miércoles, 20 de octubre de 2010

Cuentos de la masa engañada

La Presidenta

En un reino muy lejano, en cuya costa el cemento era más habitual que la arena, una joven llamada Belén Esteban, que no sabía ni leer ni escribir decidió presentarse a las elecciones -o, más bien, los jefes de una empresa de demoscopia decidieron hacer un sondeo electoral e incluirla entre los posibles candidatos-.

La chica, que había emergido desde un barrio humilde para convertirse en la Princesa del pueblo, obtuvo (aprovechando que en esa semana electoral regalaban opio en el Eroski) los votos suficientes de la ciudadanía para convertirse en la tercera fuerza política de España, y tras pactar con los nacionalistas catalanes, la izquierda abertzale, los Tuk de Bolsón Cerrado, los independentistas de ultraderecha de Teruel, y Esquerra Republicana de Cidamón, llegó a ser la primera Presidenta del Gobierno.

Y como la nueva presidenta era decididamente retrasada mental, no tuvo otra opción que dejar los asuntos de Obras Públicas en manos de ingerieros, los de Hacienda en las de economistas, los de Sanidad en las de médicos, y así sucesivamente.

Al no haber ya capullos con ansias de hacerse notar y nulos conocimientos para ser recordados por algo que no fuera su profunda ineptitud, las cosas comenzaron a ir bien, guiadas por gente que había estudiado para realizar esas tareas, y no por políticos que buscaran el ascenso, la demagogia y la corrupción como método fácil para llenarse los bolsillos. Y de esta forma, gracias a la aparición en el Congreso de una analfabeta funcional con la cara de plástico, todos fueron perdices y comieron perdices. ¿Me entiendes?

El hijoputa

Érase una vez un hombretón. Cuando las campanas marcaron la medianoche del día de la huelga general, el hombretón se enfundó su chaleco de Comisiones Obreras y salió a la calle a defender los derechos del proletariado.

En estas, se acercó hasta una terraza y comenzó a proferir gritos para que el dueño cerrase el local. No contento con eso, extrajo de su bolsillo un silbato y comenzó a hacer mucho ruido. Como los clientes aguantaban, estoicos, sentados en sus sillas de mimbre tomándose una caña, se acercó a uno de ellos, que tendría unos veinte años más que él, y empezó a tocar el silbato a siete milímetros de su oído.

El cliente, asqueado, apartó el silbato de sus tímpanos, retirando con su brazo la mano del hombretón. Éste, que debía ser la persona más valiente de todos los tiempos, se vió herido en su orgullo porque el cliente había apartado el estúpido silbato que estaba dejándole sordo, así que, cuando el cliente se volvió de nuevo hacia su caña, tuvo que darle un puñetazo en la nuca.

El cliente, molestado, vejado y golpeado, se fue de la terraza, y el hombretón se sintió muy orgulloso de haber logrado espantar a los clientes y lograr así que la cafetería respaldara la huelga general.

Lástima que, un minuto después y ya fuera de cámaras, un camión cargado con doce toneladas de mierda de vaca le atropellara accidentalmente ocho veces seguidas, con tan mala suerte que, a la séptima, la carga se volcó sobre el hombretón, ingiriendo éste dos kilos de boñiga vacuna caliente y muriendo atragantado.

Dos tontas muy tontas (pero menos que tú o yo)

Érase que se era una una jovencita llamada Trini, que quería casarse con un príncipe y vivir en un palacio. Como no tenía la sangre azul, sino rojeras-desteñida-progre-sociata, pensó en conformarse con el asiento de presidenta de la capital del Reino. Pero, como a parte de no tener sangre azul, era una inepta más falsa que un duro de madera, nadie la quiso tampoco para presidenta.

Trini tenía una amiga llamada Leire, que era muy fea y repelente, pero que había aprendido bien de su madrastra el arte de meter la mano en la caja y medrar, medrar y medrar a base de demagogia y unas buenas rodilleras.

A Leire se le quedaba pequeño el pueblo, y un día decidió acudir a la ciudad para cantar las alabanzas del líder, y allí había conocido a Trini. Asentadas ambas cerca del poderoso líder, Leire acompañó a Trini a comprar unas rodilleras último modelo y, por primera vez en su vida, se lavó el pelo y se peinó.

Después de eso, visitaron al poderoso líder, merendaron gratis cuajada caliente y obtuvieron todo lo que deseaban: Trini fue ministra de Exteriores, y Leire de Sanidad.

Moraleja 1: si no vales ni para Madrid, ¡pues te mandamos al ancho mundo! Moraleja 2: por mucho asco que des, siempre puedes llegar a ser ministra si te lavas el pelo, te callas, y usas la boca para otras cosas. Y moraleja 3: yo no me pongo enfermo nunca más, por mis cojones.

1 comentario:

Adolfo dijo...

Historias para no dormir.....