lunes, 14 de marzo de 2011

El día que mataron a Salvador

En un mes de marzo de hace muchos muchos años, con el Diablo esperándole ya tras cada sombra de El Pardo, Francisco Franco Bahamonde, exitoso escultor de esta nuestra actual España, mandó cometer el último asesinato en su nombre.

El condenado fue un joven catalán perteneciente al Movimiento Ibérico de Liberación, acusado de la muerte de un subcomisario de policía aún más joven que él durante el tiroteo que se produjo cuando los perros del dictador intentaban detenerle. Se llamaba Salvador Puig Antich.

En realidad, Salvador, que acompañaba a otro miembro del MIL a una cita con un tercero que, detenido y torturado había confesado el lugar del encuentro, llevaba su arma sin cargar, y tanto la muerte del subinspector como la herida que él recibió las produjeron balas de la policía, accidentalmente disparadas mientras se completaba la detención en el interior de un portal.

Salvador hizo de chivo expiatorio y fue condenado a muerte por terrorismo.

Les podría contar muchas más cosas, pero para ello tendría que hacerme el erudito transcribiendo aquí cosas dictadas por Google, y tampoco es plan. Se lo buscan ustedes mismos, si les interesa, o se bajan -jódete, Ramoncín- la película Salvador, protagonizada por Daniel Brühl, protagonista también de la muy recomendable Goodbye Lenin.

Curiosamente, un mismo actor refleja las dos caras opuestas de la lucha de izquierdas: el totalitarismo leninista-estalinista en versión Stasi alemana, y el ideal utópico de cuatro jóvenes del MIL.

Ninguno de los dos, como vimos, acabó bien: el primero se corrompió a sí mismo; al segundo lo corrompe hoy, treinta y siete años después, la soledad de la tumba a la que le mandó el último estertor de la dictadura franquista.

Pero, finales trágicos aparte, hay una diferencia fundamental, lúcidamente expresada en ABC (¿Acaso alguna vez hubo libertad de expresión y debate político en la prensa española?) hace casi veinte años por el actor Fernando Fernán-Gómez, un siete de diciembre del noventa y uno, poco después del primer aniversario de la caída del Muro:

"Hoy -no digo ayer ni mañana- el socialismo autoritario ya no es una utopía, ha tenido ochenta años de experimentación, que a la vertiginosa velocidad que a los hombres de este siglo nos parece que suceden los acontecimientos, no son pocos. Y ahí está, a la vista de todos, vencido, humillado, desprestigiado; si no fuera por un siglo de sufrimientos y tanta sangre vertida, podríamos decir que puesto en ridículo.

Por contra, el socialismo libertario sigue siendo utópico. Y la utopía, como la caja de Pandora, debajo de las desgracias, oculta en su fondo a "la divina reina de luz, la celeste esperanza".

Quizá cuando los proletarios que siguieron a Hegel, Marx, Engels, Lenin, los autoritaristas, tenían la ciencia, los que siguieron a Proudhon, Bakunin, Stirner, Kropotkine, Tolstoi, Rusell, los libertarios, tenían la canción."


Loquillo, que tenía trece años el año que mataron a Salvador, se la dedicó.

El día que mataron a Salvador,
sin otras referencias,

colgué su foto en la pared.

Nadie a quien obedecer:

Todo estaba por hacer.
Coraje y esperanza.


Todo sigue por hacer.

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