viernes, 29 de octubre de 2010

Cagaderos con encanto (IV)

Lo único bueno de salir a correr es que (si tienes el fondo físico de un perro muerto, como servidor) te cansas un huevo. Y no hay nada mejor que estar súmamente cansado para poder sentarse a gusto en la taza, relajarse, y disfrutar del noble arte de expulsar miniaturas marrones de Jose María Aznar por el trasero.

Ya lo dijeron los Mamá Ladilla: "La gente se pregunta cada vez con más pasión que placer les da mayor satisfacción. Hablan de comer, follar, incluso de viajar... pero a mí lo que me seduce es cagar; me siento en el váter, cuelgan mis partes, y me cago hasta en su puta madre..."

Asi que hoy, como no podía ser de otra forma con semejantes precedentes, toca una de cacotas.


Una hormigonera


¿Quién no ha tenido un apretón alguna vez? Pues eso. Y como todos ustedes sabrán, no siempre se dispone de un entorno diseñado específicamente para el noble arte de las deposiciones. Por ello, nunca está de más conocer los vericuetos que nos ofrece la naturaleza a la hora de administrar cristiano alivio a nuestro ojete.

La naturaleza, o las obras para retejarle el alto a la señora Prudencia.

Así pues, si ustedes abandonan el chamizo de una peña cuando el sol ya está asomando en el horizonte, y sienten en ese momento la irremisible necesidad de expulsar por vía anal alguno de los inumerables calimochos y bocatas de ¿lomo? con ketchup que han ingerido en las últimas siete horas, es altamente recomendable darse un garbeo hasta la periferia.

El término periferia, cuando se encuentra uno en un pueblo con media docena de calles, implica un escueto paseo hasta las traseras de una de esas calles en busca del rastrojo más cercano para, una vez allí, sacar lo mejor de uno mismo en un compendio de equilibrio y fortaleza que nos permitirá, gracias a unos gemelos fuertes y musculados -quien los tenga, va a ser que servidor no-, mantener la posición de cuclillas (Un inciso: "Dicho de doblar el cuerpo: De suerte que las asentaderas se acerquen al suelo o descansen en los calcañares." Palabra de la RAE. Cuando la definición es menos incomprensible que la palabra, los diccionarios tienen un problema.) mientras se procura mantener alejados los pantalones de la vertical inferior al propio ano.

Y es entonces, en medio del calentamiento previo que toda deposición en el medio rural requiere, cuando una obra abandonada abre ante tí las puertas de un placentero y bien merecido giñote en un trono.

Jamás la incompetencia de unos obreros, que debieron dejar olvidada una hormigonera en el descampado tras acabar alguna obra cercana, causó tamaño regocijo a un -por entonces- jovenzuelo deseoso de aliviar sus intestinos antes de que estos cedieran a la presión interna de la misma manera que el suelo bajo la Torre de Pisa o el tabique nasal de la Esteban ante el empuje de bisturís y farlopa.

¡Dios guarde a los proletarios de la construcción! Sobre todo a aquellos que abandonan el material de trabajo una vez finalizada la obra.

Allí estaba, una hormigonera tirada, apoyada en el suelo como un cañón de circo, cincuenta grados de inclinación, con el agujero perdiendo de vista a la Vía Láctea bajo el alba incipiente en un descampado de Arenzana de Abajo, La Rioja. Qué gozo para la vista y los esfínteres.

Como sé que hay mitómanos que visitan la tumba de Elvis, la mansión de uralita del difunto Taburete, o el cuarto de las caricias de Michael Jackson en Neverland, les daré la posibilidad de acercarse a este lugar de culto: A-12, Autovía del Camino, hasta la salida oriental de Nájera. Después carretera comarcal 136 hacia el sur; giro a la izquierda hasta el referido pueblo de Arenzana y, una vez allí un descampado con leve pendiente descendente hacia el norte que en la red geográfica planetaria estaría situado a 42º23'13" latitud norte y 2º43'74" longitud oeste.

Llegué al lugar, pedí a mi no menos calimochizado compañero de aventuras que me esperara a una prudencial distancia de los gases nocivos que me disponía a emitir y, sin prestar demasiada atención a la pareja que se metía mano en un banco situado tras la parte más baja del descampado, junto a la última calle del pueblo, dejé fluir mi libertad.

Valoración final: Todo lo que vino después, el placentero viaje de regreso a casa con las tripas remansadas como el agua de un charco, la algarabía de la multitud al ingresar en mi puesto laboral la tarde siguiente, y el nacimiento del mito del tipo que jiñó en una hormigonera, me llevan a otorgar a este mágico lugar la puntuación más alta que se ha dado en este blog hasta el momento. Por comodidad, entorno natural y, sobre todo, oportunismo, un 11 para la hormigonera.