viernes, 3 de febrero de 2012

El encantador de anormales

Confieso que desconocía la existencia del programa, pero es que, después de Gran Hermano, todo lo que incluya tan fraternal palabra en su título me provoca arcadas.

Así pues, en uno de estos momentos de asueto que el desempleo me proporciona -aunque pronto se acabarán, porque estoy seguro de que el tío Mariano está al caer en mi domicilio; creo que va casa por casa, como los Reyes Magos, dejando empleos de veinticuatro mil euros anuales-, opté por dejar de leer los estúpidos lloriqueos de millonarios malcriados y cambié la prensa deportiva por la generalista.

Y ahí apareció Hermano Mayor. A simple vista parece una mezcla de Supernany y el tipo ese que doma perros: un experto domesticando humanos creciditos, pero con el conocimiento justo para pasar el día, probablemente mucho menos inteligentes que cualquier chucho común.

La puesta en escena es de lo más original. Dos equipos de sogatira, con unos esforzados vascuences a cada lado de la cuerda y, junto a ellos, madre e hijo, diciéndose a la cara las verdades del barquero (nunca está de más recordar a Jose María García), mientras los euskaldunes tiran de la soga hacia el lado de quien más ruido haga.

Los ideólogos del programa son la hostia. El formato mezcla educación de bebés y de perros, y el contenido une una pelea de gallos entre raperos y deporte rural vasco. La única pega es que, puestos a elegir, deberían haber optado por el deporte de los segadores de alfalfa, entregar una guadaña a la madre y otra al hijo, y sentarse a grabar.

"¿Qué te molesta de tu hijo?", espeta el presentador a la madre. "Que sea agresivo. Siento pánico", responde ella, mientras la cámara enfoca a su vástago, de nombre Jonathan, que se muerde el labio, chulesco, mientras su cabeza rapada y el pseudodiamante que lleva como pendiente en la oreja derecha relucen al sol.

"¿Qué cosas no te gustan a ti de tu madre?" "Awahsassaaksakjshakhsadre", responde. No seré yo quien diga que la droga ha mermado su capacidad oral, ni que el piercing puntiagudo que lleva sobre la ceja le constriñe el cráneo de tal manera que ha visto afectada su dicción, pero cuando creo que su queja es "que no me lleva nunca a Alcanadre", resulta que el calvito, tirando de la cuerda con todas sus fuerzas -se ve que lo de las metáforas no va con él- ha respondido un "que no cumple como madre".

El presentador, que por lo visto pretende arreglar sus problemas familiares hurgando en los ciscos que tenían cuando el calvito tenía trece años, empieza a meter cizaña, y madre e hijo se vienen arriba.

Sea fingido o sea real el enfado -apuesto por esto segundo; hay gente lo suficientemente tonta como para lavar sus trapos sucios delante de toda España, creyendo además que tal exposición pública de su gilipollez puede arreglar sus vidas-, la temperatura va subiendo, al Jonathan se le olvida la linda metáfora de la cuerda, frunce el ceño, babea como animal rabioso y comienza a echar en cara a su madre su dejadez, a lo que ésta responde, gimoteando, con un definitivo "Tienes más cuento que la pastora".

Ahí te han dado, Jony. Touché.

A partir de ahí, el aplausómetro sube y sube, como cuando el señor Barragán bajaba por las escaleras de No te rías que es peor y proponía emplear un transmutador del continuo para ver a las mujeres. Las babas vuelan de la boca del Jonathan, mientras dice algo así como "ewotedwuentoooooo". La madre se echa a llorar, el calvito se lanza a por ella, y el maromo que presenta el programa se tiene que tirar a por él para evitar que la reviente a palos.

"Solo pido que me trate como a un hijo", dice el angelito en varias ocasiones. Y lo dice con tanta insistencia, y su propia apariencia es síntoma tan claro de esa dejadez, que es fácil suponer que parte de la culpa de que su hijo le haya salido rana -éste ha salido casi cocodrilo- es suya. La mayor parte, probablemente.

Educativo, ¿a que sí?

Ambos, presentador y calvito, ruedan por el suelo. Mucho "cálmate Jonathan" y mucha tonería; el chaval hiperventilando y los vascos impasibles, con toda su calidad, disfrutando del espectáculo. "A mí me han traído a hacer la pamema con la soga, Patxi, yo no me meto".

Tras un minuto de agarrones y blocajes sobre el césped del parque, el presentador y el niñato acaban sentados en el suelo, puede que a la espera de que alguien abra unos cartones de tintorro peleón para culminar el espectáculo con unos litracos en toda regla.

El Jonathan llora, porque también los veinteañeros calvos con diamantes en las orejas tienen sentimientos, y le da unas hostias al suelo, a puño limpio. Que se joda la litosfera, que la voy a poner al hilo, y tal.

No enlazo el vídeo, porque no es política de esta empresa, pero estoy seguro de que si teclean en Youtube 'anormal que merece morir lenta y dolorosamente intenta matar a la idiota de la madre que lo malcrió en un parque ante la impasible mirada de un equipo de sogatira', lo encuentran.

La moraleja final es cojonuda: "Estáis empezando a sacarlo todo, eso está bien".

Está de puta madre, amigo. En cuanto os vayais tú y las cámaras a vuestra puta casa, probablemente el calvito tire a su madre por el balcón. Así, cuando ya lo hayan sacado todo de verdad, puede que tengáis material para una segunda entrega de vuestro asqueroso programa para gilipollas.

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