domingo, 19 de septiembre de 2010

Un maño

Ni tú, ni yo, ni el otro la llegaremos a ver, pero habrá que empujarla para que pueda ser.

Había una vez un hombre que cantaba al cierzo, a su tierra, a la gente corriente y, ante todo, a la libertad.

Habrá un día en que todos
al levantar la vista
veremos una tierra
que ponga libertad.

Hermano aquí mi mano,
será tuya mi frente,
y tu gesto de siempre
caerá sin levantar
huracanes de miedo
ante la libertad.

Haremos el camino
en un mismo trazado
uniendo nuestros hombros
para así levantar
a aquellos que cayeron
gritando libertad.

Sonarán las campanas
desde los campanarios
y los campos desiertos
volverán a granar
unas espigas altas
dispuestas para el pan.

Para un pan que en los siglos
nunca fue repartido
entre todos aquellos
que hicieron lo posible.
Para empujar la historia
hacia la libertad.

También será posible
que esa hermosa mañana
ni tú, ni yo, ni el otro
la lleguemos a ver,
pero habrá que empujarla
para que pueda ser.

Que sea como un viento
que arranque los matojos
surgiendo la verdad.
Y limpie los caminos
de siglos de destrozos
contra la libertad.

Un hombre que intentó ensalzar todo lo bueno que tenía su tierra sin por ello despreciar a otras tierras y otras gentes, lúcido para amar lo suyo sin caer en el ridículo disparate del nacionalismo.

Un hombre que consiguió la palabra allí donde la gente como él, hombres normales con preocupaciones normales, jamás tiene voz; y la uso para mandar a tomar por el culo a todos esos mangantes que viven de sorber la sangre a tantos y tantos hombres normales como él fue.

Un hombre con una mochila, un alma de pueblo hecha canción y un par de cojones. Un buen tipo, creo. Ayer murió. Ya no está Jose Antonio Labordeta, pero en su nombre, en el nombre de la libertad, la gente corriente, y los tipos con mochila que caminan por los pueblos comiéndoles el embutido a las viejas, yo me cago en los muertos de todos los que compartisteis hemiciclo con él. Ojalá hubierais sido vosotros, cabrones.

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