miércoles, 13 de enero de 2010

Los olvidados

Hace ya un año, pero a la luz de la atención que el mundo occidental le presta, parece que hubiera pasado un siglo. Hablo de los bombardeos israelíes sobre Gaza de comienzos del año pasado. Misiles contra hombres, mujeres y niños inocentes en nombre del derecho a la seguridad y la existencia de Israel. O del supuesto derecho a su existencia, deberíamos decir.

Como soy un poco bobo, y bastante incapaz de expresar acertadamente ideas que, como ésta, merecen ser contadas con rigor y claridad para que al personal le quede claro de una vez quiénes son los malos en este cuento, recurro de nuevo a un texto ajeno, en esta ocasión, y contra todo pronóstico, de un redactor del diario megavasco Gara.

Es Santiago Alba Rico, un rojeras español, hijo por cierto de la directora de la mítica Bola de Cristal ante la que tantos abuelos dejaran -oh, incautos- a su infantil prole allá por los años ochenta. Se llama 'Nacimiento de un Estado racista: Israel, defecto de fábrica'. Hélo aquí:

"El verdadero vencedor de la II Guerra Mundial no fue la alianza de naciones que combatió a la Alemania nazi, tampoco esos EE UU robustecidos por el debilitamiento de Europa y mucho menos, desde luego, los millones de víctimas judías del nazismo: el verdadero vencedor de la II Guerra Mundial fue el movimiento sionista fundado por Theodor Herzl en 1897. Por eso mismo, el verdadero perdedor del conflicto bélico no fue Alemania ni Japón ni Italia ni tampoco esa URSS condenada a desaparecer 40 años más tarde: el verdadero perdedor -junto a los millones de víctimas del holocausto nazi- fue el pueblo palestino, radicalmente inocente y completamente ajeno al mismo tiempo al antisemitismo europeo y a sus luchas interimperialistas. Ignominiosa combinación de intereses espurios y mala conciencia, la injustísima resolución 181 de la ONU que en 1947 decidió la partición de Palestina conserva hoy toda su actualidad destructiva. Marek Edelman, heroico defensor del gueto de Varsovia en 1943, supo ver muy bien los motivos: “Si se ha creado Israel ha sido gracias a un acuerdo entre Gran Bretaña, Estados Unidos y la URSS. No para expiar los seis millones de judíos asesinados por Europa, sino para repartirse los negocios de Oriente Medio”. Todos podemos ver hoy los resultados: a través de esa pequeña grieta se está desangrando irremediablemente el mundo.

El Congreso de Basilea, acta fundacional del sionismo, fue tempranamente denunciado por Karl Kraus, judío universal de Viena, como una forma de antisemitismo: “Estas dos fuerzas aspirarían secretamente a una alianza”, pues “su objetivo es, en efecto, común: expulsar a los judíos de Europa”. El esencialismo étnico-religioso de Theodor Herzl, en cualquier caso, sólo persuadió a una diminuta minoría, como lo demuestra el hecho de que apenas unos pocos miles de sionistas emigraron a Palestina antes de 1933.

Sólo la convergencia de tres factores exteriores a la historia de la región explica la presencia de 600.000 judíos en el momento de la partición. El primero fue la persecución nazi, que obligó a huir a millones de judíos tanto de Alemania como de las zonas por ella ocupadas. El segundo, la inescrupulosa explotación de este genocidio por parte de la organización sionista, más preocupada por colonizar Palestina que por salvar seres humanos: “Si se me diese la posibilidad”, declaró Ben Gurión en 1938, “de salvar a todos los niños judíos de Alemania llevándolos a Inglaterra o salvar sólo a la mitad transportándolos a Eretz- Israel, optaría por la segunda alternativa”. El tercero, la codicia imperialista de Inglaterra, que a partir de la declaración Balfour (1917) y mediante una maquiavélica política migratoria supo interpretar a su favor todas las ventajas de la propuesta racista de Herzl: “Para Europa construiremos ahí (en Palestina) un trozo de muralla contra Asia, seremos el centinela avanzado de la civilización contra la barbarie”.

