jueves, 16 de octubre de 2008

Miénteme

Coja usted una canción popular, cámbiele la letra, atribúyasela a algún deficiente mental que resulte gracioso y expóngala ante la opinión pública en televisión. Habrá convertido automáticamente esa letra impostora en un exitazo.

El primero de los dos superéxitos de hoy es "Alcohol, alcohol, hemos venido a emborracharnos, el resultado nos da igual", patética versión perpetrada por la hinchada del Cádiz que la tele ha hecho pasar por canción original. Mentira. Mentira la letra y mentira que les de igual, porque si te la suda el resultado no lloras cuando tu equipo falla un penalti en el último minuto y te vas de Alicante a Segunda B sin escalas mientras me orino encima, incapaz de contener dentro de mi vejiga tanta alegría.

Cada medio de comunicación tiene su función, y la televisión está pensada para tergiversar las cosas y confundir al ciudadano. Así mismo la radio sirve para saber lo que debes pensar acerca de cada tema en función de la emisora que escuches (impagable aquel momento en que, aplicada esta máxima a la prensa escrita, oí "El País es el periódico que leo para saber mi opinión"), y los periódicos están para envolver el bocadillo o limpiarse el ojete.

También gracias a la tele ha alcanzado gran popularidad otra canción, banda sonora de un acontecimiento tan primordial para la historia de la patria, que según informaciones privilegiadas a las que servidor a tenido acceso, será el elegido para el final de "Cuéntame..."

En efecto, me juran que la mítica serie, que se ha llevado más allá de su previsto final original, la muerte de Franco, y que se pretendía estirar hasta otros acontecimientos de gran calado, como la muerte del Fary o el primer paseo espacial de un astronauta a bordo de una nave española, ya ha encontrado fecha definitiva para echar el cierre.

Nos perderemos el momento en el que el realmadridnauta (del castellano Real Madrid, Universo y del griego nauta, yogur) ponga el primer ladrillo caravista sobre la superficie de Venus. Tampoco podremos ver como, en ese futuro lejano, la abuela Herminia –tía del rey godo Recaredo por parte de madre–, cumpla novecientos setenta y ocho años el mismo día en que Carlitos se jubile. Ni el retorno de la hija desde Inglaterra para trabajar en la compañía de teatro de Andrés Pajares y seguir de fornicio con extranjeros, esta vez nietos de Dinio llegados en cayuco. Tampoco veremos como el hijo rebelde se convierte, oficialmente y ante notario, en el último votante de Izquierda Unida o como Antonio Alcántara se cambia de sexo y se casa con su hermano Juan Echanove.

Puede, incluso, que en ese hipotético último capítulo ya se hubiese desarrollado la tecnología necesaria para devolver al chaval de las gafas –sitúense, el tipo alto, últimamente plagado de acné y con pelo largo, amigo de Carlitos– al mundo de los vivos; pues de todos es sabido que el pobre jovenzuelo dejó de participar en la serie cuando falleció tras sufrir un ataque de caspa en pleno rodaje y que los giros del guión tratan desesperadamente de evitar su aparición es escena hasta una descomposición total del cadaver.

Pero nadie sacará ya a este granudo joven de los infiernos, pues "Cuéntame..." acabará cuando don Pablo, el auténtico malo de la serie, al lado del cual el Caudillo no era más que un secundario ancianito, muera víctima de un infarto tras vaciar su bolsa escrotal sobre la multitud que le llevaba irremisiblemente al orgasmo cantando "Yo soy español, español, español..." en las calles de Madrid minutos después que la selección española ganase la Eurocopa del 2008.

Este es nuestro segundo temazo del día. Otro hito de la canción popular perpetrada por simios con camisetas rojas que las televisiones se encargaron de popularizar entre muchos otros humanoides y ante el que ninguna persona de bien puede sentirse indiferente.

No, mis querídos especímenes. La abominación de cientos de imbéciles cantando con orgullo su nacionalidad da miedo, mucho miedo. Y, aunque parezca que esto sí nos la trae floja y no el resultado que cantaban los gaditanos, la verdad es que la dichosa canción crea unos sentimientos de autodestrucción tan fuertes que pueden llevar a un hombre cabal a huir de un bar con tal de no escuchar a Falangito y sus amigos. El personal está fatal y no debe tomársele con indiferencia.

Estas epidemias repentinas de nacionalismo son preocupantes, y de ninguna manera me dan igual; lo opuesto sucede con la resaca, como dice realmente la canción. Si no, jamás bebería una gota, porque poseo decenas de miles de experiencias con la susodicha señora, las suficientes como para conocerla bien a fondo y temerla infinitamente menos que a un grupo de macacos descontrolados lanzando loas a su patria.

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