jueves, 4 de noviembre de 2010

La ley de la calle

Algunos de mis lectores, sobre todo aquellos que van por Escocia con las orejas a lo Long John Silver, puede que desconozcan completamente la historia. Por eso, antes de la marabunta de blasfemias y exabruptos que cierra casi todas mis entradas, les contaré someramente -con la profundidad que mi pudor y mi vergüenza me han permitido tener en un asunto tan asqueroso como el que sigue- de qué va la cosa.

El protagonista de hoy es Fernando Sánchez-Dragó, anteriormente conocido por tener un programa de libros raros en La2 en el que su plató presentaba unas dosis de limpieza similares a mi chamizo después de una guerra nin ja con galletas cuétara (¿ein?) a las seis de la madrugada; por usar gafas de pasta y reiterarse en la soplapollez de mirar por fuera de sus lentes; y, más genéricamente, por ser un pedante y un babalacia que va por ahí diciendo que se pone hasta el ojete de LSD para acrecentar su imagen de tipo raro y contracultural que te cagas.

Pues bien, Sánchez-Dragó ha escrito al fin un libro (digo al fin porque, a pesar de su descomunal obra, él mismo ha reconocido que los libros que firma se los escriben otros siguiendo directrices suyas; a lo Ana Rosa Quintana, vamos). Sabemos que éste lo ha escrito él, o que son palabras suyas, al menos, porque es una obra que recoge sus conversaciones con Albert Boadella, autor teatral catalán con la destacable habilidad de ser odiado prácticamente por todo el mundo a lo largo de su vida -puede que sea por eso por lo que no cae especialmente mal a un tipo como yo, que detesta a todo el mundo-, desde el franquismo que lo sometió a un consejo de guerra hasta Esquerra Republicana de Catalunya.

El libro, al parecer, no tuvo un gran éxito; al menos al principio. Digo esto porque, hasta que un periodista navarro destapó algunos de sus entresijos y un programa de laSexta se hizo eco de ello, nadie había hecho ni puto caso a las charlas de Dragó con Boadella.

Pero, ay amigo. Negro sobre blanco -qué bien traído, Bilis, no sé como estás tecleando en tu infecta madriguera y no en un puesto de responsabilidad; director de ETB, por ejemplo- apareció el escándalo: Dragó se jactaba de haber mantenido sexo con dos niñas durante una visita a Japón a finales de los sesenta.

"En Tokio -dice esta boñiga gafuda de rimbombante léxico-, un día, me topé con unas lolitas, pero no eran unas lolitas cualesquiera, sino de esas que se visten como zorritas, con los labios pintados, carmín, rímel, tacones, minifalda [...] Tendrían unos trece años [...] Subí con ellas y las muy putas se pusieron a turnarse; mientras una se iba al váter, la otra se me trajinaba."

Imagino a dos treceañeras japonesas, ampliamente expertas en las artes amatorias merced a las tantísimas veces que les habían obligado -su chulo, sus padres, la vieja que los cagó a todos; quien fuera-, y se me revuelven las tripas. A Sánchez-Dragó, en cambio, la situación le parece divertida, apta para contarla como una anécdota de la cual vanagloriarse. "Lo digo ahora porque ya ha prescrito", concluía el muy hijo de la gran puta.

Después, en el colmo de la desvergüenza, aseguró "que fueron ellas quienes le violaron a él, de putas que eran las niñas. Que ojalá hubiese sufrido él abusos siendo menor [...] Que se imagina a una novicia ahí, abusando de él [...]" y que "le llamen viejo verde, pero que lo que más le gustan son las de quince, con sus pechos turgentes y sus coños rosaditos."

Tras el inmenso asco de imaginar la situación, pensé un par de cosas: primero, en qué será lo que piensa Boadella -cuyo nombre sale junto al de este pedófilo en la portada del libro- al respecto; segundo, que era una lástima que el sida hubiera surgido quince años más tarde, negando a Dragó el premio que su hazaña japonesa merecía: una muerte sucia, degenerativa hasta el extremo, insoportablemente lenta y dolorosa.

Ahora, con al tormenta desatada, un sindicato ha pedido su expulsión de Telemadrid, donde presenta un informativo.

Coincido en que no se puede continuar pagando ni un céntimo de dinero público a un pederasta confeso y orgulloso, pero con eso no basta. Ya que la Ley tiene dislates tan ridículos como volverse ciega y sorda a los delitos, poniéndoles fecha de caducidad como si fueran yogures, debería ser el pueblo quien aplicara la justicia.

Boicotear sus obras y programas estaría bien. El acoso ciudadano sobre su persona, también; no dejarle vivir tranquilo ni un momento. Pero eso, me temo, no pasará. Así que aquí, cuando después de la marejada se imponga el corporativismo, y sus amigos periodistas sigan invitándole a sus programas para que continúe enriqueciéndose gracias a airear sus impúdicos vicios, lo único que podría salvar la escasa dignidad que le quedará a este país de mierda como esto caiga en el olvido será la ley de la calle.

Un maromo con la sangre en ebullición y experiencia laboral como capador. No, mejor sin experiencia. Una cuadrilla de fervorosos exaltados con ganas de escuchar a qué suena un cráneo descasacrillándose bajo sus golpes. Eso, y lo del capador sin experiencia.

Lo único que puede salvar a España es la castración de Sánchez-Dragó. La castración, ya. Pero ni química ni hostias. Castracion con un machete de carnicero y sin anestesia. Sáquese la colita, señor -arde el reclado al llamar señor a esta mierda humana, como un diablo que bebiera agua bendita- Dragó, y póngala sobre la mesa. Y luego hablamos de quién violo a quien, o quién corto la polla de quien, y quién se siente vejado; si usted cuando se la ampute, o yo, que he tenido que tocar con mi machete de veinte centímetros su asqueroso pene.

Castración. Y después, ahogar al hijo de puta vicioso perturbado de Sanchez-Dragó metiéndole sus propios genitales en la boca. Hasta la muerte, que es lo único que merece.

4 comentarios:

Pilar dijo...

Te falta que se masturbaba pensando en su madre.

Anónimo dijo...

The pirate ya sabia de esto, pero siempre es bueno contar con el punto de vista de un intelectual.

Muy bueno, pero escribe otro ya puto vago... que no tienes otra cosa que hacer.

Yaha! dijo...

Respuestas a mis ilustres comentaristas:

1.- Y porque a su padre se lo calzador en la Guerra Civil, que sino también le hubiera gustado calzárselo. Es lo que tiene el vicio...

2.- Para contar con el punto de vista de un intelectual acerca de Sánchez-Dragó, nada mejor que ver alguno de sus programas, en los que estoy seguro que este anormal no hace otra cosa que hablar de sí mismo.

Adolfo dijo...

Grandísimo! Estaba esperando impaciente tu artículo dedicado a este sin vergüenza!!!
Que bueno es El azote bílico!!!