En contra de lo que creemos saber, no sólo la justicia palestina se opuso al principio de la partición sino también la injusticia sionista. En 1948, Menahem Beguin, dirigente del grupo terrorista Irgún y futuro premio Nobel de la Paz, declaraba que “la partición no privará a Israel del resto de los territorios”. El 19 de marzo de ese mismo año Ben Gurión, jefe de la Haganah y padre fundador de Israel, insistía en que “el Estado judío no dependerá de la política de la ONU sino de nuestra fuerza militar”. Esa fuerza militar, articulada en el plan Dalet, expulsó de sus tierras, mediante el terror y la violencia, a 800.000 palestinos, en una operación de limpieza étnica a gran escala cuya envergadura y objetivos ha sido claramente expuesta a la luz por el historiador israelí Benny Morris (un ultrasionista que sólo lamenta, por lo demás, que Ben Gurión no fuese aún más radical). De esa manera, el 18 de mayo de 1948 fue creado, sobre el 77% del territorio palestino, el “único Estado democrático” de Oriente Medio, un Estado “judío” cuya “constitución” es la conocida Ley del Retorno de 1950. Es ella, y no la decencia ni la razón ni la historia, la que permite “regresar” a Palestina a cualquier “judío” del mundo, a partir de una ambigua definición racial-religiosa que comprende a los descendientes de padres o abuelos judíos y a los conversos a la religión de Moisés (pero excluye a los que cambian de credo y a los que cuestionan el carácter “judío” del Estado de Israel).

Cada vez que Israel bombardea ciudades, levanta muros, derriba olivos o impone el hambre y la enfermedad a millones de seres humanos, los EE UU y la UE, si a veces lamentan “el desproporcionado uso de la fuerza”, recuerdan una y otra vez su derecho a la defensa. Que nadie se escandalice si digo que es absurdo invocar su derecho a la defensa cuando lo que está en cuestión es su derecho a la existencia. Cada vez que EE UU y la UE promueven alguna ‘iniciativa de paz’ se discute sobre qué hacer con los palestinos y qué conceder a los palestinos, como si los intrusos y ocupantes fueran ellos. Que nadie se escandalice si digo que la verdadera cuestión es saber qué hacemos con los israelíes y qué concedemos a los israelíes. No puede haber justicia si no se parte de principios justos y es necesario, por tanto, invertir esos principios que nos parecen absurdamente naturales para alcanzar, no ya a la justicia, sino una solución mínimamente injusta. Estoy seguro de que el pragmatismo y la piedad llevaría a los palestinos a ser generosos con los israelíes si el mundo declarase públicamente de qué parte está la razón y obrase en consecuencia. Pero mientras EE UU y la UE, únicas llaves del conflicto, apoyen política, económica y militarmente los derechos del racismo, el fanatismo, el nacionalismo mesiánico y la violencia colonial, la humanidad seguirá desangrándose sin remedio a través de esa grieta abierta en Palestina."

¿Queda claro?

3 comentarios:

Antonio dijo...

Primero: ¿que hacias leyendo el Gara?

Segundo: Sí, queda claro. Pero estoy seguro que tú eres capaz de expresar lo mismo con tres palabras.

Tercero: ¿para cuando la entrada sobre Monstruos SA? La plebe la espera ansiosamente.

Yaha! dijo...

En primer lugar: sé que el tipo escribe en 'Gara' (wikipedia mediante, of course), pero el artículo lo encontré en internet, no allí. La cabeza me quiten y me pongan la de Mariano Jarrai si me pillan leyendo éso.

En tres palabras, lo dudo, pero en cuatro se me ocurriría decir 'putos judíos de mierda.' (Con perdón para aquellos que, siendo judíos, abobinen de las prácticas del Estado asesino de Israel, si los hubiera)

Anónimo dijo...

Soy tu caton preferido!! qeremos un blog sobre la davis en logroñoooooo