domingo, 22 de agosto de 2010

Una de vampiros

Dice el ministro de Fomento que en España "los impuestos son muy bajos", y aboga por "una reflexión" -manda cojones la cosa- para determinar la conveniencia de subirlos.

Puede que, comparados con el resto de Europa -me temo que en este caso no interesará la comparación con los portus o los griegos- los impuestos españoles sean bajos. El IVA, por ejemplo, andaba por aquí al dieciséis por ciento, mientras que al norte de los Pirineos lo normal parece rondar el dieciocho. Pues lo subimos dos puntos, con un par.

Teóricamente, sería lo lógico. Pero la teoría salta por los aires cuando se comparan los precios de un producto en el supermercado de uno de nuestros vecinos de arriba con los nuestros, y después se realiza idéntica operación con los sueldos. El poder adquisitivo del español medio es, como decirlo para que suene bonito, una puta mierda.

Y no sólo comparado con gabachos, italianos, alemanes, ingleses o demás guiris en general. Comparado con nosotros mismos hace quince o veinte años. Por aquel entonces, en los gloriosos tiempos de la corrupción socialista y la ruta del bakalao; de los grupos pop homosexuales y sus bailecitos con abanicos, o los tórridos veranos viendo a Indurain volar sobre el asfalto francés, una pareja obrera podía agenciarse un piso más que decente por unos cinco o seis millones de las añoradas pesetas. Calculando, a cien mil pelas al mes, dos años y medio de sueldos invertidos.

Hoy, agosto de 2010, cuando las alegrías deportivas no las da Miguelón, sino la selección de fútbol, y los cantantes gangosos comeletras como Bisbal intentan acaparar el protagonismo en sus celebraciones, un par de mileuristas pueden hacerse con un apartamento coqueto -léase enano- en una zona residencial de nueva creación -léase donde Cristo pegó las voces, a tomar por el culo del centro- por unos nimios ¿doscientos? ¿doscientos cincuenta? ¿trescientos mil euros?. Échale unos veinte años pagando todo lo que ganas; y eso si eres capaz de conseguir que te aflojen mil euritos al mes.

Pero al señor Blanco le parece necesario subir los impuestos para disponer de "unos servicios y unas infraestructuras de primera". Claro, que el señor Blanco probablemente no sepa nada de hipotecas tras una década larga viviendo del cuento a costa de su sueldo como senador y parlamentario, y no habrá sentido ni las cosquillas de la crisis merced a lo que se lleva por ser ministro de Fomento. Por no hacer nada, en definitiva.

¿No hacer nada?, dirá alguno de ustedes, mis pequeños crédulos, que aún confían en la clase política y que incluso ha colaborado alguna vez en su mascarada con un paseíto hasta un colegio electoral.

Pues sí, no hacer nada; porque los ministros no hacen ni hostias. Se limitan a coordinar la labor de los técnicos y a poner la cara, nada más. Si no, ya me dirán ustedes qué sabrá un estudiante de Derecho (hablo de nuevo de Pepiño, que no acabó la carrera; yo también quiero ser ministro) de obras públicas, transporte, geodesia o comunicaciones. Pues nada. Cualquiera podría ser ministro de Fomento. Usted, por ejemplo, que es un tipo sensato; o yo, que soy idiota. Sólo deberíamos rodearnos de gente que sabe y dejar las decisiones en manos de ingenieros y arquitectos. Es más, probablemente usted y yo fuéramos mejores ministros de Fomento que muchos de los que han ocupado esa cartera, porque ni a usted ni a mí se nos iba a ocurrir ninguna fantasmada para dejar nuestro sello. Que decidieran los que saben. Lógico.

Pues nada, a reflexionar se ha dicho. Me parece que todos sabemos cómo terminará esa reflexión. Otro bocado más en la yugular con la complicidad sindical y el regocijo de la derecha, que ve como los sociatas les hacen el trabajo sucio y allanan el camino del inútil de Rajoy -porque hay que ser muy inútil para perder dos veces contra Zapatero, a lo que sea, aunque fuera al futbolín- hasta una poltrona en La Moncloa.

Al menos parece que nos lo avisan poco a poco. Preparémonos pues. Quien no se consuela es porque no quiere. Preparemos ya los bolsillos para las nuevas ocurrencias de los sociatas, y el año que viene, en primavera del 2012, tengamos bien limpio el cuello ante la sangrienta irrupción de una horda de peperos sedientos de mando.

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