viernes, 15 de octubre de 2010

El idiota del mes: un nazi serbio.

Continuando con la serie 'Idiotas por el mundo', que en capítulos anteriores ha elevado al estrellato desde este gástrico blog a ineptos como Perro Sánz, Chemari Aznar , Joan Laporta, la Duquesa de Alba o Belén Esteban, hoy les presentamos a nuestro primer protagonista balcánico: el amigo Ivan Bogdanov, idiota oficial del mes de octubre.

Este angelito se erigió en el director de la orquesta de ultras serbios que destrozaron el centro de Génova, apedrearon el autobús de su propia selección, amenazaron a su portero por haberse pasado -previo paso por el Sporting portugués- del Estrella Roja al Partizán, cortaron la red que protegía al sector de los aficionados italianos (o sea, todo el resto del campo), pospusieron media hora el inicio del partido, y obligaron a su suspensión cuando una bengala cayó junto al portero Viviano, que le dijo al árbitro, en italiano, que iba a seguir jugando su puta madre.

¿Qué motiva a alguien a meterse mil doscientos kilómetros de autobús (si es que no les dieron el rodeo de todos los tiempos por Hungría y Austria, para evitar que atravesaran Croacia, donde no deben quererles demasiado) con el único objetivo de demostrar que tienes menos coeficiente intelectual que una mierda de camello? Vaya usted a saber. Son cosas que suceden cuando se mezclan nacionalismo, estupidez y deporte -disculpen la redundancia con las dos primeras, que van siempre unidas-, especialmente el fútbol, como el espectáculo de masas más popular del planeta.

Entre medias de todo lo anterior, Ivan le pegó fuego a una bandera albanesa encaramado a lo más alto de la verja de metacrilato tras la que se encontraban los ultras serbios.

Y es por eso, y no por todo lo demás, por lo que el amigo Ivan ha sido galardonado con esta bílica distinción. No por comerse el viaje antes mencionado, ni por sus patentes taras mentales demostradas sobre la valla del Luigi Ferraris, no. El culmen de su mongolismo llegó cuando decidió, tras taparse la cara con un pasamontañas antes de encaramarse al vallado, dejar al descubierto sus brazos plagados de tatuajes. Imposible que nadie reconozca a un animal de dos metros y ciento y pico kilos con los brazos tatuados. Bien por Will, amigo Ivan.

Ocurrió, como imagino que ya sabrán, el día en que aquí celebrábamos el Día de la Hispanidad. Ya saben, esta fiesta en la que unos tipos elogian la unidad e indivisibilidad de la Patria insultando, despreciando y queriendo excluir a todos aquellos compatriotas suyos que no piensan como ellos. (Moooc: error. Frase mal construída, ya que esos tipos, nostálgicos del pollo en la bandera, raramente piensan.)

Pues bien, aquí estábamos en las cosas típicas que hacemos los españoles: fascismo, estupidez, hipocresía e hijoputismo a partes iguales, cuando mientras tanto, en Marasi, Génova, Italia (patria supuesta y nunca confirmada del payo Colón, culpable de que aquí nuestra fiesta nacional caiga en el día del Pilar) eran los mil quinientos tipos más lerdos de Serbia los que amenizaban el guateque. Hablando de un país como es Serbia, no está nada mal estar en la cúspide de la pirámide de la idiotez.

Serbia. Veamos. Generalizar es malo, siempre hay excepciones. Y más aún si la generalización incluye, no a una profesión o franja de edad -"los funcionarios son unos vagos" o "los jóvenes son unos drogadictos"-, sino a todo un país. Pero en este blog somos mucho del odio por el odio, la rajada fácil y el jiñote sobre los muertos más frescos, así que no sólo nos lanzaremos alegremente a generalizar sobre los serbios, sino que volveremos tres líneas atrás para confirmar que sí, que los funcionarios son más vagos que la chaqueta de un caminero, y que a los jóvenes les gusta la droga más que los niños a un obispo en Boston.

Si los Estados Unidos vienen ejerciendo de gendarme mundial, sin que nadie les haya dado el cargo, durante los dos últimos siglos, los serbios llevan desde mediados del diecinueve siendo los macarras de Europa. Y no unos macarras cualesquiera, no; son el beluga del macarrismo. Simplemente tecleando 'Primera Guerra Mundial' en whiskipedia, originada por el asesinato del heredero al trono austrohúngaro, preparado por la Mano Negra, primera organización terrorista del mundo -serbia, cómo no-, se puede pasar un buen rato, enlazando palante y patrás, y disfrutando de la orgía prepetua de violencia que, desde sus guerras independentistas con el Imperio Otomano hasta los genocidios en Bosnia, llevan celebrando allí ciento cincuenta años.

Y en avispero que son los Balcanes, donde Serbia es la que más muerde, Ivan y sus amigos son los de mandíbulas más poderosas. Pertenecen a un grupo llamado Delije, ultras del Estrella Roja de Belgrado, que durante la guerra de Bosnia fue vivero de captación de los famosos Tigres de Arkán, un grupo paramilitar selectamente formado por lo más hijo de puta de cada casa que perpetró, entre otras hazañas, el genocidio de ocho mil varones musulmanes -todos los que encontraron entre los trece y los setenta- en Srebrenica, ante la cobarde cara de póker de los cascos azules holandeses.

De ahí vienen los ultras que ayer convirtieron Marasi en el infierno. Culpar al fútbol sería lo fácil; pero generalizar y culpar a Serbia me parece más fácil aún, y más acertado.

Dicen que, en realidad, lo que pretenden los ultras serbios es dar aposta una imagen incivilizada que les cierre las puertas de la Unión Europea. Huelga decir que, si a los intereses económicos de quienes mandan en Europa (sean quienes sean, no me vayan a pedir que los conozca, que voy por la calle con chándal y botas de monte) les interesa que entren, entraran aunque los ultras se hagan un Interraíl violando monjas de clausura.

Ahí están los culpables, y no en el puto fútbol, hospicio habitual, por otra parte, de lo más tonto y tarado de cualquier sociedad. Así son los chicos del Delije: actores principales de una guerra que desmembró Yugoslavia; bandas violentas en su propio país; uno de ellos, tan idiota como para ponerse un pasamontañas y dejar al descubierto una docena de tatuajes en los brazos.

Todo eso, junto con el carácter hipernacionalista que emite la población serbia en su conjunto, podría valernos para catalogar a todos los habitantes del país como unos hijos de puta genocidas sin escrúpulos, francotiradores de vocación todos ellos. Pero no. Esas cosas se las dejamos a los mayores, gente como Arturo Pérez-Reverte, que ha formado esa opinión viendo niños muertos en las calles de Sarajevo; mucho más válidas que las mías, basadas en que un país que elige a Clemente para que lleve a su selección no puede ser bueno. (Fíjense en nosotros, sin ir más lejos.)

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