lunes, 11 de octubre de 2010

Sucesos

Había una vez un veinteañero en la calle con un perro. Un perro que era perra, y un veinteañero que en ese momento podía no estar en la calle, sino dentro de su coche al ritmo del pumba-pumba, pero habíalos una vez.

La cosa es que al chaval lo podríamos catalogar como perteneciente a esa raza de infraseres a los que en el argot suele llamarse canis: el típico mozalbete con gorra, chándal, piercings y un canuto en la boca, que se cree más español con el chándal del Madrid (Reno Renardo dixit). Un idiota en toda regla, vamos.

Y no tuvo otra idea el cabezacenicero éste, que comprarse un perro. Y, cómo no, tiro a lo duro. Hardcore canino. Una rotweiler como Dios manda. Con sus dos hermosas hileras de maxilares sostenidas por una mandíbula que tiene la misma fuerza de presión que un compactador de basuras, más o menos. Para más cojones, hembra.

Aquí surge mi segunda duda de esta gris mañana de otoño (la primera ha sido si esta semana me tocaba cambiarme los calzoncillos): si necesitas superar un test psicoténico hasta para poder conducir un ciclomotor de cincuenta centímetros cúbicos, ¿cómo pueden permitir que cualquiera se compre un perro? Un perro de raza potencialmente peligrosa, como era el caso, requiere de un dueño que sepa controlarlo, pero aunque el animal sea un bicho pacífico y mansote, un setter, por ejemplo, sigue siendo un ser vivo, que tiene sentimientos, y que no merece estar bajo el sometimiento de un subnormal al que se le negaría la potestad de hacerse legalmente con una puta vespino.

Bueno, pues iba el cani con la perra por la calle, y como tenía más cojones que nadie, la llevaba suelta, paseando por el barrio logroñés de Valdegastea (invasiones bárbaras a la inversa: los germanos bajaron desde el norte y acabaron con el imperio Romano; los canis vienen desde el sur y acabarán con la Humanidad).

En este momento de nuestra historia, al deficiente dueño de la perra -que respondía al nombre de Mia y estaba embarazada, para más señas-, que ya había recibido denuncias por su reiterada actitud de pasear suelto al animal, se le acerca un señor.

Resulta que el señor, que no sé si catalogar como anciano o no, pues desconozco su edad, pero que tenía un nieto, por lo que le bautizaremos como El Abuelo, insta a El Cani -anteriormente mencionado aquí como Cabezacenicero, o El Idiota- a que ate a la perra. Como era de esperar, las dos neuronas del dueño de la perra no son capaces de establecer conexión para determinar, en mutua y fraternal reflexión, la conveniencia de llevar atado al can.

La cosa se repite. El abuelo que pasea con el nieto, temeroso ante la integridad de éste, instando al otro a usar la correa; y el homínido bakaladero, pasando del tema, concentrado en la sesión de Máxima FM que años de speed a mansalva le han grabado gratuítamente dentro del cráneo.

Quién sabe si preocupado por la seguridad de su nieto, o por la suya propia; quién sabe si asqueado ante la inutilidad de las reiteradas denuncias, el abuelo agarra al nieto y se sube para casa. Pero, en lugar de quedarse en el salón viendo El Programa de Ano Rosa, al abuelo, que es cazador, deja al nieto al cuidado de Bob Esponja y se baja a la calle con una escopeta.

Uy, uy, uy, que la va a liar el viejo... Que la gente no baja con escopeta a la calle... Para mí que este tío no va a comprar el pan... Pues va a ser que no. El viejo ya tenía dos baguettes en la cocina, así que busca al simio (discúlpenme los chimpancés) de la rotweiler y, ni corto ni perezoso, le pega un tiro a bocajarro. A la perra, se entiende.

Eso se llama tomarse la justicia por la mano, y es lo que acaba pasando cuando quienes tienen que ejercerla están más ocupados tocándose los huevos o pidiendo patinetes para hacer las rondas por la ciudad sin dar un paso.

Después, juicio rápido, multa de 72 euros e indemnización de 400, con lo que el vecindario ha ganado en seguridad y el idiota en capacidad de compra de sustancias inhalables.

En Bilis, donde la ineficacia del sistema hispano (judicial, en este caso) es es un tema tan recurrente como el antimadridismo, el retraso mental de nuestro Presidente o la adicción del Jefe del Estado a cualquier vicio caro que podamos pagarle, deberíamos estar contentos al ver que alguien se toma las cosas a la tremenda y hace justicia sin necesitar a la Justicia.

Pero no. Ahora un viejo tiene antecedentes. Ahora un idiota tiene sesenta y tantas mil pelas para comprarse lo que quiera: un subwoofer, medio litro de éxtasis, u otro perro tan peligroso como el anterior que llevará, más que probablemente, de la misma manera. Y ahora, la pobre perra, de cuya peligrosidad ella no tiene la culpa, pues se encuentra en su naturaleza, está muerta.

Aportamos sugerencia para la próxima vez, que probablemente la haya: una vez puesto el abuelete a tomarse la justicia por su mano, el tiro a bocajarro le hubiera venido mejor al imbécil del dueño. En toda la boca.

1 comentario:

Adolfo dijo...

Toda la razón invade tu post.
Tiro en la nuca, que cantarían algunos, y la humanidad tampoco habría perdido tanto dos neuronas de na!