martes, 8 de julio de 2008

Pollo frito con ensalada de hostias

Continuando mi cariñosa diatriba sobre los progres que comenzaba ayer, hoy quiero dedicar unas breves líneas al que puede que sea el más lamentable de estos espantapájaros. No me refiero a otro que al señor Ramoncín.

Hará ya un tiempo prudencial que alguien tuvo a bien invitar a Ramoncín a dar una conferencia sobre la movida en un auditorio de Logroño. Ya saben, todo es cíclico, y la movida también se ha vuelto a poner de moda. Ahora sólo espero con ansia a que se repita lo de la Ruta del Bakalao, a ver si veinte o treinta mil pastilleros se estampan en la A-3 con sus coches y nos libran a los demás de tener que sufragarles las medicinas cuando, a los cincuenta, las mierdas que se meten les hagan cagarse encima. Pero aún queda tiempo para eso, y antes de que llegue el turno de un segundo ciclo bakalaero aún deben ponerse de nuevo de moda el heavy metal y las guillotinas.

Pardiez. Voto a Chimo Bayo que me despisto. Volvamos a la charla. Comenzó nuestro héroe contando sus anécdotas, sin duda de gran calado intelectual, como todo lo que éste gigante de la comunicación hace; tras cada una de sus frases un lugareño ataviado con una chupa de cuero que se encontraba sentado en la última fila, se levantaba y aplaudía emocionado, elogiando al personaje en cuestión.

Pero súbitamente, el tipo de la chupa cambió de opinión, y a cada comentario del ínclito orador se levantaba y, para alborozo general, dedicaba exhaltadas respuestas del tipo “¡mentira, eso es mentira!” o “¡no tienes ni puta idea!”.

Al final, y como no hubiera resultado muy progre el mandar callar a un tipo al que minutos antes reías las gracias mientras él te profesaba admiración, el señor Ramoncín tuvo que dar por concluída su charla, siempre con esa sonrisa franca en la boca que con tanta naturalidad acostumbra a lucir.

Es una lástima que el final fuese tan precipitado, o quizás es que los focos de tanto programilla de cutrevisión como el señor don Ramón suele –o solía, gracias a Dios, frecuentar– le hayan hecho perder la memoria, porque sino hubiese sido de no pocas carcajadas hacer un pequeño pero ameno recordatorio de una visita de nuestro héroe a tierras riojanas, lo cual, encontrándose entre nativos de ese lugar, sin duda le hubiese supuesto un caluroso reconocimiento.

La anécdota a la que me refiero sucedió en los maravillosos años ochenta, cuando la gente rural aún vivía semiembrutecida y lo ignoraba todo o casi todo de las modas acontecidas en los Madriles. Érase que se era el señor Ramoncín cantando sobre el escenario de la simpar localidad de Alberite, en la riojanísima cuenca del río Iregua, cuando, azares del destino o prodigiosa imaginación de artista contemporáneo, al divo se le ocurre evacuarse en mitad de su actuación. Así que, ni corto ni perezoso, extrae su órgano reproductor por la cremallera de sus pantalones de cuero y como, oh maravillas de la naturaleza, resulta que el mentado aparatillo es multifuncional y además de leche condensada sabe producir otras cosas, pues allá va el señor Ramoncín orinándose en el respetable desde lo más alto del tablado.

Entonces, imprevisiblemente, una horda de aldeanos movidos por su cateto entendimiento que no les permitía alcanzar a comprender el sublime grado artístico que se logra cuando un mierdaseca se te orina encima, deciden completar la velada, y freír definitivamente al señor Pollo.

Lamentablemente, y como se puede comprobar viendo que veinte años después aún estaba en perfecto estado de revista y de nuevo en La Rioja dispuesto a que un punkarra se riese a gusto de él, don Ramón pudo escapar. Pero cuentan voces autorizadas, a las que la anécdota ha ido llegando de cuadrilla a cuadrilla sin duda como uno de los acontecimientos que en más alta valía ponen a los habitantes de Alberite, que aquella noche de fiestas y concierto, Ramoncín tuvo un banquete completito. Él puso al rey del Pollo Frito y las gentes del lugar lo acompañaron con una ensalada de hostias.

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