jueves, 5 de agosto de 2010

La vida me debe hora y media

Es agosto, y sobre algo había que escribir. Como hay tantas cosas que decir acerca de Perro Sánz que no sé muy bien por dónde empezar mi Making friends IV, pues hoy la cosa va de películas.

Volvemos pues al cine, que es algo que no sigo, ni me gusta, ni entiendo. Así que es perfecto para seguir en la línea habitual de este blog en el que doy mi más que prescindible opinión acerca de multitud de cosas que me la sudan lo que viene siendo un rato largo. Como el retrasado mental de Zapatero, por ejemplo.

Ya sé que hace mucho tiempo, allá por los albores de la Humanidad, cuando servidor tenía incluso un honrado trabajo consistente en aconsejar a personas sobre cosas acerca de las cuales no tenía ni puta idea -pero sí tenía un chaleco gris-, les prometí una segunda parte acerca de mi mítica -ejem, basura- entrada sobre la no menos mítica -basura, basura, ejem, ejem- El día de los trífidos.

Pues bien, igual que la calle era de Fraga, este blog es mío, así que van a darles mucho por el ojete a los trífidos, al apocalípsis vegetal en Londres y a las monjas chungas que se creen que viven en el torreón de Craster ("¡los trífidos también son hijos de Dios!" Claro que sí, con dos cojones, Sor Citröen) y voy a pasar a compartir con ustedes mi opinión sobre otra película. Concretamente una que ví ayer y cuyo visionado puede resumirse en la siguiente situación.

1.- Dar al Play.
2.- Poner cara de póker cuando vas cayendo en la cuenta de dónde te has metido.
3.- Buscar la cámara en el salón. Esto no puede ser real.
4.- Seguir buscando la cámara. ¿Al menos enseñará las tetas, no?
5.- Pues va a ser que no.
6.- The end.
7.- ¿Que qué me ha parecido? Genial. Ahora estoy ciento cinco minutos más cerca de mi propia muerte.

La cosa en cuestión se llama Lost in translation y, con la concisión que caracteriza a este blog les diré que la raza humana puede sobrevivir perfectamente sin una película sobre dos tipos solitarios rodeados de frikis japoneses; es más, que puede que sea incapaz de hacerlo con muchas más películas como ésta; que si a usted le molan los sentimientos, le recomiendo verse Heidi; que, repito, si espera ver algo más de la Johansson (no se lo haía dicho, pero sale la paya Scarlett) que un primer plano trasero de sus bragas durante los primeros diez segundos de peli, está usted jodido; que una película donde no pasa nada tiene el mismo sentido que una porno en traje de astronauta; en fin, que es una puta mierda como el sombrero de un picador, y que si me pusieran en la tesitura de volver a verla o beberme sus pises, les digo desde ya que vayan poniendo el orinal a refrescar.

¿Les ha quedado claro? Por si acaso, y ante la sorprendente cantidad de críticas favorables que he podido leer acerca de la peli en cuestión -varias nominaciones y un Oscar inclusive-, añadiré que si es uno de esos tantos (demasiados) a los que les moló , usted, amigo lector, es un auténtico hijo de puta.

¿Razones? Muchas y mías, por supuesto, pero una destaca sobre todas ellas: si los primeros que vieron esa basura hubieran salido del cine extripándose las córneas unos a otros, en maravilloso acto de humana bondad, es probable que nadie se hubiera planteado seguir exhibiéndola o, en todo caso, que la crítica generalizada hubiera hecho llegar a mis oídos la magnitud de mierda que me disponía a ver, evitándome el mal trago.

Por último, un pequeño detalle: esta inmundicia la perpetra Sofía Coppola -cuyo parentesco filial con el payo Francis Ford no tiene naaada que ver en que siga haciendo cine después de hacer llorar al Niño Jesús con esta película-, que antes de Lost in suputamadre ya había dirigido otra cinta (hablo como Garci, ¿eh?, cómo molo) titulada Las vírgenes suicidas que yo, como soy bastante gilipollas, voy a ver enterita para darles una crítica adecuada.

Porque no voy a ser el único que malgaste su carrera hacia la muerte con cosas de éstas, y ustedes también se merecen perder unos minutos de su vida con bazofias como mi blog.

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