miércoles, 10 de noviembre de 2010

Portabilidad y evacuación

Haciendo caso a las reiteradas peticiones de Los Pecos, siempre interesados en conocer los nimios aspectos de mi vida privada; y de algunos de mis lectores, que incomprensiblemente piden mayores raciones de prosa biliar, hoy hablaré de mí.

No de mí como ser, ontológicamente; ni de mí como estar, artísticamente. Ni siquiera como consumidor de vino de cartón, miembro perenne de las listas del paro, o adorador de Titín III; sino como usuario de teléfono.

Y elijo esta fecha para intercalar una edificante vivencia personal en esta sucesión de riadas de odio sin periodicidad fija que es Bilis, porque hoy me he cambiado de compañía de móvil mientras cagaba.

Si la gente alaba, entusiasmada, los malabarismos de un portugués con la cara aceitosa que se las arregla para controlar un balón con la chepa y ponérselo a Xabi Alonso mánsamente en la bota, ¿qué no haría el gran público si supiera de las habilidades de un servidor, que es capaz de descolgar el teléfono, escuchar aténtamente, plantear dudas aceca de las ofertas recibidas y decantarse por una de ellas, utilizando en el proceso una sóla mano, mientras con la otra se deja el ojete como una patena?

Perdonen la falta de modestia, pero como buena estrella mediática que soy, yo también quiero mis trece milloncejos de euros anuales.

Pero eso no fue todo. El momento culmen llegó cuando, en una conjunción planetaria y mística que me río yo de la de Obama y Zapatero mencionada por la tonta de la Pajín, el esbirro de Vomistar me advirtió de que me iba a poner en contacto con un verificador del gobierno, a fin de corroborar todo lo hablado con él, y que precibiría a través de mi móvil un silencio profundo mientras se efectuaba esta conexión; y lo hizo... ¡en el preciso momento en que tiraba de la cadena!

De silencios profundos, nada: más bien la ruidosa súplica de doscientos gramos de morcilla que hasta hacía cinco minutos habían formado parte de mí y que, ahora, se perdían para siempre en la inmensidad ignota, rumbo al Ebro.

La anécdota personal continúa con mi conversación con el 'agente del gobierno', quien tuvo la amabilidad de comunicarse conmigo desde el número -flípenlo- 2.500 millones. Sí, dos, cinco y ocho ceros; diez cifras de número de teléfono que me llevan a pensar que en España hay demasiados funcionarios, y que cada uno tiene a su disposición al menos un millar de líneas para comunicarse con otros secuaces del Estado entre café y café.

Y es en ese momento cuando, después de cagarme -generalizando injustamente, lo reconozco- en todo el Cono Sur cuando la voz enlatada de un tataranieto de Atahualpa me despierta de la siesta para advertirme de que "han realizado mejoras en la cobertura de internet en mi zona", uno agradece haber pasado los minutos anteriores conversando con un argentino, en lugar de con una española.

¿De dónde procede tan eficaz señorita para que su deje regional me produzca más dificultades comprensivas que si el que me tomara los datos fuera un oso panda del zoo de Pekín? (Hablando en mandarín, claro). Yo apuesto por que era murciana, pero en su interrogatorio burocrático no hubo lugar para hacerla pronunciar 'El Corte Inglé', o preguntarla de qué pedanía era.

Así que, una vez abandonadas las garras opresoras de los chicos de rojo para caer de nuevo en las fétidas manos de la Compañía Telefónica Nacional de España (cojones ya), persiste en mí la duda acerca de la procedencia de esa agente gubernamental de incomprensible dicción, encargada de comunicar a Garrafone la lamentable pérdida de uno de sus clientes favoritos. No todo pueden ser éxitos en la vida.

Resumiendo esta primera entrada completamente autobiográfica de Bilis: me he cambiado de operador mientras cagaba. ¿Puede haber metáfora más sutil? A mí, en mi humilde ignorancia, no se me ocurre.

No hay comentarios: