martes, 30 de noviembre de 2010

Mira quién baila

1.- Volvió Mira quién baila. Esta vez no lo presentaba la Igartiburu, sino Robinson y Carlos Martínez. Tampoco lo grabaron en un plató, sino en el Camp Nou, y el papel de Salinas o la Esteban lo interpretaron -muy cojonudamente, por cierto- Marcelo y Carvalho, gran pareja cómico festiva donde las haya. La valentía de una ancianita de ochenta años, y la velocidad de una de noventa.

La verbena alcanzó momentos de tal magnitud que a Sami Khedira (el único futbolista que puede ser contratado para acabar con una plaga de insectos mientras hace footing; en cuanto haga un poco de calor, va a acabar cada partido con quince moscas pegadas al paladar) comenzó a salirle un sarpullido en el hombro izquierdo que se parecía peligrosamente a una senyera. Se lo juro por los cuatro escaños de Laporta.

El único que no bailó fue Benzema. Si a este chico le cosieran unos bolsillos en la pantaloneta blanca, jugaría con las manos dentro.


2.- Hay pocas cosas peores que creérse el ombligo del mundo y que, en la primera ocasión en que juegas con gente que sabe de qué va esto te demuestren taxativamente que tu sitio está un poco mas abajo, y más bien en la parte de la espalda.

Una de esas cosas peores es no saber perder.

Sergio Ramos demostró -una vez más- que tiene el mismo cerebro que la bota derecha de Xavi (estando la bota guardada en un armario y su propietario tomándose un cubata en el bar). Cuando la neurona que le indica qué gafas son más horrendas ("compra quillo" resuena en su cráneo; "illo, illo, illoooo", responde éste), cortocircuitó con la que controla los mandos de la ¿música? que pincha en el autobús, la que quedaba libre sintió la primitiva llamada del paleolítico en las Tres Mil Viviendas. Sólo le faltó la chirla.

A su vez, Lass Diarrá demostró -una vez más- que le llega el rabo al tobillo y lo lleva atado a la pantorilla izquierda. Si no, no se explica que se levantara tan campante después del patadón de Ramos.

Hablando de no saber perder, no hubiera estado mal una de aspersores, para demostrar que todo fue un error humano, o que no sólo se puede ser un guarro en la derrota, ¿no creen?


3.- En infantiles, cuando ibas ganado de mucho, el objetivo del partido se reducía a que el más inútil del equipo se sumara a la verbena y marcase su golito. Sé de lo que hablo, porque en el único año en que nos metieron creatina en el colacao, y conseguimos jugar la fase final de la liga riojana de fútbol 7, los que eran realmente buenos de verdad salían al campo dispuestos a reírse un rato a nuestra costa. Y vaya si lo hacían. Aún recuerdo la mítica mañana en que, con 14 goles ya en el saco, un tipo que se llamaba Chisco, que pesaría a sus once años más o menos como Ronaldo hoy en día, tuvo la ocurrencia de hacer el decimoquinto del Calasancio, para gran jolgorio general.

Y todo esto, ¿a qué viene? No sé... ¿les suena de algo un tal Bojan Krkic? Pues eso.


4.- "A ver si nos meten ocho a nosotros". Cristiano Ronaldo dixit, Ése Hombre.

El amigable líder capaz de llorar después de ganar una Champions porque él no había metido su penalty. Buscas compañerismo en el DRAE y, si se pudiera plasmar su oléica efigie sobre papel sin destruir éste, saldría su cara.

Y lo cierto es que, al final, tuvo razón. Y eso no cabe interpretarlo de otra forma que no sea como un total fracaso del Barcelona, que pudiendo meter ocho goles, se conformó con la manita y estuvo media hora marcando el territorio al estilo canino. Esto es, orinando un poco allí, otro poco allá, sobre once arbolillos blancos tan patéticos e inmóviles como falsa era la leyenda que sobre ellos se había construído.

Es lo que tiene tener el cuello como un cachalote y la boca más grande aún, que en cuanto la abres un poquito, van un par de enanos saltarines, y se te mean dentro.

Y 5.- "Me ilumina la sonrisa saber que mi familia y mi gente se encuentra bien...Todo eso...y ver jugar a Iniesta". Juan Malillo, filósofo del balón de cuero, hablando de teología.

A mí me la ilumina el imaginar a Eduardo Inda metiendo la cabeza en su propio culo cada vez que los culés daban treinta pases seguidos. Es lo que tiene ser un tipo simple, que disfrutas con poco: una buena tortilla de patatas, una retrete caliente en una tarde de otoño, o viendo al todopoderoso Imperio Blanco colapsar ante la atenta mirada de todos esos lameculos que llevan elevándolo a los altares tras épicas victorias ante trasatlánticos como el Racing de Santander o el Auxerre.

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