miércoles, 29 de septiembre de 2010

Huelga decir más

Hoy tenemos huelga general, y servidor ha salido a correr, por ver cómo estaba el patio. No se crean que esto es moco de pavo, pues estamos hablando de mí, un personajillo de vagancia tal que es capaz de comer con pan bimbo por no bajar a la panadería a comprarme una barra.

Partimos de la base de que servidor, que lo odia todo o casi todo, no hace ninguna excepción en el caso de los sindicatos. Al menos, de los sindicatos mayoritarios, que no son sino una bonita mascarada que los políticos -en especial el PSOE- aprovechan para simular un diálogo social que, por definición, es siempre un monólogo por parte de los que mandan. Que no es el Gobierno, precisamente, sino los empresarios que pagan los donativos que sustentan a los partidos políticos.

Así pues, me permitirán que me alegre después de haber visto que la huelga ha tenido el mismo seguimiento, punto arriba, punto abajo, que una partida de julepe televisada por Jose Ángel de la Casa. La gente está jodida con la crisis, a la gente no le parece bien la nueva Ley que instaura el despido libre (inciso: serás hijo de la gran puta y caradura, ZP, para atreverte a levantar el puño en tu mierda de mítines socialistas, y luego vender a todos los trabajadores, abandonándolos completamente ante la codiciosa arbitrariedad del empresario), pero la gente ha decidido mayoritariamente ignorar la huelga. Cosa que me encanta.

¡Ya basta de abrir la boca cuando se nos mean en ella, coño! Que no van a dejar de mear porque seamos buenos y nos traguemos el primer pis de cada día.

O sea, que a vosotros, sindicatos, camaradas Méndez y Toxo, que os habéis pasado los años más duros de la crisis untándoos los traseros de mantequilla, prestos a recibir remos por el orto en La Moncloa a cambio de fotos de consenso y más trinque por parte de vuestros compadres del puño y la rosa; a vosotros, digo, ¿hemos de seguiros ahora como corderitos? Va a ser que no, camaradas.

Y el día que haya unas nuevas elecciones, ¿qué váis a hacer todos estos que hoy enarbolais puños en alto al son que tocan esos mismos que os han mantenido dormiditos y sin dar guerra durante tantos años? ¿Votaréis a la ultraderecha para castigar a esta derecha contra la que ahora protestáis, y cuyas promesas creísteis, incautos, hace dos y seis años? Así se arreglan las cosas en este país: votando y callando hasta que el tipejo contra el que vas a protestar te lo ordene. Siempre a la sombra de chupópteros, politicuchos y sindicalistas de foto y pasteleo.

Lo de los piquetes es caso aparte, pues representan la parte más humilde y engañada de todo esto -o no, vete a saber, que muchos se ganarán hoy, poniéndo silicona en cerraduras, los votos para seguir siendo representante sindical en su empresa de mierda, lo que les dará media docena de horas al mes para tocarse las narices, sin importarles un pijo las condiciones laborales, como llevan haciendo toda la vida, desde que descubrieron el chollo-. Y ahí están los piquetes, presionando a otros pobres obreros como si ellos y no el Gobierno, o sus propios dirigentes sinciales de arriba, fueran los culpables de la crisis.

En fin, que toca hoy montar el cristo, como si todo esto viniera de ayer, viva la capacidad de reacción, tras dos años (qué digo dos, ¡seis!) de alfombras y sonrisas, poniendo buena cara a todo lo que hacía el Gobierno. Convocar una huelga hoy, con la reforma ya aprobada, es tan carente de sentido como ponerse un condón en día que nace tu hijo. Antes, melón, ¡esas cosas se hacen antes! Sois tontos hasta para eso.

Los currelas queman una estación, digamos que es un día feo y gris; todo hace suponer que acabarán pegaos a la pared. Mención especial merecen hoy, en este día de grandiosa lucha social española en pos de los derechos del proletariado -estoy por morirme de la risa ahora mismo después de esta última frase-, los mineros de las cuencas leonesas, que esperan a la resolución acerca de la continuidad de sus ayudas al carbón, merced a las cuales el sinvergüenza que les adeuda la paga desde verano, podrá recibir de las arcas públicas las perras para pagar a sus empleados. Todo muy lógico, claro que sí. A esto, me perdonarán, yo lo llamaría comunismo. Comunismo imbécil, para más señas.

Desde Bilis, un aplauso y una pequeña observación: está bien encerrarse en la mina, está de puta madre prender fuego a cosas, y está mejor aún hacerse un bazoka con unos tubos de acero y jugar a los antidisturbios contra la Policía -a los mineros poco se acercan a calentarles las costillas en estos casos, como harían en una protesta de agricultores, costureras o jugadores de pádel; cagones, mierdecillas, eso es lo que sios, abusones-; pero cuando se corta una carretera y le jodes la mañana a un tipo que lleva un camión de leche y va a tener que currar siete horas más de las que debería porque al hijo de puta de su jefe se la suda que haya estado parado media mañana en pleno Bierzo, quizás deberían plantearse -es sólo una pequeña ocurrencia, lejos de mí atreverme a querer saber más que unos tipos que mantienen a raya a la madera con armas caseras- el plantarse en casa del desgraciado dueño de la mina que les debe tres mensualidades y pegarle fuego al chiringuito, o algo igualmente divertido.

Y, bueno, así es el día, más o menos, en una huelga general española. Después, unos hablarán del noventa por ciento de seguimiento con la misma naturalidad que otros hablan del nueve; los vascos y catalanes dirán que allí nadie ha seguido nada porque patatín y patatán, opresión, democracia...; y por la noche, muchos de los que no han secundado la huelga no por razones ideológicas, sino por no perder un día de sueldo, acabarán gastándoselo en una entrada para ver en Mestalla al Manchester United. España es asín.

Para acabar, y ya puestos a autobiografiarme, les contaré que también entreno a un equipo infantil de fútbol, en el que aplico todos los dogmas que Bilis proclama con intermitente frecuencia ante ustedes: mala baba, ansias de matar y hacer las cosas como Dios (Iniesta) manda. De ahí se deduce mi gusto porque los pequeños demonios se la pasen a otro que vaya vestido de rojo como ellos, toquen y toquen y toquen, hasta que, llegado el momento adecuado -aguantar el 0-0 en el minuto dos es tan bueno como otro cualquiera- llegue el momento de defender con cinco, sacar las segadoras a paseo y colar cada pelota por encima de los chopos.

Bueno, todo esto viene a que, ayer, tuve la siguiente conversación con uno de esos satanases.

-¿Vas a trabajar mañana?
-No.
-¡Eres anarquista! (Risas de los niños)
-No, soy un parado.

Muy lamentable. Por eso me cago en Zapatero, que no me da la opción de que me manden a la puta calle por culpa de su mierda de reforma laboral, porque llevo en el paro desde que ésta sólo existía en la mente maligna del pseudosociata de las cejas; y me cago en los putos sindicatos, que convocan la primera huelga general de mi vida laboral cuando soy cliente asiduo del Inem, impidiéndome ir a trabajar y demostrar así que me paso sus huelgas inútiles, fruto de su hartazgo tras dos años de comer pene de gobierno, por el forro de mis cojones.

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