sábado, 24 de octubre de 2009

Prestigiosa Academia vende moto

Había ciertas cosas que uno sabe desde siempre que están amañadas. El festival de Eurovisión, las elecciones en Libia, las encuestas electorales de los periódicos de derechas (como Público o El País) y de ultraderechas (los demás), los resultados de los prácticas de Fluidomecánica, o todas las Copas de Europa anteriores a 1965.

Entre las que tenían un mínimo de solera y prestigio, y servidor creía que sus decisiones eran justas y respetables, se encontraban los premios Nobel. Hasta hace unos días.

Concretamente hasta que al jurado de dichos galardones le dió por conceder a Barack Husein Obama, a la sazón presidente electo de los Estados Unidos de América, negro más famoso del mundo después de Makelele y Emperador de la raza humana, el premio Nobel de la Paz por "su visión de un mundo sin armas nucleares".

Vamos, que a nuestro simpático Dios le conceden el Nobel porque le gustaría que no proliferaran las armas nucleares. El hecho de que él sea el presidente del país más nuclearizado del mundo y comandante en jefe del único ejército que las ha usado jamás en una guerra, carece de importancia. Aquí lo que cuenta es que el primo Obama no quiere que los moritos -que no son moros, son persas- de Irán tengan armamento atómico, ni que el puto enajenado que manda en Corea del Norte pueda seguir llenando la despensa de pepinos de uranio hasta el día en que le dé por jugar al Risk a lo bestia.

Pero el hecho de que los Yueséi sigan mejorando cada dia su capacidad armamentística; que apoyen, financien y estimulen el potencial nuclear israelí por un supuesto derecho a defenderse -de niños armados con piedras, sí, pero con muy buena puntería-; o que firmen acuerdos ridículos con los rusos porque a esos, el día que se les pire la patata, si que es para tenerlos miedo; todo eso, parece no tener la menor importancia. Aquí lo que cuenta es que Obama, en lugar de sapos por la boca como hacía su estúpido antecesor, exhorta buenas intenciones cada vez que saca la lengua a paseo.

Esto induce a dudar de muchas cosas. La primera, que si de palabras vacuas repletas de buenas intenciones se trata, su colega Zapatero puede llevarse todos los premios del mundo, tal es el buenrollismo que destila el muy mameluco.

La segunda, que vistos los estrictos criterios que impone la Academia, puede que Einstein únicamente deseara fervientemente desarrollar grandes teorías científicas; quizás Juan Ramón Jiménez sólo tuviera la intención de escribir geniales obras.

Y la tercera, pero no por ello menos importante ni plausible, es que, bajo esos estrictos condicionantes, yo mismo me postulo para ése -tampoco me gusta que maten a gente con armas nucleares; es más, no me gusta que se mate a gente, sin mas- y para todos los demás premios Nobel habidos y por haber.

Me merezco el Nobel de Física, pues respeto a pies juntillas los principios básicos del funcionamiento del Universo, la Ley de la Gravedad o la del Rozamiento; e incluso el postulado de Arguiñano sobre axioma previo de Ramón Pitis, que asegura, no sólo que la droga es la auténtica salud, sino que la resaca nunca fue impedimento para hacer espléndidamente tu trabajo.

Lo mismo puedo decir del de Química, pues soy todo yo un compendio de reacciones y procesos destinados a mantener con vida a mis hermosas celulitas. Y no como Baúl González Blanco, que es un diez por ciento vida humana y un noventa ficción periodística.

Respecto al de Literatura... pues ya ven. Aquí ando, tecleando mi basura en Bilis. Pero a mí me gustaría tener la imaginativa mente de George R.R. Martin, la prosa épica y descriptiva de Tolkien, y el incisivo humor de Dickens; de la misma manera que a Obama le gustaría un mundo sin armas nucleares.

Y bueno, con todos los demás, visto que lo que cuenta no son las acciones sino las buenas intenciones, pues yo quiero un mundo sin catarros, ni cánceres, ni sidas, y que la gente sea buena y feliz, por lo que merezco el de Medicina, por ejemplo. O el de Economía. Como dice un colega, me encantaría que a todos nos diera quinientos euritos más al mes el Estado, para que pudieramos tirar palante con facilidad, y todo fuese mucho más bonito, llovieran pétalos de rosa y Homer Simpson presentara Tendido Cero.

Pero ya ven. A mí los amigos nórdicos no me darían ni sus escandinavos mocos embalados en un paquete del Ikea. Y las mismas causas estúpidas que yo puedo aducir para hacerme con esos premios - o con los Oscars, la Bota de Oro, o la llaves de la villa de Cidamón, si me apuran- son las que ha esgrimido la Academia Sueca -o noruega, vaya usted a saber- para considerar a Obama como adalid de la paz el mismo día que el amigo decide enviar treinta mil soldados más a Afganistán a repartir caramelos.

Todo demasiado ridículo. Tanto como entregar un premio con el nombre del inventor de la dinamita dedicado a la paz, lo que es tan absurdo como concedérselo al líder del mayor grupo de asesinos del mundo. Así que, quién sabe, quizas no sea todo tan descabellado, y estos vikingos tengan oculto un sentido del humor mayor que el del señor Barragán y el Papa juntos, y nos lleven aún años de ventaja.

Vivir para ver.

PD: Para que no crean que debido a mi deterioro psíquico soy el único que se escandaliza con este tema, tengo el gusto de enlazarles la opinón que mi compadre mozambiqueño-provenzal Rolo tiene sobre este esperpéntico premio. Lo dicho, vivir para ver.

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