jueves, 9 de febrero de 2012

Los superdotados de las monedas (I)

Por primera vez, y sin que sirva de precedente, Bilis se va a lanzar a la práctica de la prensa rosa. Ya saben, maquillaje excesivo, vida en un mundo alejado de la realidad, bodas, viudedades y líos de herencias. Vamos, que hoy toca hablar un poco de Historia.

Resulta que en España reinaban unos tipos de origen centroeuropeo, surgidos de los cojones de un tatatatarabuelo suizo pobretón llamado Habsburgo, al que los nobles del Medievo eligieron emperador porque sus posesiones eran tan poca cosa que no existía la posibilidad de que, aprovechando su nuevo cargo, se subiera a la parra y se le ocurriera querer ser más que los demás, cosa que sin duda sucedería si otorgaban la megacorona -siglos de historiografía y seguro que nadie había utilizado este término- a uno de los más poderosos.

Pero el amigo Rodolfo -que así se llamaba el suizo- y sus sucesores resultaron ser unos tipos listos, y mediante matrimonios, alianzas, guerras, traiciones a las anteriores alianzas y cosas así, acabaron controlando gran parte de los territorios del curso medio y alto del Danubio, más o menos lo que ahora son Austria y alrededores.

De ahí venían estos tipos de amplio labio inferior apellidados Habsburgo, a quienes aquí, con nuestro típico fascismo que nos lleva a cometer aberraciones como llamar La Coruña a la archiconocida A Coruña, y por las razones arriba explicadas, castellanizamos como los Austrias.

La familia tuvo en España cinco reyes, hasta que, llegados a un tal Carlos II, se extinguió, ya que el amigo fue incapaz de engendrar un heredero en toda su vida.

¿Y esto a que se debe? ¿Vagancia? ¿Homosexualidad? ¿Falta de puntería? Va a ser que no.

El populacho, que como Mendel aún no había inventado los guisantes era sucio e inculto -excepto los maestros de escuelas expertos en artes marciales, como bien nos enseña esa maravilla de fidelidad histórica que es Águila Roja-, no sabía nada de genética; así que decidió echarle la culpa de que su Rey fuera gilipollas a las brujas. Y le apodaron El Hechizado.

Pero no fue cosa de brujas, sino de cosanguineidad. Vamos al lío, que es muy fácil de entender:

Los padres de Carlitos eran Felipe IV, el anterior rey, y Mariana de Austria, segunda esposa de aquél y, curiosidades del destino, sobrina suya. Bueno, un poco de mezcla no es para tanto... pasa hasta en las mejores familias. Seguro que a Sergio Ramos le ocurre algo parecido.

Así que sigamos subiendo. Los abuelos de Carlitos eran, por un lado, Felipe III y su esposa, Margarita de Austria; y por el otro, Fernando III, el emperador alemán, y María, a la sazón hermana del padre de Carlitos y, por lo tanto, hija de los abuelos paternos. Sí, la abuela materna es hija de los abuelos paternos, qué sorpresa. Se nos solapan los ancestros, colega. ¿Y qué significa esto para nuestro amigo Carlitos? Pues menos regalos por Navidad, por supuesto.

Aunque esta duplicidad no es nada si continuamos remontándonos unos escalones más arriba en la genealogía del Hechizado.

Dos de sus bisabuelos, Felipe II y Carlos II de Estiria, eran tíos de sus esposas; bisabuelas por tanto de Carlitos. De los otros cuatro, tres eran hijos de alguno de estos dos matrimonios entre tíos y sobrinas, y la cuarta era sobrina de una de esas bisabuelas que ya era, a su vez, sobrina de su propio esposo. ¿A que mola? Pues hay más, porque los citados Felipe II y Carlos de Estiria eran, además... a ver si lo adivinan... ¡Eso es! ¡Primos! Nietos ambos de Felipe El Hermoso y Juana La Loca.

La idea va quedando clara, y se observa cómo cuatro generaciones se van mezclando a liguilla, todos contra todos, después de haber salido de los cojones de Felipe El Hermoso y de su esposa Juana, no conocida precisamente por ser un prodigio de equilibrio mental. ¿Algo coyuntural, las idas de olla de Juanita? Qué va, qué va. Los Reyes Católicos, sus padres, ¡también eran primos carnales entre sí!

Como resumen diremos que, si una persona cualquiera tiene habitualmente treinta personas distintas en las cuatro líneas del árbol genealógico que le preceden -dos padres, cuatro abuelos, ocho bisabuelos y dieciséis tatarabuelos-, el amigo Carlitos tenía sólo diecinueve; y que si subimos un escalón más, hasta los padres de los tatarabuelos, que no sé cómo cojones de llamará a ese parentesco, donde deberíamos encontrar treinta y dos personas nuevas, tan sólo encontramos dos más, y una de ellas, probablemente esquizofrénica.

Lo raro no es que Carlos II, último monarca de la Casa de Austria en España, saliera hechizado; lo extraño es que su madre no pariera un mapache.

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