miércoles, 2 de julio de 2008

Los hechos hablan

La historia que les cuento sucedió en una población cualquiera del norte de España. No tan al norte como para que sus habitantes carezcan del carácter identificativo del macaco rhesus, ni tan al oeste como para tener catedral gótica, o tan al este como para albergar acuosas exposiciones universales. Cualquiera con una leve formación geográfica habrá deducido que estoy hablando de la zona pudiente de Beverly Hills. O no.

Érase una vez el periódico local correspondiente a un domingo cualquiera que contenía, allá por la página veinte, el siguiente mensaje:

“Los hechos hablan”, ilustrado con un montaje formado por una gran fotografía del solar arrasado que antes ocupó el edificio popularmente conocido como la Casa de las Tetas, y varias otras de menor tamaño correspondientes a los restos derruidos del viejo convento de Madre de Dios, la plaza de toros de estilo modernista o el ala este del colegio de los Maristas, entre otras. Que hablando de una ciudad que no es precisamente Florencia, no es poco. Porque si con nuestro humilde patrimonio hacen lo que hacen, de tener capacidad decisoria sobre el Palacio Ufizzi, seguramente le pegarían volquete y levantarían en su lugar una urbanización, un centro comercial o una residencia geriátrica para ex prostitutas donde recluir a sus madres.

Si los anuncios en los periódicos los hiciese gente de la calle y no publicistas enamorados de los eufemismos, la cosa hubiese quedado más o menos así: Se quejaban de que nosotros jodimos todo lo que pudimos, pero ahora ellos hacen lo mismo. Para que veáis que son igual de cabrones que nosotros. Y ahora que ya sabes lo poco que me importa airear mis vergüenzas con tal de que se noten también las del contrario, vótame, pedazo de retrasado.

Todo esto a pleno color en un anuncio que ocupa una página completa del periódico local y pagado, no iba a ser menos, por el bolsillo del contribuyente del que se están riendo vilmente. Los hechos hablan, desde luego. Y en este caso están gritando a los cuatro vientos que resulta imposible ser más sinvergüenza que la clase política, más audaz y caciquil cuanto más pequeño es el cortijo que dirigen o al que aspiran. Maravilloso, ¿no?

Mas no desespere. Bilis está aquí para facilitarle el tránsito en este valle de lágrimas. Las siguientes líneas evitarán que, producto de semejante ignominia, intente usted arrancarse a bocados su propio escroto. Quizás no disponga en su domicilio –y me congratulo de ello– de una escopeta, una catana, un cuchillo ghinsu, el libro de Jose María Aznar, o cualquier otro objeto que al entrar en contacto con un ser humano pueda provocar su muerte; pero estoy seguro de que sí dispone de los siguientes artículos de uso cotidiano con los que podrá fácilmente seguir mi briconsejo de hoy.

Tome una botella vacía de al menos dos litros de capacidad y póngala bajo el grifo; mientras se llena, guárdese una cuchara en el bolsillo. Después, salga a la calle con ambos objetos y diríjase allá donde pueda encontrar a un político. Durante el camino, ingiera el agua. Una vez se encuentre frente al susodicho funcionario, espere a que el agua ingerida desee ser evacuada. Llegado ese momento, extráigale los ojos de sus cuencas con la cuchara y orínele en la oquedad. Ya verá lo que van a hablar los hechos. Igual hasta chillan un poco.

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