Pero, por si acaso todo lo anteriormente expuesto no era ya suficientemente vergonzante, el amigo Ratzinger, muy al estilo de las bodas de Canaán, reservó lo mejor para el final.
El último día, en la homilía -que es cuando alguien que predica la bondad de un Dios humilde se cree capacitado para adoctrinar a sus iguales- el Papa aseguró ante la multitud entregada de papaflautas que "no se puede seguir a Cristo sin la Iglesia"; un mensaje que, claramente, no iba dirigido a la audiencia que Su Santidad tenía ante él en esos momentos -católicos practicantes ya todos ellos (o no, ver más arriba, en el párrafo relativo a la Sagrada Familia)-, y por tanto, impermeables ante una advertencia que reprocha una actitud que no es la suya.
El tirón de orejas iba para todos los demás, aquellos que creen en Cristo, pero no en la Iglesia; aquellos que siguen la doctrina del respeto al prójimo, pero ignoran o reprochan la actitud de una institución que, durante dos milenios, se ha dedicado a predicar blanco y hacer negro, a practicar la más descarada hipocresía como forma perpetua de vida y crecimiento.
Podéis ser todo lo buenos que queráis, pero si no sois de los nuestros, no valéis nada.
Ni este blog de mierda es el lugar adecuado para exponer con profundidad las convicciones religiosas de su autor, ni probablemente éstas sean demasiado profundas como para merecer ser expuestas. Pero siempre he visto el agnosticismo como la opción más consecuente: la misma irracional insensatez me parece aquel que afirma creer a pies juntillas en un Ser Todopoderoso, omnisciente y constantemente inmiscuído en nuestras vidas, vestido de blanco y moviendo su larga barba canosa para favorecer que un tipo que acaba de santiguarse haga pleno en la bolera de su pueblo; que el otro que niega la mayor, y atribuye a la casualidad la existencia de todo el complejo sistema de relaciones físicas y químicas que rige e universo, sin que absolutamente nada haya intervenido en su origen.
Así, desde la postura del algo habrá -no digo humanoide, ni siquiera algo que asegure mi trascendencia-, me parece lamentable que el presidente de la mayor corporación internacional de la historia y líder espiritual de buena parte de la población mundial se dedique a lanzar mensajes de chantaje hacia aquellos que, creyendo en la bondad, la solidaridad, el respeto al prójimo y tantas otras enseñanzas que los propios Evangelios canónicos -los únicos hoy en día aprobados por el negocio del Papa, vaya- atribuyen a Jesucristo, renieguen de ese negocio.
Si no estás con nosotros, colega, si no pones la equis en nuestra casillita, si no comulgas con las ruedas de molino ultraderechistas que nuestro divino dogma proclama (condones, homosexualidad, sumisión jerárquica...), lo mismo daría que fueras por la calle violando y matando. Si no tienes nuestro carné y no sigues mis directrices, estás fuera.
Pues nada. Con eso queda todo dicho. Si la ostentación y el apego al poder, cuando no el pecado puro y duro (extorsión, asesinatos, guerras; lean un poco y vean qué bonita fue la Edad Media en Roma y alrededores) durante veinte siglos no eran suficientes como para alejar a la inmensa mayoría de la población de las iglesias, ahora le añaden unas gotas de burdo y patético chantaje: "no se puede seguir a Cristo sin la Iglesia", o dicho en cristiano "aquí importa más la prosperidad de nuestra secta que unos lejanos y ya olvidados valores morales".
Así les va, cada vez menos gente joven (no esa de Madrid, o la que se apunta al circo de la JMJ para ver de gratis la Sagrada Familia en Barcelona) en las iglesias cada domingo.
Paz, amor, solidaridad... y una puta mierda como el cimborrio de la catedral de Burgos. Dinero, dinero y más dinero. Y, entre medias, mientras cuentan los beneficios de esta mierda de JMJ, si algún pobre crédulo sigue a pies juntillas las chorradas doctrinales del payo Ratzinger, y mete la cola en caliente sin protección, pues que se joda. Si muere de sida o hepatitis, que se joda; si tiene quince hijos y tienen que comer arena, que se jodan todos. El domingo, que vayan a misa y echen algo al cepillo.
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