martes, 23 de noviembre de 2010

Tragar

Los detractores de Bilis acusan a este humilde blog de abundar siempre en los mismos temas. Las fobias del dueño de los dedos que proyectan esta infame basura a sus ojos se repiten una y otra vez, hasta la extenuación. Que si los políticos, que si el Real Madrid, que si caca-culo-pedo-pis, que si la prensa rosa, que si la otra prensa... Sota, caballo, rey.

Famosas son las recientes críticas de la Conferencia Episcopal, el Partido Nacionalsocialista de Cidamón, los productores de pienso compuesto, y la oficina presidencial de Barack Obama, que dio la semana pasada una rueda de prensa para criticar a este humilde blog. Por no hablar de la Real Academia, que cambia ahora varias reglas ortográficas sólo -jajaja- para dejar claro que no sé escribir una vez que el corrector del Word contiene erratas.

¿Y qué hace Bilis en estos casos? ¿Sucumbir quizás? Va a ser que no. ¿Modificar la temática? Jamás. Servidor es un canso, y lo va a demostrar; no sólo manteniendo la temática habitual del lugar, sino yendo más allá, y condensando a todos los mongolos -con perdón para los descendientes de los Khanes- que protagonizan habitualmente estas andanzas bílicas en una misma entrada.

¿Puede existir algo que una al rey Juan Carlos y a Belén Esteban? (Productos importados de Colombia aparte, claro.) Pues sí: el desprecio al público que les da de comer. ¿Y de estos dos, los mayores personajes públicos del país -uno copa las monedas, la otra las pantallas-, con gentuza como Van Bommel o Raúl González Blanco? Pues ídem: todos ellos consideran al público, a la masa, como un mal necesario que utilizar y despreciar a su antojo.

Ya sea enseñando el dedo corazón cuando un grupo de independentistas vascos se caga en los muertos de tus antepasados -gabachos y que nos costaron Menorca y Gibraltar, para que te jodas-; pidiendo respeto e insultando a los que destrozan una familia que ya no es tan solo -jaja, dos- suya; o haciendo cortes de mangas y mandando callar a una grada cuando les han metido un gol.

Todos esos, los vascos de las pancartas, las marujas, y los hinchas de fútbol, son los que os permiten vivir a cuerpo de rey -nunca mejor dicho-. Se lo debéis todo, y no tenéis ningún derecho a la queja. El público es soberano y malvado; pero os da de comer.

Ya sea porque encabezas una institución arcaica, basada fundamentalmente en leyes de hace un par de milenios, que ridículamente seguimos manteniendo a pesar de su demostrada inutilidad; ya sea porque has vendido hasta tu primer giñote matutino; o bien porque cobras millones de euros por salir a dar un paseo por un prado, a la luz de cientos de focos y bajo la mirada de millones de ojos, lo menos que puedes hacer es no protestar.

Si no fueras un mantenido, una retrasada mental que ha prostituido su vida privada, o un endiosado deportista, nadie se interesaría por tí; ni por tu mierda de vida que, por qué no decirlo, no es ni la mitad de divertida y competitiva que la de Pocoyó o la mía, por ejemplo. (Cuéntenme, sacos de fétida hez, las veces que han ido a cazar jabalíes con una red de portería y han acabado metiéndose en el hígado media docena de cartones de vino, mientras uno de sus compañeros azuza a otro que lleva un arco cargado al grito de "dispara, que pongo el pecho duro", y comparamos.)

Ahora, amigo famosete, te debes al público, a sus filias y sus fobias. A la loca deriva de la masa, capaz de beatificarte y crucificarte ochenta veces en el mismo día. Has perdido tu impagable condición de persona anónima, y no puedes exigir recuperarla cuando te da la gana, para volver a vender las interioridades de tu vida cuando te apetezca comprarte un coche nuevo, o cuando un repunte en el precio de la farlopa te haga ver que necesitas incrementar tu saldo para llegar en tu línea al viernes de madrugada.

Asi que, ya sabéis. A tragar. Que sabe a requesón.

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