lunes, 7 de julio de 2008

Progres

Me revienta cierta raza nueva que prolifera en España y crece cada día de forma exponencial. Me revientan más aún que los sucios fascistas, que al menos tienen la dignidad de practicar lo que predican en su ideario, aunque eso los convierta en unos hijos de puta. No hablo de otra cosa sino de los progres.

Pretenden ser la salvación de la Humanidad, los abanderados de la convivencia y el progresismo –de ahí su nombre–; cuando en realidad no son más que una manada de mierdas. Son, dónde hemos llegado, la supuesta y más visible ¿izquierda? de este país.

Para comprender los entresijos de esta infecta hornada de hipócritas, tan sólo es necesario mencionar alguna de sus caras más visibles. Ahí tenemos a Ana Belén, comunista confesa que ahora sale en televisión promocionando el turismo para la Comunidad de Madrid de doña Esperanza Aguirre, una tipeja con la que cualquiera que se llamase de izquierdas no desearía ni compartir su oxígeno. Pero como ahora cualquiera se trata a sí mismo de rojo subversivo, pues así va la cosa. Lo que cuenta es la apariencia, quedar como un tipo guay e hiperprogresista, megatolerante y ultraabanderado de la lucha contra todo lo malo.

Donde más extendida se encuentra esta fauna es precisamente entre el colectivo de artistas –nunca una palabra abarcó algo tan amplio e indefinible–. Allí, entre tiro y tiro de cocaína siempre queda tiempo para salvar el mundo.

Por citar algún ejemplo más, se me ocurre el simpar batería de Mägo de Oz, Txus Di Fellatio –por si hacerse llamar así no lo decía todo, ahora da sus conciertos ataviado con una gorra nazi, el muy imbécil–, cuando dice sin ningún pudor que “somos capitalistas de izquierda”. Error, incongruencia supina. Por no reparar en el somos, del que se deduce que en su grupo existe una total homogeneidad en el pensamiento –algo muy poco proge, chavalín– o que ya habla en mayestático, cual Papa de Roma.

Pero si hubiese un ala dura dentro de este progresío –aunque sería blanda, bondadosa y solidaria– estaría sin duda representada por el extremo más detestable de toda esta corriente, la genuina diosa de lo progre, la voz de la patética hipocresía sociata, la insoportable Lucía Etxebarría; que no contenta con cagar en ciento cincuenta páginas, encuadernarlas, ponerle Cosmofobia o algo similar por título y vendérselo a algún incauto, se permite el lujo de combinar sus lecciones de moral en sus columnitas semanales –escritas como el puto ojal, todo sea dicho, porque si a pesar de no tener nada que aportar al menos gozase de buena pluma, quizás no se estuviera ganando a pulso un Apocalipsis inmediato– con quejas referentes, por ejemplo, a que los nuevos pijos lucen ahora pañuelos palestinos y desvirtúan el uso de esa prenda por parte de las personas que –como ella– llevan toda la vida luchando a favor de esa causa.

Mire doña Lucía, primero: identificar el pensamiento de una persona con su ropa es de un grado de imbecilidad que ni siquiera a usted le suponía; y segundo: para ayudar a la causa palestina tengo una propuesta la mar de interesante, átese dinamita a la cintura e inmólese en el Parlamento israelí. Dado su perímetro, un solo cinturón resultará más que suficiente.

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