martes, 9 de agosto de 2011

Anarchy in UK

Ya les conté hace un tiempo que tengo la sana costumbre de no ver telediarios. Bob Esponja sustituye al matinal, mientras desayuno; Los Simpsons al de mediodía y, en estas fechas veraniegas, raro es cuando el de la noche no me pilla tomando la fresca, como buena octogenaria que soy.

Esa es la razón por la que, a pesar de haber visto algún titular de pasada en la edición digital de cierto ruralísimo periódico, no tenía ni puta idea de la magnitud de lo que se estaba cociendo en Inglaterra. Hasta hoy.

Quizás sea que el capítulo diario de nuestros dioses amarillos no practicaba esa lamentable manía de interrumpir la publicidad; o porque la Vuelta a Burgos acabó la semana pasada y no había una contrarreloj por equipos entre Pradoluengo y Belorado -verídico, lo juro- que echarme a los ojos. El caso es que las noticias de Cuatro me han abierto los ojos a una realidad paralela de casas ardiendo, calles con urbanismo postapocalíptico y comercios destruídos.

Dicen que lo que empezó como una protesta ante un asesinato policial en el londinense barrio de Tottenham ha degenerado en la iracunda y descontrolada acción de pequeños grupos de chicos jóvenes, muy jóvenes, practicando una destrucción de proporciones bíblicas, a la que sólo le faltan unas dosis de herejía arriana y cargarse al San Agustín de turno para ser llamados vándalos con todas las de la ley.

Y la tele, esa niñera que nos cuida y nos vigila, nos aconseja y nos educa, ya ha puesto el dedo en la llaga señalando los culpables.

La culpa es, ojo al parche, de los videojuegos. En concreto del GTA, que lleva más de una década permitiendo a la juventud simular que eres el Tito MC buscando al de rojo de la botella por las calles de Los Ángeles, pero que, oh casualidades del destino, ha ido a destapar su fragancia malévola en este preciso punto del verano inglés. Como si antes nadie se hubiera engorilado reventando la ciudad en la Play, o como si fuera de la Gran Bretaña nadie tuviera videoconsola.

Otras muestras de violencia permitidas, alentadas y generadas por el poder -como las Guerras de Irak o Afganistán, o el festival de Eurovisión, por ejemplo- no tienen, al parecer, nada que ver como que los minibritánicos se hayan vuelto locos.

El culpable, como ven, es un videojuego; y el catalizador es una cosa llamada Guasap, un servicio de mensajería instantánea y gratuita que deben tener las Blackberrys. Si vieran ustedes mi móvil, que fue ensamblado en Atapuerca, comprenderían mi completa ignorancia tecnológica ante la mención de estos términos. A pesar de ello, me da el coco para pensar que eso no debe ser barato.

Niños de papá con tecnología cara sembrando el caos. Alucinante. Y la prensa poco menos que culpando a la Play.

Pero, no contentos con señalar como culpable a un videojuego, eximiendo de toda responsabilidad al sistema educativo o al económico; o a la propia televisión como modeladora de las mentes de esos jóvenes descotrolados, encima lo llaman anarquía.

Anarquía, analfabetos de los cojones, significa ausencia de gobierno, no destrucción. Anarquía -más o menos- tienen los belgas, con casi año y medio sin Ejecutivo, y no he visto arder Bruselas en todo este tiempo. En Inglaterra gobierno no falta, con el señor Cameron al frente, pero es incapaz de evitar la destrucción creada por una panda de niñatos.

Ya lo ven, nada de irresponsabilidad o incapacidad gubernamental, no: anarquía de unos juvenzuelos.

En fin, que visto lo visto es mejor volver con Bob Esponja y obviar los telediarios, no sin antes constatar que no todo lo que viene es como lo inglés. Mientras allí queman edificios, en Siria, por ejemplo, salen a pecho descubierto a que un hijoputa les mate por pedir libertad; e incluso aquí, a pesar del lamentable sistema educativo español, los jóvenes llevan todo el verano moviéndose, buscando.

Spain, ya lo ven, is different. Por eso, mientras Lady Gaga arrasaba en las listas de ventas de prácticamente todo el mundo -Inglaterra incluída-, aquí Extremoduro se pegó toda la primavera en el número uno. Cada cual busca su rayito de sol donde puede, y si esto no basta, no está de más repetir aquí y ahora el mensaje final de El año de la garrapata:

"Uno de cada cinco habitantes del planeta es un agricultor chino; aún hay esperanza".

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