Fueron, junto a la inteligente decisión de los currantes del metro de Madrid de granjearse el aprecio de otro par de millones de currantes para ganar así fuerza en sus reivindicaciones, las dos noticias del día. Quiso el destino que ambas sucedieran ayer, y hoy las reacciones ante ellas puedan ser comparadas.
Hablo, cómo no, de la clasificación de la Selección para cuartos de final del Mundial, y la sentencia sobre el Estatuto de Cataluña. (Luego, si eso, pongo Estatut y Catalunya; justo después de masturbarme golpeándome compulsivamente los cojones con dos ladrillos -¿Y cuándo te viene el gusto? Cuando me dejo de dar. Gran chiste-, o de recordarles mi ridícula opinión sobre el tema de escribir palabras en un idioma cuando estás redactando en otro.)
El caso es que, tras años de deliberación, ayer se acabó -¿Definitivamente? Lo dudo- el culebrón.
Este sistema jurídico en que todo se puede apelar hasta el infinito y más allá si tienes pasta para pagarte un abogado, asegurando de esta manera el trullo para el que roba una gallina, pero evitándolo para el que manga diez millones de euros, porque una vez que te has hecho al dinero, las camas de la cárcel deben de ser jodidas para la columna; este sistema jurídico -me niego a llamar Justicia a ésto-, digo, necesitaba un tope máximo, ya que no es de recibo seguir escalando peldaños para acabar apelando ante el Club Bildenberg, Dios Uno y Trino o Titín III, y ese tope es el Tribunal Constitucional.
Así que la letra del Estatuto de Autonomía catalán llegó hasta el tope, hasta la Asamblea Jedi del Sistema, y se mantuvo allí, orbitando, cerca de cuatro años, hasta que ayer finalmente se cuadró el círculo. ¿O no? Pues va a ser que no.
Llegados a este punto, dos cosillas:
Cosilla número 1: la sentiencia en sí, cuyos pormenores conocemos a través de los detallados informes de los medios de comunicación, y que podría resumirse con uno de sus titulares: 'El Tribunal Constitucional niega que Cataluña sea una nación, pero reconoce que "mola más" que otras comunidades autónomas.'
Y cosilla número 2: no soy capaz de comprender por qué yo soy un fracasado que no pudo sacar una carrera universitaria tras una prodigiosa década de mus y notas asemejables a la temperatura media en Laponia, mientras los jueces del Constitucional cobran cientos de miles de euros anuales por tirarse casi un lustro demorando una sentencia que, finalmente, ni implica nada ni contenta a nadie.
Peeeeeeeeeero, contrariamente a lo que pudiera deducirse de la cosilla número 1, los medios de comunicación apenas dedicaron tiempo a la decisión del Alto Tribunal. ¿Y eso por qué? Pues, señoras y señores, porque había fútbol.
Así que de nuevo podemos extraer -hoy estamos que lo tiramos-, otras dos conclusiones:
Conclusión número 1: que en este país estamos todos como una regadera y se da al fútbol una importancia tremenda, mucho mayor de la que un simple deporte debería tener -va a ser que sí- o, conclusión número 2: ¡que el puto Estatuto de los cojones no es tan importante!
Pues va a ser que también, señora. Al final, según los supertacañones de la toga patria, Cataluña no es una nación, sino una nacionalidad, como bien recoge la Constitución que todos los españoles, democrática y pacíficamente nos dimos en el 78... (Esto creo que ya lo he dicho más veces, y además, yo en el 78 no estaba ni en los huevos de mi progenitor, y como yo otros muchos, así que a ver qué cojones nos vamos a dar democráticamente.)
España no se rompe, oeoeoé. ¿Y? Si yo no iba a tener que pegarla, en el caso de que así fuera... Total, que el Constitucional acaba de salvar la Patria, y al pueblo, directamente, se la suda por completo. Nada de júbilo desmedido, nada de manifestaciones espontáneas. Incomprensiblemente, las fuentes no se llenaron de gente en bolas celebrando la sentencia.
Y, en cambio, cuando a eso de las diez menos cuarto Villa la enchufó, la gente enloqueció. Si llega a marcar Fernando Llorente -rinconero, que no vasco, por cierto-, tan sólo un terremoto de ocho grados en la calle Portales, que derruyera la concatedral de La Redonda y pillase debajo a Perro Sánz con su cachi hubiera podido competirle al del Athletic la portada de la prensa local. Y puede que ni eso.
Y media hora más tarde, sí que se llenó alguna fuente que otra. Fue, a partir de entonces, una noche en cierto modo similar a la de ese mismo veintinueve de junio de hace dos años, la del día de la victoria en la Eurocopa; aunque incomparablemente menos repleta de júbilo, confiados quizás en que el camino es aún largo y que habrá otras cosas mucho más grandes que celebrar.
La gente se vino arriba por un gol, por un éxito deportivo en el cual todos hacían frente común. No había ningún patriotismo en ello y además, aunque estoy seguro de que más de uno y más de dos (mil) mongolos la corearon, tuve la fortuna de no escuchar ni una sola vez esa mierda de apología patriótica del "yo soy español", que pretende enrocar ambos mundos, el deportivo y el político, olvidando que esto es un juego que mueve las pasiones de la gente, y que la política, los estatutos, las independencias, las unidades de la patria o el coño de su madre, sólo son sandeces inventadas por unos cuántos hijos de puta encantados de chupar del bote gracias a todo ello.
No hay comentarios:
Publicar un comentario