ya ponga en esta agente o director de la oficina tal- pueden amargarte una fresca mañana de verano.
Mañana será otro día, y es probable que algún honrado trabajador emigrante, que sepa de lo que le hablo cuando digo la palabra pobreza -yo, en realidad, como todos los que me léeis, imagino, tampoco alcanzo a comprender su brutal significado-, esté dispuesto a colaborar.
Mientras tanto, así termina el programa de hoy. Que bien, que la cosa para la ONG ha sido de todo menos productiva, pero servidor se vuelve a casa con un granito más que añadir a esa lista de razones de peso que me explica por qué odio a los bancos y a la policía hasta unos límites que no me permiten discernir a cual de ellos trago menos.
1 comentario:
ATRACAR BANCOS ES UN DEBER MORAL
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